No es original proclamar que estamos ante un momento decisivo para determinar el futuro de los valores éticos que orientarán el porvenir. Frente al wokismo, el posliberalismo, el socialismo, el comunismo, los populismos y cualquier régimen totalitario proponemos volver a un liberalismo económico no excluyente, al de toda la vida, pero inspirado en valores católicos y no calvinistas.
La novedad es enfocarlo desde una nueva luminosidad con los dos valores que han hecho de nuestra civilización occidental la más próspera y justa de todos los tiempos: la libertad y la misericordia. El baile armónico entre ellos nos ha proporcionado crecimiento, prosperidad, bienestar y mejor distribución de la riqueza. Nos parece muy importante que este gran regalo del cristianismo a la humanidad lo reconozcamos los católicos y defendamos con entusiasmo el liberalismo como un extraordinario instrumento ético, político y económico con una indudable raíz cristiana. Pero para quitarnos los complejos es imprescindible sustituir algunos valores calvinistas por los de ese encuentro armonioso.
Desde el maravilloso acontecimiento de la Encarnación, al ser asumida su trascendencia por la civilización cristiana, la humanidad cambió para siempre y para bien. La libertad y la misericordia, que fueron causa del envío de Jesús, se quedaron para siempre a habitar entre los hombres y fueron el motor de su progreso moral y económico. Libertad y misericordia son el fundamento tanto de la mejor ética como de la mejor economía. Dios quiere el bien ético y económico de la humanidad. Ambas serán el fundamento de los valores del cristianismo —por supuesto también del catolicismo— y del liberalismo de inspiración católica; el jesuita Juan de Mariana será un buen ejemplo. La mejor libertad proporcionará la mayor misericordia. Podríamos decir que Dios pintó la libertad de color misericordia o que la mejor libertad es, en sí, misericordiosa.
Sin embargo, el liberalismo nació, creció y se le asoció con los principios éticos calvinistas, que tuvieron como principal virtud —como también ocurrió con los escolásticos españoles de la Escuela de Salamanca— aceptar y propiciar tanto la economía como el comercio. Pero, en cambio, tuvieron como sustento unos valores negativos: negar la virtud de las buenas obras (la misericordia), que no eran importantes para la salvación; priorizar el triunfo económico, personal e individual como signo de ser premiado por Dios y priorizar el libre examen frente al perdón de la comunidad. Estos principios han hecho que al liberalismo, muy desgraciadamente, se le asocie equivocadamente con contravalores como la avaricia, el individualismo, la maximización del beneficio o la acumulación estéril de la riqueza.
F. Hayek, uno de los economistas más importantes del siglo XX, ahora hace justo 50 años, en la conferencia con motivo de su recepción del Premio Nobel de Economía, citó a dos jesuitas españoles de la Escuela de Salamanca para justificar los principios del mercado libre. En otro momento, con motivo del homenaje a Juan de Mariana, escribió: «Los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por las calvinistas escoceses sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español». En el fondo, y es lo que queremos aportar, lo que pretende Hayek son unos nuevos valores más conformes con la verdad del liberalismo, que procedan directamente de la ética católica y que nosotros describimos mediante la imagen del baile armonioso entre la libertad y la misericordia. Entendemos que las mejores sintonías para esa danza son el catolicismo y un liberalismo no excluyente. Es nuestra propuesta: una libertad no egoísta. Parafraseando a Pedro Arrupe, la definiríamos como una libertad para los demás, que se convierte así en misericordiosa, por la propia acción del mercado a través de la continua innovación y creatividad humana.
Esta propuesta hará que el liberalismo y el catolicismo, reconociendo mutuamente sus virtudes, minimicen los desencuentros que dificultan el día a día de la política, del pensamiento económico y religioso. En definitiva, no están tan distanciados los liberales y los católicos: lo que ocurre es que no son conscientes de su cercanía. Un ejemplo: el Papa Francisco y Javier Milei, los dos argentinos, muy relevantes, tan cercanos y a veces tan lejanos, deberán reencontrase y bailar juntos el tango de la libertad y la misericordia, porque Milei comprenderá que la libertad lleva en sí misma a la misericordia (justicia social) y el Papa comprenderá que solo se llega a un mundo lleno de misericordia desde un sistema que propicie la libertad personal, política y económica.

LUIS IGNACIO LEACH ROS
Notario y economista
Publicado en Alfa y Omega el 20.2.2025
El autor presentó este jueves en la Universidad Pontificia Comillas su libro Catolicismo y liberalismo económico (Sibirana).