Año y medio después de que tres mujeres entrasen por primera vez al dicasterio que elige a los obispos, hablamos con una de ellas, una religiosa francesa.
¿Cómo ha sido hasta ahora el trabajo en el dicasterio?
Muy dinámico. Las tres hemos recibido una calurosa acogida. Entramos de puntillas, pero han hecho lo posible para que nos sintiéramos a gusto. Esto nos ha permitido expresarnos con total libertad. Desde que arrancamos en septiembre de 2022, hemos tenido un encuentro cada 15 días. Esa asiduidad ha creado un clima de confianza.
¿Cómo ha cambiado el dicasterio desde que llegaron ustedes?
Eso deberían contestarlo los que estaban antes. Pero, bueno, ahora ya estamos ahí sentadas. Cada una con una vocación diferente. Nuestra contribución es también fruto de lo que somos.
¿Y a usted le ha cambiado la vida?
Desde luego que sí. Me alegré mucho cuando supe que el Papa quería nombrar a mujeres en el Dicasterio para los Obispos. Pero jamás se me pasó por la cabeza que yo podía ser una de ellas. Al principio sentí vértigo. Me veía poco preparada, porque no sabía bien en qué iba a consistir mi trabajo. Pero progresivamente cogí confianza, porque era una nueva llamada de Dios.
¿Cómo funciona la dinámica de la creación de obispos?
Las Nunciaturas son las primeras que hacen una fotografía de la diócesis que queda vacante o está a punto de hacerlo. Después eligen a los candidatos. Normalmente se identifican tres nombres sobre los que se hace una investigación más profunda. El resultado es un dosier que se envía al Dicasterio para los Obispos. Nosotros trabajamos sobre esa documentación, que luego se presenta al Papa para el nombramiento.
¿Hay siempre un criterio único o suelen dividirse las posiciones?
Depende del caso. El discernimiento es un acto personal, pero luego hay una puesta en común. Hay candidatos que pueden tener un perfil muy bueno para el episcopado en general, pero pueden resultar menos idóneos para la diócesis que se ha quedado sin obispo. Por eso se analiza con lupa la diócesis: su historia y su situación desde el punto de vista político, económico y social. También los retos de evangelización ligados a esa zona geográfica. El objetivo es dar con un perfil adecuado del futuro obispo que pueda responder a estos desafíos.
¿Valen igual todas las opiniones?
Nuestra aportación, la de las tres mujeres, es la misma que la que pueden hacer los cardenales y obispos miembros del dicasterio. Como ellos, estudiamos a los candidatos presentados. En este trabajo hay mucho de oración y discernimiento. Pero la última palabra es siempre del Papa, claro.
¿Qué características debe tener un obispo?
Tiene que ser un hombre bien arraigado en la fe y con una rica vida espiritual. Debe ser signo de la presencia de Dios en medio del pueblo. Un hombre de relación y cercanía. No puede vivir de espaldas a la gente. Que sea accesible y que no pierda la esperanza. El pastor camina delante, en medio y detrás del pueblo. Delante, para captar lo que viene del futuro. En medio, para mezclarse con la gente y sus problemas. Y detrás, para sostenerlo. Debe estar atento a los desafíos que se derivan de la evangelización, que son grandes en todo el mundo; en los países de antigua cristiandad la secularización crece rápidamente y en las comunidades cristianas que están en pleno desarrollo se necesita un acompañamiento adecuado.
¿No es un poco difícil encontrar a alguien así de completo?
Siempre digo que el obispo ideal no existe, nadie tiene todas las características necesarias, pero algunas son imprescindibles.
¿Cómo es el obispo del futuro bajo la perspectiva sinodal?
Como dice el Papa, la misión del pastor es un servicio y no un poder. Esta es la visión en la que la Iglesia está tratando de profundizar en este momento a través del Sínodo sobre la sinodalidad. Los nuevos obispos entran ya en esta óptica.
Muchos sectores critican a la Iglesia por haber llegado tarde a tomar en serio a la mujer.
Probablemente tengan razón. Pero ahora se están dando pasos concretos y ya no se puede retroceder. Aunque queda todavía mucho camino por recorrer, sobre todo, en la consideración de la mujer en su dignidad y en el depositar en ellas la confianza. Hay que creer en las mujeres y en sus capacidades, pero también ellas tienen que hacerse competentes para poder ocupar puestos de responsabilidad en la Iglesia.
VICTORIA ISABEL CARDIEL C.
Alfa y Omega