Tres adolescentes egipcios murieron congelados en la frontera de Bulgaria esta Navidad. Su muerte no fue accidental, las autoridades sabían que se encontraban en peligro de muerte.
6 de febrero 2025.- Los menores Ahmed Elawdan, Seifalla Elbeltagy y Ahmed Samra buscaban refugio en Europa. Huían de Egipto y, tras meses de viaje, se encontraban por fin en los bosques del sureste de Bulgaria, junto a la frontera con Turquía, a punto de lograr su objetivo. El 26 de diciembre les sorprendió una tormenta y las temperaturas llegaron repentinamente a traspasar —en negativo— la barrera de los cero grados. Estaban en las inmediaciones de Burgas, un lugar especialmente delicado para las personas migrantes que atraviesan esta ruta debido a su orografía complicada y a las condiciones climatológicas, muy adversas durante los meses de invierno.
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Dos organizaciones que trabajan ofreciendo apoyo a personas migrantes en la zona, No Name Kitchen y Collettivo Rotte Balcaniche, recibieron las señales de alerta —que incluían coordenadas exactas de la posición de los jóvenes y pruebas visuales de su situación— y llamaron inmediatamente al 112 alertando de que los tres jóvenes se encontraban en peligro de muerte. Tras la llamada a emergencias, equipos de rescate de las organizaciones salieron también en busca de los adolescentes. Todos fueron detenidos por los agentes fronterizos cuando iban en camino y, a pesar de explicar la situación extrema en la que se encontraban los jóvenes y mostrar pruebas gráficas, fueron obligados a dar media vuelta. Algunos de estos equipos de rescate, además de ser obligados a abandonar el área, fueron detenidos ilegalmente por las autoridades en la frontera.
Sin señales de asistencia por parte de los servicios de emergencia, los equipos de rescate no se rindieron y volvieron a intentar localizar a los menores utilizando una ruta alternativa. Lograron evitar a los agentes fronterizos pero ya era demasiado tarde: encontraron los cuerpos sin vida de los tres adolescentes en las localizaciones exactas que habían compartido con las autoridades. Los tres murieron congelados y, según denuncian estas dos organizaciones, incluso cuando llamaron para dar aviso de su muerte, los procedimientos de la Policía fronteriza búlgara no respetaron los derechos más básicos de dignidad del ser humano, obligando a los voluntarios en los equipos de rescate a mover ellos mismos los cuerpos.
La muerte de estos tres chavales no es un hecho aislado. Según denuncian las organizaciones en terreno, la frontera de la Unión Europea en Bulgaria es una de las más peligrosas para las personas que migran. Solo en los últimos seis meses, casi 600 llamadas de emergencia en la zona han sido registradas y los equipos de rescate han encontrado a nueve personas muertas, cinco de ellas niños.
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Además de las muertes, las devoluciones ilegales en la frontera son habituales —casi 40.000 en 2024— devoluciones que violan flagrantemente el derecho internacional a pedir asilo y protección. En este contexto, las organizaciones y activistas que trabajan en la zona para dar apoyo a las personas en movimiento son criminalizadas. Desde septiembre a diciembre de 2024, 23 miembros de No Name Kitchen y Collettivo Rotte Balcaniche fueron detenidos mientras intentaban dar asistencia a personas en peligro.
La situación en la frontera entre Bulgaria y Turquía no es circunstancial y las dinámicas de desprecio profundo a la vida humana se repiten a lo largo de las fronteras de la Unión Europea. La negación de auxilio a estos tres jóvenes recuerda a otras situaciones como la vivida en Grecia durante el verano de 2023, cuando un barco con casi 700 personas a bordo, entre los que había 100 niños, naufragó a pesar de que las autoridades conocían su paradero y la situación de emergencia en la que se encontraban.
Las noticias sobre muertos y desaparecidos en el Mediterráneo son habituales, pero en lugar de poner en marcha herramientas para evitarlas, las políticas migratorias de la UE son cada vez más restrictivas y con una tendencia clara a la externalización de fronteras. Estas políticas son apenas cuestionadas por los países miembros y además de ser completamente ineficientes, convierten nuestras fronteras en trampas mortales que, ya sea en las montañas o en el mar, se cobran cada día la vida de personas que, como Ahmed, Seinfalla y Samra, solo buscaban un lugar donde vivir.
PATRICIA MACÍAS
Alfa y Omega