Es un flujo ininterrumpido de refugiados que presiona en la frontera, algunos se dirigen a otros lugares, otros no tienen rumbo. Horas de fila antes de cruzar las fronteras de la pequeña república y luego la llegada a los campos de acogida. Las organizaciones eclesiásticas y las ONG hacen una contribución fundamental. La historia del éxodo de uno de nuestros corresponsales.
Chisináu (Moldavia), 8 de marzo 2022.- La noche en que Rusia empezó a bombardear Odessa, la hermana Iuliana pensó que eran los truenos de una tormenta. La religiosa vive en Chisináu, la capital de Moldavia, a unos 100 kilómetros de la ciudad ucraniana en línea recta. Las bombas caían con tanta fuerza que era imposible no oírlas. Ahora, junto con sus hermanas, acoge a familias de refugiados y es testigo del sufrimiento de quienes se ven obligados a abandonar sus hogares en Ucrania.
Sor Rosetta Benedetti, Misionera de la Providencia, está en Chisináu desde 2009. El suyo es un testimonio que sale del corazón, nos cuenta cómo estas personas llegan «agotadas, pero no sólo físicamente sino también interiormente». Una mujer vino donde nosotros sin documentos, la vi desesperada. La vi desesperada, pero un abrazo fue suficiente para animarla. Estas mujeres y hombres llevan la angustia dentro y rara vez la expresan.
Una afluencia continua en las fronteras
Miles de personas llegan diariamente al puesto fronterizo de Palanca, entre Moldavia y Rumanía, y tardan hasta diez horas en cruzar la frontera. Una vez que han «desembarcado» en la otra orilla, suben a minibuses y son llevados a campamentos de acogida o a instalaciones gestionadas por diversas organizaciones. Algunos tienen las ideas claras: se quedarán en Moldavia tres o cuatro días y luego se reunirán con sus familiares en otras partes de Europa. Muchos, sin embargo, no saben a dónde irán, cuál será su futuro, si algún día, antes o después, podrán regresar a Ucrania. Una mujer de 44 años está aquí con su madre de 61 años, mirando al vacío en busca de algo. «No sabemos cuál será nuestro destino -dice-. Nuestra vida debe prácticamente comenzar de cero y es difícil cuando no hay nadie que te de hospitalidad. ¿Y cómo vamos a recibir atención médica? Las dos estamos enfermas».
P. Cesare Lodeserto: cuidado con el tráfico de personas
El padre Cesare Lodeserto, vicario episcopal, también es muy activo en la acogida en Chisinau. El centro Fides es un poco como la sede general de la máquina organizativa creada por la diócesis. «La Iglesia -dice- respondió inmediatamente con el compromiso de acoger a los refugiados, instada por el obispo Anton Cosa, y desplegó todas las fuerzas posibles: desde los organismos diocesanos hasta las parroquias y los religiosos porque había que dar una respuesta concreta, en línea con el magisterio del Papa Francisco». Es «una Iglesia en salida que mira a los que tienen dificultades», subraya el padre Lodeserto. «Tenemos una organización que nos permite disponer de 390 camas. En cuanto a la acogida -explica el sacerdote-, ponemos a disposición otros tipos de servicios, como los comedores itinerantes, los comedores permanentes, la acogida de personas discapacitadas, también el acompañamiento para las partidas, la asistencia legal y la información de diversa índole. Tenemos que asegurarnos de que estas personas consigan pasar, porque todos quieren transitar, y que no se vean atrapadas en otras formas de explotación, que son el gran riesgo». Todos los fenómenos de este tipo, prosigue el padre Cesare, conducen luego a la trata de seres humanos: «Hay que decir que la mujer ucraniana con un hijo es ciertamente un sujeto frágil, por lo que debemos garantizar que la acogida se convierta también en una oportunidad de viajar en serenidad, para que quienes huyen de la guerra puedan alcanzar las metas que se han propuesto».
Para Intersos, es urgente intervenir a nivel psicológico
Los voluntarios y las ONG desempeñan un importante papel en la frontera entre Moldavia y Rumanía. Intersos es uno de ellos. Alessandro Perona, responsable del área médica, señala que «la situación está creciendo en términos de cantidad y calidad de la vulnerabilidad. Nos encontramos en un país de realmente un millón y medio de habitantes, y se espera que para agosto de este año haya un flujo de refugiados que roce el millón, que pasarán o se quedarán aquí. Así que imaginen la presión sobre los servicios. Se trata de personas que huyen de una guerra en curso con graves traumas psicológicos. Los niños representan aproximadamente el 25% de la población que llega, y luego está el componente femenino, que es aproximadamente el 65%. La frontera de Tudora ha visto un flujo de alrededor de 36.000 personas en los últimos 10 días, un flujo constante durante todo el día. Estamos trabajando tanto en Moldavia como en Polonia y vemos el mismo escenario: especialmente en los niños es común que no hablen debido a los traumas que han sufrido».
ALESSANDRO GUARASCI
Imagen: Una joven refugiada ucraniana consuela a su madre
(Foto: REUTERS)