Entrevista al director de «Limes» sobre el conflicto actual: si se concretara, esta tregua «podría durar mucho tiempo y ser un primer paso hacia la paz».
Una tregua, el fin de la lucha. Una «no guerra», situación muy lejos de la paz. Pero al menos los bombardeos y la continua pérdida de vidas humanas se detendrían. Esto es lo que propone Lucio Caracciolo, director de la revista «Limes», que representas una referencia autorizada de análisis geopolíticos. Desde que comenzó la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, «Limes» ha aportado ideas para entender lo que está ocurriendo también a la luz de la historia reciente. Los medios de comunicación del Vaticano lo entrevistaron basándose en las palabras de Francisco.
En el Ángelus del domingo 3 de julio, el Papa Francisco pidió una paz que ya no esté «basada en el equilibrio de las armas, en el miedo recíproco». ¿Por qué parece tan difícil llegar a una negociación hoy en día?
Hay una diferencia con el período de la Guerra Fría, cuando nos condenábamos moralmente entre comunistas, demócratas liberales, capitalistas, etc., pero nos respetábamos más. Hoy en día no hay diferencia ideológica, pero hay una recíproca desconfianza casi total: no nos fiamos unos de otros, mientras que, durante el tiempo de la Guerra Fría, paradójicamente, sí nos fiábamos. Hoy en día es frecuente que se diga algo que es entendido de otro modo por el interlocutor: ya no existe ese lenguaje común que, en cierto sentido, garantizaba la paz en la época del enfrentamiento entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los estadounidenses y los soviéticos se entendían mucho mejor que los estadounidenses y los rusos se entienden hoy.
Rusia preparó y desencadenó esta guerra y ahora parece difícil detenerla.
Ciertamente – y no hay más que leer los periódicos para darse cuenta de ello – hay quienes esperan que Rusia, que quiso e inició esta guerra, salga debilitada. Y que así se disuada de poner en acto nuevas iniciativas bélicas, con la esperanza de que este debilitamiento ruso favorezca a Estados Unidos en su competencia con China, dado el actual alineamiento entre rusos y chinos. Para entender el contexto, hay que tener en cuenta también todo un arco de países de Europa central y oriental, prácticamente desde la península escandinava pasando por Polonia y hasta Rumanía, que por razones relacionadas con la historia de sus pueblos consideran a Rusia un peligro mortal.
Mientras tanto, la carrera armamentística, que el Papa ha calificado de locura, se ha reanudado. ¿Qué piensa de ello?
Tengo una idea diferente. Aunque parezca una paradoja, en realidad es un hecho: un cierto grado de armamento mutuamente reconocido se considera un factor de disuasión, es decir, un sistema para mantener la paz o al menos la «no guerra». Por supuesto, en un mundo ideal – que espero que algún día pueda hacerse realidad – el llamamiento del Papa contra el rearme representa la meta. Sin embargo, como vivimos en un mundo bastante imperfecto, que tiende a serlo cada día más, me conformaría con la «no guerra».
Y hoy en día esta «no guerra», dada la falta de confianza mutua y la incomunicación que he mencionado antes, sólo puede basarse en alguna forma de disuasión. El problema es que a estas alturas se puede dudar de que la disuasión siga existiendo, porque está surgiendo una nueva idea del uso de la bomba atómica a través de las llamadas bombas atómicas tácticas: como son un poco menos potentes, se quiere justificar su eventual uso. ¡Esto sería realmente impactante! Es decir, si esto ocurriera, si se utilizaran estas bombas atómicas, estaríamos ante una masacre total.
¿Qué soluciones de negociación ve posibles, para el presente y para el futuro, con el fin de detener la guerra?
Lamentablemente, hay una inercia de las guerras y también hay una economía de guerra. Hay una incomunicación y un odio que hacen pensar que esta guerra no terminará pronto. Mi impresión es que el conflicto está destinado a durar mucho tiempo. Pero también estoy convencido de que de aquí a los próximos dos o tres meses se pueda y se deba intentar alcanzar el objetivo de un alto el fuego. Atención: estoy hablando de una tregua, no de un tratado de paz ni de una decisión que cuestione las fronteras y las divisiones territoriales. Sólo hablo de que se detengan los combates, para que cesen los disparos y los bombardeos. Con la esperanza de que esta tregua pueda convertirse después, a falta de alternativas, si no en un dato permanente, al menos en un dato muy prolongado, según el modelo coreano.
Pero lo que usted propone significaría de alguna manera «congelar» un acuerdo, que es la situación bélica actual y que ve al ejército ruso controlar una parte del territorio ucraniano después de haberlo invadido…
Sí, pero la «congelación» de la que estoy hablando no sería un fin en sí mismo, sino un medio para rebajar la tensión y evitar así la pérdida de más vidas humanas y bienes materiales. Sin embargo, también podría convertirse en un primer paso para iniciar finalmente un diálogo y llegar a la paz. Pero me gustaría añadir que, en mi opinión, la paz es muy difícil en las condiciones actuales: hay una falta de confianza y también hay una falta de certeza tanto para Putin como para Zelensky en cuanto a su futuro después de las posibles negociaciones. En estas circunstancias, ni siquiera un alto el fuego por sí solo será fácil de conseguir que se acepte, ni para uno ni para el otro. No obstante ahora mismo, un alto el fuego es una necesidad y una posibilidad: ambos países están, de hecho, bastante agotados desde el punto de vista militar.
¿Qué más podría hacer Europa para llegar a este resultado?
Desgraciadamente, se nota una ausencia… es un dato de hecho que tendemos a camuflar con la retórica de Europa, que luego choca con la realidad: falta un sujeto geopolítico europeo. Es más, nunca antes como en este caso habíamos visto, lamentablemente, lo diferentes que son las posiciones y los intereses que dividen a los países europeos. Seguramente hay un bloque antirruso.
Y luego hay un bloque que sería un error llamar pro-ruso, pero que parece más propenso a participar en las negociaciones y que incluye a Italia, Francia, Alemania y, en general, a Europa occidental. Después está la posición húngara que, en cambio, es abiertamente pro-rusa. Además, está la posición británica, que es similar a la estadounidense, pero un paso por delante. Y, por último, ¿queremos hablar de Turquía? En definitiva, en el espacio europeo, y específicamente en el de la Unión Europea y en el de la OTAN, hay muchas posiciones diferentes. Pero estoy convencido de que ninguno de ellos puede ser realmente decisivo. Porque creo que quien, realmente, puede convencer a los rusos y a los ucranianos de la paz son los Estados Unidos.
¿Seguiría siendo deseable una posición unitaria de Europa?
No es tiempo de deseos, sino de hechos. Entonces, un día, quién sabe, tal vez veamos una Europa unida hablar con una sola voz. Pero como este objetivo no parece estar en el horizonte, al menos en los próximos años, creo que debemos actuar ahora, y entonces los países europeos por separado pueden desempeñar un papel. Sin duda, Turquía también se está labrando uno. Pero, en definitiva, estoy convencido de que, desde un punto de vista estratégico, la actual guerra desatada con la invasión de Ucrania por el ejército ruso puede considerarse, en cierto modo, una guerra indirecta y no declarada entre rusos y estadounidenses, con China también en medio como adversario de Estados Unidos y alineada con Rusia. Y, por tanto, su solución es un asunto de las grandes superpotencias y no de las potencias medias o, en todo caso, de las europeas. Creo que sólo las llamadas telefónicas entre Putin y Biden y entre Biden y Zelensky, en definitiva, una triangulación con Washington, podrían dar la luz verde a una negociación.
¿Usted cree que el actual gobierno ruso podría implosionar, como han afirmado algunos analistas?
La cuestión es más complicada de lo que se piensa, porque cuando un gobierno implosiona, en Rusia, el Estado también implosiona. Lo vimos en la Revolución de Octubre, lo vimos con el fin gorbachovista de la Unión Soviética. Nunca es un simple cambio de régimen: el Estado en sentido estricto cambia, las fronteras cambian, las instituciones cambian, las estructuras cambian. Así pues, si hipotéticamente Putin perdiera el poder a causa de una guerra y no simplemente porque fuera derrotado en las elecciones – esta última circunstancia me parece un poco difícil en este momento – lo más probable es que se produjera el colapso de la Federación Rusa. No debemos olvidar que la Federación Rusa no fue creada por alguien con algún propósito: es simplemente el resultado de la descomposición de la Unión Soviética. Al fin y al cabo, Rusia y Ucrania son dos Estados post-soviéticos que, al final del desmantelamiento de la URSS que tuvo lugar a finales de los años 80 y principios de los 90, se encontraron en una situación que ambos consideran provisional.
¿Usted está de acuerdo con la decisión de los gobiernos occidentales de enviar armas con fines defensivos a la Ucrania agredida?
Considero que haya sido justo enviar armas a la Ucrania agredida y que sea justo seguir haciéndolo, dentro de ciertos límites y bajo dos condiciones. La primera es que, a través de este hecho de solidaridad fáctica y pragmática, es decir, la de armar a la parte más débil y agredida sobre el terreno, podemos influir de alguna manera en a quién estamos ayudando. Y la segunda condición es que Ucrania no debería, en mi opinión, pedir armas y luego posiblemente utilizarlas para atacar directamente a Rusia u otro país. Para defenderse, está bien, pero más allá de esto, no. Por último, añadiría que, a pesar de toda la ayuda militar que hemos enviado desde Occidente, ésta no ha resultado decisiva. Porque ahora, lo que necesitan los ucranianos, además de armas e incluso más que armas, son hombres, son soldados. Y estos llegan en cantidades limitadas y, esencialmente, en forma de mercenarios.
Sin embargo, seguimos comprando gas ruso, sin el cual tendríamos problemas para calentar nuestros hogares. De hecho, como señaló Gaël Giraud en la entrevista anterior, financiamos indirectamente la guerra de Putin…
No hay duda de ello. Pero también es cierto que debemos vivir, y si no hay gas, nuestros países están prácticamente acabados. La situación en Alemania es especialmente grave; aquí en Italia quizás menos, pero está claro que la energía es absolutamente existencial para nuestros países, no es un bien superfluo. Por otro lado, Ucrania también compra sus reservas de gas a los rusos. Durante la Guerra Fría, la Unión Soviética y los países europeos de la OTAN vendían y compraban gas. La cuestión, en definitiva, no es tanto esta. En cambio, hay que alcanzar rápidamente un alto el fuego, que implique también una reducción de las sanciones y contra-sanciones. Porque no sólo hay una guerra sobre el terreno, también hay una guerra económica que hace que se corra el riesgo de efectos devastadores sobre la humanidad en su conjunto, y sobre las partes más débiles de la humanidad aún más que la guerra en el Donbás.
El Papa, citando a un jefe de Estado, habló de los «ladridos de la OTAN en las fronteras rusas», palabras que causaron debate. ¿Cuál es su reflexión al respecto?
Creo que lo que caracteriza a esta guerra es el predominio total de la propaganda sobre el análisis realista. Un análisis realista no significa en absoluto justificar al agresor. En cambio, significa intentar ponerse en su lugar, intentar razonar como él y entender por qué hace ciertas cosas y no otras. Ahora bien, no cabe duda de que cuando decidimos hacer avanzar a la OTAN hasta el espacio post-soviético y quizás incluso hasta casi los muros del Kremlin, lo hicimos por dos razones principales. La primera es que, desde nuestro punto de vista, mantener espacios vacíos entre nosotros y Rusia no era lo ideal.
Y la segunda es haber pensado que de esta manera podríamos crear una presión permanente sobre Rusia, pero sin ninguna claridad básica sobre lo que realmente queríamos conseguir. Ampliamos la OTAN sabiendo cómo piensan los rusos. Independientemente del régimen que la gobierna – sea zarista, democrático, fascista o comunista – Rusia se sintió y se sigue sintiendo de alguna manera cercada por el Occidente y sin fronteras naturales. Los rusos consideraban indispensable un espacio bastante amplio entre Moscú, o San Petersburgo, y los posibles «invasores». Esto lo sabíamos y no lo tuvimos en cuenta. Pero quiero dejar muy claro que lo que acabo de exponer no puede justificar en absoluto – y de hecho hace aún más estúpida, además de criminal – la agresión contra Ucrania, que en última instancia redujo el poderío ruso, en lugar de aumentarlo.
ANDREA TORNIELLI
Vatican News
Imagen: Rusia-Ucrania: Una de las últimas sesiones de negociación en Bielorrusia
(Foto: ANSA)