Cumple un siglo el taller donde los 36 restauradores del Vaticano velan por la salud de los tesoros artísticos pontificios. El año pasado repararon 30 obras y ahora le toca el turno al baldaquino de San Pedro.
18 de enero 2024- – Rossana Giardina posa en la mesa de trabajo el delgado pincel con el que está retocando minuciosamente el color perdido de un icono ruso del siglo XIV. Antes ha retirado la finísima capa de suciedad que el paso del tiempo había sedimentado en este tríptico medieval. «Mi trabajo consiste en conservar las obras en su más absoluta integridad y que el espectador no aprecie ningún cambio, como si nuestro trabajo no hubiera existido», asegura esta restauradora, que forma parte del excelso equipo de 36 personas que trabaja en los sótanos de los Museos Vaticanos devolviendo a la vida el patrimonio artístico de los Papas.
Su tarea es invisible a los ojos de los turistas y peregrinos, cuyo trasiego cotidiano es ajeno a esta suerte de quirófano para las obras de arte y supone, en cierta manera, pilotar una máquina del tiempo. «La restauración de una obra es también escudriñarla; revisar su datación, su atribución o su procedencia», detalla mientras bucea en los barnices oxidados de ese mundo en miniatura. Giardina también es una de las encargadas de limpiar los frescos de la Capilla Sixtina y la Capilla Paulina. Allí, cara a cara con los personajes que pintó Miguel Ángel con trazos veloces e incisivos, siente todo el peso de la historia del arte.
En 1923, el Vaticano abrió el actual Taller de Restauración de Pinturas y Material Policromado siguiendo los pasos del British Museum, que lo inauguró cuatro años antes. Sin embargo, su oficio es mucho más antiguo: recibe la herencia directa del mundator, una profesión establecida en 1543 por el Papa Pablo III para formar a los encargados de quitar de la Capilla Sixtina el polvo y el humo acumulados. Por las expertas manos de sus trabajadores han pasado tablas de Giotto de la antigua basílica de San Pedro, los frescos de Pinturicchio o un lienzo de Caravaggio de los Museos Vaticanos. Pero también momias de la colección egipcia o pinturas modernas. «Cuando trabajas muy cerca de una obra durante mucho tiempo, tienes una visión que otros nunca tendrán; así que ves, por ejemplo, detalles técnicos, como la forma en la que el artista dibujó o aplicó el color, cuánto detalle quiso dar al describir un rostro o el tipo de pinceladas», explica por su parte la responsable de este taller que acaba de cumplir un siglo, Francesca Persegati.
De las restauraciones se encargaban al principio los propios artistas, pero poco a poco se fue profesionalizando la labor de estos reparadores con bata blanca. Los Museos Vaticanos son el hogar de unas 5.300 obras de arte y de decenas de miles de metros cuadrados de frescos, lo que pone en valor su trabajo. La tecnología y los métodos científicos han adquirido cada vez mayor peso en el diagnóstico de las obras dañadas, que esperan con paciencia su turno apoyadas en caballetes, hasta que puedan volver a regresar al museo. «Antes de cualquier restauración también hacemos algunas investigaciones con nuestro laboratorio científico de imágenes, es decir, utilizando el espectro luminoso. Tenemos que saber, por ejemplo, si la obra ya ha sido restaurada antes», incide Persegati.
De este modo, al retirar las sustancias no pertinentes como el barniz de más o las capas de oxidación en las obras, que derivan en zonas oscuras, salen a la luz los detalles más interesantes. Por ejemplo, durante la restauración del San Jerónimo de Leonardo da Vinci se toparon con un gran hallazgo: «Observamos que el gran maestro había dejado de lado los pinceles para usar las manos al extender el azul del fondo. La sorpresa fue que encontramos su huella dactilar en el cuadro. El laboratorio científico tomó imágenes en alta resolución para que pudiéramos documentarlo», explica. Otros secretos desvelados que suelen pasar desapercibidos a quienes visitan cada día los Museos Vaticanos son la pincelada azul que hizo Rafael en los ojos de una Madonna para imitar el reflejo del cielo o también una extraña moneda acuñada durante el ducado de Castro que estaba encastrada en las decoraciones de una sala del Palacio Apostólico.
Algunas obras llegan en un estado de conservación lamentable y su reparación puede durar años y requerir de la intervención de distintas disciplinas. Otras, por su complejidad, tienen que posponerse. Es lo que sucedió en la Capilla Sixtina, cuya restauración no pudo acometerse hasta 1980, cuando tuvieron los medios científicos necesarios para la titánica tarea. El taller de restauración del Vaticano acoge también piezas externas. Por ejemplo, Marco Pratelli está terminando la restauración de un retablo de pintor desconocido que data de 1340 y que estaba colocado en el altar de la capilla de la iglesia de la Santa Cruz de Montefalco, un pequeño pueblo de poco más de 5.000 habitantes en la provincia de Perugia (Umbría). El año que viene esperan concluir la Sala de Constantino, que llevan restaurando desde hace ocho años. Rafael pintó personalmente dos alegorías de virtudes de sus paredes, pero no pudo terminarla debido a su fallecimiento, a los 37 años.
El baldaquino de Bernini, al taller
Pocos saben que el baldaquino de Gian Lorenzo Bernini que domina el crucero de la basílica de San Pedro es una obra de retales. El bronce usado por el artista barroco fue el que le sobró al Papa Urbano VIII del material recogido al desmantelar el techo del Panteón, para fabricar más de 80 cañones. El vigoroso ciborio de bronce se someterá a una titánica restauración en febrero con vistas al Jubileo 2025, que con el lema Peregrinos de la esperanza atraerá a Roma a unos 30 millones de fieles. Será la segunda puesta a punto de la historia de este monumento que se alza sobre cuatro vigorosas columnas retorcidas, mide casi 30 metros de altura y pesa más de 60 toneladas. Hace 266 años, en 1758, se realizó la primera limpieza a fondo. Esta vez, además de retirar la pátina de suciedad, se recuperarán los colores originales y se reconstruirán las partes fragmentadas para embellecer la obra encargada en 1623 al joven Bernini, que por aquel entonces tan solo contaba con 25 años. La orden estadounidense de los Caballeros de Colón sufragará los 700.000 euros de la reparación.
VICTORIA ISAB EL CARDIEL C.
Alfa y Omega
Imagen: Rossana Giardina repara con paciencia un tríptico medieval.
(Foto: Reuters / Guglielmo Mangiapane).