«Jamás destruiré los puentes con el Gobierno chino». Con esa frase, el Papa explicó su pensamiento a un viejo conocido. Corría el año 2014. En plenas protestas universitarias contra Pekín. Desde entonces, Francisco consideraba más peligrosa la alternativa del muro contra muro. Quería mantener siempre una línea abierta de diálogo con el Partido Comunista, incluso en el peor de los escenarios. Esa ha sido la política de la Santa Sede ya desde el pontificado de Benedicto XVI y antes, incluso. Un lento deshielo que está a punto de dar sus frutos, con la firma inminente de un histórico acuerdo bilateral
Eran los días de Occupy Hong Kong. La revolución de los paraguas. Los estudiantes encontraron entonces un peculiar aliado: Joseph Zen Ze-kiun. Uno de los cardenales más críticos con el sistema chino. No solo ofreció su apoyo moral, también salió a la calle a protestar. La tensión llegó hasta Roma. Las protestas a ultranza podían haber terminado mal. Finalmente se impuso la cordura. El 3 de diciembre de aquel año, el anciano obispo emérito de Hong Kong y el legislador Wu Chi-wai se entregaron a la Policía, pero no fueron apresados.
Aquellos episodios dejaron al descubierto dos acercamientos al problema de la Iglesia en China. No de fácil solución. Una línea dura, más bien minoritaria; y una vía del diálogo, apoyada incluso por obispos fieles a Roma. «El Papa comprende la importancia de ese país para la economía mundial. Más de 1.000 millones de habitantes. No puede darse el lujo de romper con sus legítimas autoridades», confió, entonces, aquel amigo de Francisco al autor de estas líneas.
Desde el inicio de su pontificado, Jorge Mario Bergoglio quiso establecer un contacto positivo con Pekín. Pocos días después de su elección, escribió una carta al presidente Xi Jinping. Incluso lo invitó «a su casa», el Vaticano. Un primer acercamiento con inmediata respuesta. Esto permitió al nuevo Obispo de Roma establecer una empatía personal, más allá de la diplomacia.
En los siguientes meses, el intercambio epistolar se reforzó con otros gestos de distensión. En agosto de 2014, por primera vez el avión papal pudo sobrevolar territorio chino. Francisco viajó a Corea para una Jornada de la Juventud asiática, y se acercó a la cabina para saludar a los pilotos justo cuando estos recibían autorización para el atravesamiento aéreo.
«Volví a mi asiento y recé un buen rato por el grande y noble pueblo chino, un pueblo sabio… Pensaba en los grandes sabios chinos, una historia de ciencia, de sabiduría. ¿Que si me gustaría ir a China? Por supuesto: ¡mañana! Sí. Respetamos al pueblo chino; la Iglesia pide únicamente libertad para su misión, para llevar a cabo su tarea; no hay más condiciones», contó después.
Los precedentes
No era la primera vez que un Papa dirigía un mensaje a China. Ya en 2001, Juan Pablo II había manifestado su deseo por «ver pronto establecidas vías concretas de comunicación y colaboración entre la Santa Sede y la República Popular China» («Con íntima alegría», 24 de octubre de 2001). Y Benedicto XVI había advertido que «no puede buscarse la solución de los problemas existentes a través de un conflicto permanente con las autoridades civiles legítimas».
Estas últimas palabras fueron parte de la carta del Papa a los obispos y católicos de China. Un texto de enorme vigencia, a más de diez años de su publicación en mayo de 2007. Considerada una vía maestra que recorrer en cualquier acercamiento con Pekín. Ese mismo año, y en la antesala de los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, delegaciones bilaterales sostuvieron conversaciones secretas.
«Me doy cuenta que la normalización de las relaciones con la República Popular China exige tiempo y presupone buena voluntad de ambas partes. Por su parte, la Santa Sede permanece siempre abierta a las tratativas», agregaba la carta del Papa Ratzinger.
Un visto bueno para unas negociaciones reservadas que existieron y quedaron, entonces, a las puertas de un acuerdo. Pero los tiempos no estaban maduros. De todas maneras, Benedicto quiso tener un puente más y en enero de 2008 designó como coadjutor de Hong Kong a un clérigo en las antípodas del cardenal Zen: John Tong Hon, un obispo moderado y bien visto por el Gobierno. Tanto que fue invitado oficialmente a la ceremonia de inauguración de las Olimpiadas ese año. «Es preferible ser pacientes y abiertos al diálogo con todos, también con los comunistas», dijo en 2012, cuando se convirtió en cardenal.
Una sola Iglesia en China
China ha sido una constante preocupación de todos los Papas desde la ruptura de relaciones diplomáticas entre la República Popular y la Santa Sede en 1951, tras el ascenso al poder del líder Mao Zedong. Desde entonces, la cantidad de cristianos en esa nación pasó de uno a 21 millones, 12 de los cuales son católicos. Un número exiguo, comparado con los 1.300 millones de habitantes, pero para nada despreciable si se compara con la mayoría de las poblaciones de los países occidentales.
La elección de Francisco renovó el acercamiento. Con aval del Papa se reiniciaron los contactos reservados entre Roma y Pekín. Meses de negociaciones secretas, abordando los asuntos más delicados. Como explicó el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, el objetivo es conducir a un progresivo «camino de reconciliación hacia la unidad» a las dos comunidades de fieles católicos en el país. Porque, como subrayó el cardenal, no existen allí «dos Iglesias», como es la creencia común.
Se trata de un camino que se transita desde hace años. El Vaticano ha ido paulatinamente reconociendo a muchos obispos emanados de la llamada Iglesia patriótica, extendiendo ampliamente la presencia de las comunidades fieles a Roma. Ahora, gracias a los últimos acontecimientos, un acuerdo marco alcanzado en esas conversaciones espera ser ratificado en breve. Un acuerdo que incluiría una gestión compartida al nombramiento de obispos en el país, el principal obstáculo del pasado.
Un deshielo que ya provoca resistencias tanto dentro como fuera de China. No solo en la Iglesia católica, también dentro del Gobierno y el Partido Comunista. Pero estas reacciones parecen destinadas a sucumbir bajo la voluntad de avanzar en la cercanía, no obstante todas las limitaciones del caso.
Así lo certificó esta semana un editorial del Global Times, un diario cercano a la dirigencia china: «Pekín y el Vaticano establecerán, antes o después, relaciones diplomáticas. Creemos que los diplomáticos de Pekín puedan llevar bien las negociaciones, teniendo en cuenta el interés nacional y las creencias religiosas de los católicos. El Papa Francisco tiene una imagen positiva entre el pueblo chino. Se prevé que empujará las relaciones China-Vaticano y resolverá los problemas con su sabiduría».
Andrés Beltramo Álvarez (Ciudad del Vaticano)
Imagen: El Papa junto a fieles chinos que acudieron en junio de 2016
a la audiencia general en la plaza de San Pedro, en Roma.
(Foto: CNS)