El padre Tomaž Mavrič visitó del 10 al 22 de marzo las comunidades del instituto religioso diseminadas en varias ciudades del país: todos permanecieron en sus lugares y los que se habían marchado al comienzo de la guerra regresaron. Y siempre están dispuestos a ayudar, incluso desafiando los peligros del frente.
Ciudad del Vaticano, 26 de marzo 2025.- «Incluso después de tres años de guerra, de dolor y sufrimiento insoportables, todos siguen en sus lugares, en sitios donde en cualquier momento puede caer un dron o algún otro tipo de artefacto de guerra puede impactar su casa, su departamento, la iglesia donde se reúnen. Pero siguen reuniéndose, siguen rezando y están dispuestos a ayudar a cualquiera». Esta observación proviene del padre Tomaž Mavrič, Superior general de la Congregación de la Misión y de la Compañía de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl. En la entrevista con los medios vaticanos, el religioso habla sobre la labor del instituto en Ucrania, tras visitar a sus hermanos y otras comunidades de la Familia Vicenciana en el país del 10 al 22 de marzo.
Cercanía sin miedo
«El objetivo de mi visita – dice – era simplemente estar con ellos. Estar ahí para demostrar la cercanía de la congregación, para que no se sientan olvidados ni dejados de lado sino todo lo contrario. Oramos constantemente por Ucrania como lo hace todo el mundo y tratamos de tener siempre contacto por teléfono o correo electrónico. Pero pensé que lo mejor sería ir a verlos, y no sólo uno o dos lugares, sino todos, por muy difícil o peligrosa que fuese la zona. Los hermanos están allí, y yo también necesito estar allí. El Padre Tomaž logró visitar las seis comunidades de la Congregación de la Misión ubicadas en Kiev, Odesa, Járkov, Perechyn (región de Zakarpatia), Storozhynets (región de Chernivtsi) y Sniatyn (región de Ivano-Frankivsk). Al preguntarle si tenía miedo, el Superior general respondió: «No, en absoluto. Estaba en paz total. Incluso oyendo los drones aquí en Kiev, en Odesa, en Járkov, o las sirenas de alarma cuando se acercaba el peligro, me sentía tranquilo. Y esto es una bendición. Sin miedo. Fue como visitar nuestras misiones antes de la guerra».

Una Iglesia generosa
El padre Tomaž aclaró que fue a Ucrania «no para dar discursos, conferencias o consejos», sino «para aprender, escuchar, ver, conocer gente». Lo que pudo observar en los numerosos encuentros no sólo con sus hermanos sino también con todas las comunidades de la Familia Vicenciana – que tiene diez ramas en Ucrania – fue sobre todo un testimonio de fe. «Les dije: sigan rezando, participando en la Eucaristía, y también en estas situaciones terribles que han vivido y están viviendo, sigan creyendo que Jesús tendrá la última palabra, que la verdad tendrá la última palabra. Les agradezco mucho por esto. Otra cosa que impresionó al religioso fue la generosidad de los numerosos sacerdotes, monjas y laicos que ayudan a los necesitados. En una situación tan crítica, no solo piensan en sí mismos y sus familias, sino que están dispuestos a ayudar a todos, llevando ayuda humanitaria que sigue llegando a diversos pueblos, ciudades y, si pueden, incluso a los soldados en el frente.
El coraje de quedarse y ayudar
¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentan los sacerdotes, monjas y laicos de la Familia Vicenciana en este momento en Ucrania? Le preguntamos al Padre Mavrič. «Para ellos -responde- es muy importante sentir el apoyo espiritual del resto del mundo, de los vicentinos de otros países, y recibir la mayor ayuda humanitaria posible. Tienen una necesidad constante de ello porque -sobre todo nuestros hermanos, el clero en general, las monjas y los laicos- están organizados de tal manera de llevar ayuda a los diferentes puntos de Ucrania, a medida que reciben las peticiones. Y hay varios: principalmente medicinas, alimentos, pañales, ropa, sábanas, mantas calentitas. Por lo demás, son héroes porque se quedan allí, no se van. La gente suele decirles: «Si ustedes, religiosos, sacerdotes, frailes y monjas, se van, nosotros, los laicos, también nos iremos. Si no se van, nosotros también nos quedaremos». Y ya está, todos se quedan allí. Incluso algunos de los que se marcharon al principio de la guerra, cuando la situación era muy incierta y difícil, ahora han regresado. La mayoría de ellos han regresado a los lugares donde sirven”.
Pedazos de realidad
Durante los once días de su visita, el Superior de los Vicentinos conoció a muchas personas, vio sus ojos y escuchó sus historias, algo que habitualmente no se ve en las imágenes que presentan los medios de comunicación fuera de Ucrania. «En las noticias – observa – hablan de combates entre rusos y ucranianos, de cifras, de diversas reuniones a nivel internacional y europeo, ven edificios destruidos… pero no hay posibilidad de escuchar a la gente que cuenta sus historias, el sufrimiento, las pérdidas de muchos hijos e hijas, de los hombres que están luchando. O familias cuyas casas han sido alcanzadas por un dron o algún otro tipo de arma. O el dolor, las consecuencias psicológicas con las que la gente tiene que lidiar… Esto es lo que escuché de ellos en cambio».
El precio de la identidad
El padre Tomaž también comprendió el significado que los ucranianos dan al dolor que padecen. «Su razón -afirma- es la convicción. Dicen: «Esta es nuestra tierra y si la perdemos, perderemos nuestra identidad. ¿Quiénes seremos o nos convertiremos entonces?» Cuando comenzó la invasión, la forma en que se llevó a cabo, con los miles de muertos y los millones de personas que abandonaron el país, todo esto los lleva a preguntarse: «¿Qué pasaría si, después de tantas pérdidas humanas, nuestras familias y las generaciones venideras también perdieran su identidad? Así que luchan, aunque no sea nada fácil aceptar ir al frente. Pero creen que Jesús tiene la última palabra, que la verdad llegará, que la justicia llegará, por supuesto con un alto precio».
Un camino completamente diferente
Al regresar de Ucrania, el Superior de los Vicentinos tomó en cuenta tres cosas que resumen lo dicho. Lo primero es su fe inquebrantable, “porque incluso después de tres años de guerra, de dolor y sufrimiento insoportables, todos siguen en sus lugares y siguen rezando”. La segunda es su apertura. «La Familia Vicenciana – subraya – se ha vuelto mucho más grande que antes. Por ejemplo, tomemos una parroquia en Járkov: podría pensarse que está vacía, pero he visto que es lo contrario. Al principio de la guerra estaba vacío porque todo el mundo se había ido, pero unas semanas después volvió el párroco y la gente empezó a volver también. Y no vienen sólo católicos, también hay muchos ortodoxos y personas que no practican ninguna fe. Gracias a su disposición a ayudar a todos en cualquier necesidad, la gente sigue acudiendo y también a rezar. La tercera cosa que quiero añadir es lo que suele repetir el Papa Francisco: la guerra no es la solución a ningún problema, nunca es el camino hacia la paz. Hay todo un camino por recorrer para alcanzar la paz».
SVITLANA DUKHOVYCH