La beatificación el sábado en Argelia de 19 mártires –incluidos los monjes de Tibhirine– es un acontecimiento histórico para la Iglesia en el Magreb. La pequeña comunidad local quiere que sirva para cerrar heridas, y recordará a 114 imanes asesinados por el yihadismo
Los islamistas que en la noche del 27 de marzo de 1996 irrumpieron en el monasterio trapense de Tibhirine, en las montañas del Atlas en Argelia, no eran de la zona. Por eso no se dieron cuenta de que entre los siete monjes que secuestraron había dos, Bruno y Paul, que solo estaban de visita. Y dejaron atrás a Amédée (fallecido en 2008) y Jean-Pierre. A sus 95 años, este participará el sábado, en el santuario de la Santa Cruz de Orán, en la beatificación de los 19 mártires asesinados entre 1994 y 1996, durante la guerra civil entre el Ejército argelino y algunos grupos rebeldes islamistas. Los futuros beatos están encabezados por el obispo de la ciudad, Pierre Claverie. Además de los siete trapenses hay cuatro padres blancos, dos agustinas misioneras españolas, dos hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles, un marista, una hermanita de la Asunción y una hermanita del Sagrado Corazón.
«Esa noche, Jean-Pierre oyó a los islamistas (Amédée no porque estaba muy sordo). Pero como habían ido más veces a pedir atención médica y oyó la voz de Christian, el prior, pensó que ya estaban atendidos». Solo después se dieron cuenta de que se habían llevado a los demás: junto a Bruno, Paul y Christian, a Christophe, el agricultor; Michel, el cocinero; Célestin, el hospedero, y Luc, el médico. Sus cabezas aparecieron dos meses después. «Jean-Pierre y Amédée vivieron el ser los únicos supervivientes como si fueran el resto de Israel, destinados a que la comunidad continuara y a dar testimonio de sus hermanos. Desde el principio perdonaron, y siguieron viviendo entre musulmanes; hasta con más cercanía que antes».
Habla el español José Luis Navarro, miembro de la nueva comunidad de Nuestra Señora del Atlas, instalada en Midelt (Marruecos). Allí conservan un memorial de los mártires, que atrae tanto a extranjeros como a marroquíes. En el monasterio original viven, a petición de los obispos argelinos, cuatro hermanos de la comunidad francesa Chemin Neuf. A veces se les une algún matrimonio sin hijos de esta nueva realidad eclesial, en la que conviven consagrados y familias.
Los miembros de Chemin Neuf, con los argelinos que les ayudan en Tibhirine.
(Foto: Monasterio de Tibhirine)
«Guardan buen recuerdo»
Conservan el ritmo de vida de los monjes: la oración y el trabajo del campo, que comparten con dos empleados argelinos. Venden fruta y productos elaborados, y regentan una hospedería muy frecuentada por quienes buscan unos días de retiro. Algunos fines de semana han alcanzado los 200 visitantes; muchos, argelinos. Mantienen la buena relación con los vecinos, «pero no salimos mucho al pueblo –cuenta el hermano Bruno– porque ahora hay que hacerlo con escolta», como precaución ante un posible atentado. «La gente es acogedora y guarda un gran recuerdo de los monjes, sobre todo los mayores de 40 años. ¡Los más jóvenes vienen sobre todo a hacerse selfis! Los que vienen a visitar sus tumbas nos hablan a veces de las víctimas de la guerra en su propia familia. Es un lugar único para la memoria de esa época negra», que dejó 200.000 muertos.
La beatificación del sábado es un hito, al elevar a los altares en un país musulmán a mártires asesinados en nombre del islam. La Iglesia del Magreb quiere subrayar que no fueron víctimas de esta religión, sino del fanatismo en el que cayó un sector del partido Frente Islámico de Salvación después de ganar las elecciones y ser ilegalizados. «Se les sumó gente que había combatido en la guerra de Afganistán. La sociedad se dividió muchísimo», y empezaron las atrocidades, relata Navarro. En la misma línea de cerrar heridas, en los actos de la beatificación se incluye un homenaje a 114 imanes asesinados por negarse a legitimar la violencia.
Orantes en un pueblo orante
Una vecina interrumpe al monje español mientras habla con Alfa y Omega. Le lleva una tarta por la fiesta del nacimiento del profeta Mahoma. «Compartimos los dolores y las fiestas –cuenta Navarro–. Cuando el último hermano en llegar profesó durante el Ramadán, hicimos la fiesta por la noche para que los vecinos vinieran». La comunidad cristiana en Midelt está formada solo por 15 personas: ocho trapenses, cinco franciscanas misioneras de María y dos laicas francesas, una casada con un marroquí.
El carisma de los trapenses es el clásico ora et labora. Una vida que «casi tiene más sentido aquí que en Europa –opina Navarro–. Somos orantes en medio de un pueblo de orantes, que tiene siempre a Dios en los labios. Nuestras oraciones coinciden con las suyas, y ellos entienden y admiran esta vocación. Por el trato con otros europeos, creen que los cristianos no rezamos». De hecho, lo que movió al hermano Christian, el prior de Tibhirine, a pedir ir a un monasterio en tierra islámica fue escuchar esta misma acusación a su amigo Mohamed cuando hacía el servicio militar durante la guerra de independencia argelina. La vocación contemplativa les hace estar especialmente cerca de la corriente sufí del islam. El mes pasado, por ejemplo, les invitaron al Festival de la Cultura Sufí en Fez (Marruecos).
Los mártires de Tibhirine junto con los supervivientes Jean-Pierre y Amédée
El misterio de la Visitación
Lo que no hacen los católicos –sí los protestantes–, ni en Argelia ni en Marruecos es evangelización directa. «Desde la época de Carlos de Foucauld se ha dicho que la Iglesia en el Magreb vive el misterio de la Visitación: llevar a Jesús y que los demás lo descubran sin hablar de Él». Navarro lo considera una riqueza, porque les permite «vivir en gratuidad: servir sin esperar a cambio un resultado medible».
Pero sí hay fruto, y es cultivar la cercanía al cristianismo del musulmán medio. «Tienen un amor especial por María –¡que nadie cuestione su virginidad!– y un gran respeto por Jesús; aunque, para ellos, como para algunos apócrifos, no ha muerto ni resucitado. Nos dicen incluso que también ellos lo siguen y trabajan para su segunda venida». Es más, el monje apunta a que algunas personas son prácticamente cristianas «de corazón», si bien lo viven «con discreción» y nunca pedirán el Bautismo. Tampoco «ellos nos dicen que nos convirtamos. Solo te piden que seas buen cristiano». Es decir, que vivas la oración y la caridad, como han visto hacer a las misioneras desde hace 80 años.
La comunidad de Nuestra Señora del Atlas comparte esta experiencia de encuentro con los europeos que suelen llenar las 40 plazas de su hospedería. «Algunos hacen amistad con los musulmanes y se llevan una idea muy distinta de ellos. Hay gente que vuelve cada año».
María Martínez López
Imagen: La comunidad de Nuestra Señora del Atlas
festeja con sus vecinos musulmanes la profesión de uno de los hermanos.
(Foto: José Luis Navarro)