«Nuestra pequeña iglesia en la parroquia de los Santos Mártires Cipriano y Justina en Antonivka ha dejado de existir. Ha sido destruida por un misil enemigo». Esto es lo que escribió el padre Ihor Makar en un post de Facebook el domingo 11 de agosto, después de que un ataque ruso devastara la iglesia greco-católica de la que es párroco. A los medios de comunicación vaticanos, el sacerdote relata el nacimiento de este lugar.
Ciudad del Vaticano, 13 de agosto 2024.- «Todo estaba en llamas, las casas ardían y el fuego ya se acercaba a la iglesia. La gente salió corriendo, no había bomberos: era peligroso que fueran allí porque serían atacados inmediatamente. La gente intentó hacer lo que pudo y salvó la iglesia: el fuego se detuvo a un metro de la capilla…. Pero no sé qué llevó a los que decidieron atacar de nuevo la iglesia. Quizá vieron que unía a la gente. Porque todo el mundo intentó salvar esa iglesia. Pero ayer no pudieron hacer nada porque hubo un bombardeo y dieron directamente en la capilla, que quedó completamente destruida». Estas son las dolorosas palabras que el padre Ihor Makar, párroco greco-católico de Antonivka, en la región de Kherson, comparte con Radio Vaticano – Vatican News para describir el triste suceso que tuvo lugar el domingo 11 de agosto: su capilla de los Santos Mártires Cipriano y Justina fue completamente destruida por un misil ruso. Dos días antes, el viernes 9 de agosto, esta pequeña iglesia estuvo en peligro de arder cuando un dron provocó un incendio.
Una historia que no acaba con el bombardeo
Conocimos al padre Ihor hace un mes, durante la grabación de una entrevista sobre su ministerio pastoral en la región de Kherson, una de las más castigadas por el ejército ruso. En la entrevista, habló de las parroquias situadas en las afueras de Kherson: en Zelenivka, Antonivka e Inzhenerne, donde lleva sirviendo casi veinte años. El sacerdote describió a los feligreses como su familia. La calidez y el amor por estas personas que se percibían en sus palabras le vinieron inmediatamente a la memoria cuando se conoció la triste noticia de la destrucción de la capilla. Contactado de nuevo por los medios de comunicación vaticanos, el padre Ihor Makar repasa la historia de la parroquia de Antonivka. Una historia que ciertamente no termina con la destrucción de la pequeña iglesia, porque lo más importante es que fue construida a lo largo de los años como un «templo en el corazón». Por lo tanto, ni los drones ni los misiles pueden destruirla.
Los comienzos
El P. Ihor llegó a la región de Kherson el 19 de agosto de 2005. El 25 de septiembre del mismo año fue ordenado sacerdote y se convirtió en párroco de la pequeña comunidad greco-católica de Antonivka. «Por aquel entonces», cuenta, «mi mujer y yo alquilábamos un piso en Kherson, porque no había casa parroquial en Antonivka, y celebrábamos misa en una pequeña casa. Al cabo de unos cuatro años, nos pidieron que la desalojáramos. En 2006, gracias al apoyo de nuestro obispo y de la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), compramos una pequeña casa parroquial. Así que, cuando nos quedamos sin lugar de culto, encontramos una salida: en el patio de la casa parroquial teníamos una casa de verano de unos 10 por 4 metros. Era muy vieja, ni siquiera tenía suelo. Pero lo acondicionamos para celebrar misa y la gente venía aquí todos los domingos».
Entonces, el padre Ihor empezó a reformarla para convertirla en capilla parroquial: «¡Lo conseguimos! El 17 de mayo de 2014, el obispo Mykhailo Bubniy, exarca de Odessa, consagró la capilla. Y así viví allí con mi mujer y mis hijos, que son cuatro y todos nacieron allí. Eso fue hasta la invasión a gran escala de Ucrania en 2022… Desde nuestras ventanas podíamos ver muy claramente el puente sobre el Dnipro donde empezaron los combates, y tuvimos que marcharnos porque había un peligro muy grande para nuestras vidas.»
La familia de la parroquia
Antes de la ocupación rusa y de los combates en la región de Kherson, la Iglesia greco-católica celebraba regularmente la Divina Liturgia y llevaba a cabo actividades catequéticas y caritativas. Debido al vacío religioso creado por el sistema ateo soviético en gran parte de Ucrania, no mucha gente acudía a la iglesia. «Los domingos asistíamos a misa entre diez y quince personas. A veces, en Pascua, eran hasta cincuenta. En cambio, muchos pedían el sacramento del Bautismo. Nos reuníamos en el patio de la parroquia, nos apoyábamos y nos ayudábamos todo lo que podíamos, y así era como vivíamos», cuenta el párroco.
Tiempos de prueba
El padre Ihor Makar recuerda que, durante la ocupación, los militares rusos vinieron a la iglesia una sola vez, preguntando por el sacerdote, pero no hicieron ningún daño. «Cuando el territorio fue liberado, fui inmediatamente a Antonivka, pero cuando vi que la línea del frente estaba muy cerca, temí por la propia gente, y decidí no celebrar más allí para no ponerlos en peligro. Siempre rezo por ellos porque sigo siendo su párroco, aunque la capilla haya sido destruida. También he intentado siempre enviar allí diversas ayudas que recibimos de la Fundación Mudra sprava o de los Caballeros de Colón. Por ejemplo, agua, porque allí no hay electricidad, agua ni gas. Incluso como director de Cáritas, el año pasado, cuando distribuimos leña para estufas, intenté asegurarme de que la recibían, porque necesitaban calentar sus casas al no tener otro medio de subsistencia».
Un momento lleno de amargura
Al hablar de la destrucción de la capilla el domingo, el sacerdote recuerda que dos días antes, el viernes, el lugar de culto estuvo a punto de arder debido al lanzamiento de un dron ruso. «Ahora también hay incendios en la región de Kherson porque hay zonas que no han sido desminadas y, por lo tanto, como consecuencia de los bombardeos o del lanzamiento de drones, la madera muerta prende fuego y todo arde». «Los bomberos», explica Don Ihor, «no pueden apagarlo porque el lugar puede estar minado, así que se quedan cerca de las carreteras». Lo mismo ocurrió en Antonivka: todo ardía, las casas estaban quemadas y el fuego ya se acercaba a la iglesia. Los bomberos sólo pudieron ayudar hasta cierto punto porque era peligroso acercarse: les habrían atacado inmediatamente. La gente hizo lo que pudo para salvar la iglesia, pero el domingo no pudieron hacer nada: hubo un impacto directo del misil que la destruyó por completo».
«Se me llenaron los ojos de lágrimas…».
El párroco relata que recibió la triste noticia de un vecino que le llamó cuando todavía se estaban produciendo los bombardeos. «La conexión era muy mala y resultaba difícil oír», relata. «El vecino me dijo que el tejado había desaparecido y yo pensé: ‘No es para tanto, ya lo repararemos’. Pero luego, cuando me enviaron las fotos, ni siquiera se lo dije a mi mujer… cuando las vi, me senté: vi que no era sólo el tejado, no sólo la cúpula, sino que todo había quedado destruido y no quedaba nada…». Mi mujer y yo trabajamos mucho para renovar ese edificio y convertirlo en capilla. Yo mismo hice el enlucido, porque no había dinero. Se me llenaron los ojos de lágrimas… Mis mejores años los pasé allí, al igual que los de mis hijos. Nacieron allí, crecieron allí, iban a la iglesia allí, porque estaba muy cerca: 7 metros de la casa a la capilla. Así que fue duro, pero de todos modos la vida sigue, no pierdo la esperanza y siempre digo que, gracias a Dios, todos siguieron vivos, que nadie resultó herido allí».
Los ancianos que no quieren irse
El padre Ihor explica que unos 600 adultos, en su mayoría ancianos, siguen viviendo en Antonivka. Todos los niños han sido evacuados. Él mismo propuso a algunos residentes trasladarse a otro pueblo, a su casa parroquial, pero se negaron. «‘No, padre Ihor, no puedo irme… ¿Y entonces quién se quedará aquí para supervisar?’, me dijo un vecino. Verá, algo se está quemando y nosotros lo apagamos, ayudando a salvar algo. Quizá mañana acabe la guerra y todo vaya bien'». «No puedo juzgarles ni decir que sea una decisión acertada: cada uno decide por sí mismo», reflexiona el pastor, «les comprendo, porque han pasado allí toda su vida, han hecho tantos sacrificios para construir una casa, y esperan tanto que no sea alcanzada. En cambio, vemos lo que está ocurriendo».
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