Cuando el teólogo John Esposito decidió estudiar el islam a finales de los 1960, le preguntaban: «¿Por qué? ¡Nunca encontrarás trabajo!». La revolución iraní en 1979 hizo que aumentara el interés por esta religión. Pero siempre –lamenta– bajo la óptica del radicalismo y la violencia. Este profesor de Religión y Política Internacional en la Universidad de Georgetown recibió el 18 de abril el doctorado honoris causa por la Universidad Pontificia de Comillas
Con la derrota del ISIS, Occidente se enfrenta al regreso de ciudadanos suyos que se unieron al yihadismo. Usted ha estado en la Red de la Comisión Europea sobre desradicalización. ¿Cómo se puede abordar este reto?
Hay que ser realistas: es un desafío. A veces se enfoca de forma ingenua, pensando que basta con que líderes musulmanes les digan a estos jóvenes que el islam no es violento. Los estados –o quienes asuman esta labor–, si realmente quieren desradicalizar a los yihadistas y no solo encarcelarlos, tienen que elaborar programas en los que haya psicólogos, pero también expertos en radicalización. No personas que simplemente hayan estudiado teología islámica o el terrorismo, sino que realmente hayan lidiado con él. Pero lo absolutamente esencial es que se implique a las comunidades musulmanas, no solo a sus líderes. Ellas están dotadas para un diálogo que otros no pueden emprender de forma creíble.
¿Escucharán los radicales a la comunidad islámica, cuando muchos dejan de ir a las mezquitas?
Debemos asumir que no todos estarán abiertos a desradicalizarse, y simplemente seguirán siendo criminales.
La misma radicalización de personas criadas en nuestros países inquieta. Algunas voces, mirando a algunos guetos, dicen que los musulmanes son incapaces de integrarse.
En Estados Unidos, los musulmanes –en su mayoría descendientes de inmigrantes que llegaron con una buena formación– tienen el mismo nivel educativo y laboral que el no musulmán medio. En Europa es distinto porque a la mayoría se la dejó entrar como mano de obra no cualificada. Hoy muchos viven en zonas pobres con mucho paro, mala educación y pocos servicios. Es una cuestión social, no religiosa, y solo ahora los medios están empezando a enfocarla así. Hay que ofrecerles una educación de calidad que les permita acceder a buenos trabajos, y la sociedad debe aceptarlos aunque no sean blancos. Porque hoy incluso los musulmanes bien formados y motivados son discriminados. Algunos de estos se han radicalizado también. «He ido a la universidad –pueden pensar– pero ante mí la gente reacciona en función a lo que ven en los medios, donde mi religión y mi cultura de origen siempre se muestra de forma negativa».
¿En qué consiste exactamente ese sesgo informativo?
Un estudio del grupo Media Tenor a partir del análisis de cerca de un millón de noticias publicadas en Estados Unidos y Europa entre 2001 y 2011 mostró que las informaciones sobre violencia en el islam eran 20 veces más numerosas que las que informaban sobre el contexto más amplio del mundo musulmán. Otro estudio mostró que, entre 2015 y 2016, ocho –a veces nueve- de cada diez noticias sobre musulmanes en Europa y América eran negativas. Debemos informar de las cosas, claro. Pero si no se explica el contexto más amplio la gente empieza a pensar que lo que representa a esta gente es la violencia.
Foto: Universidad Pontificia de Comillas
Hace diez años, usted participó en una macroencuesta en 35 países musulmanes para Gallup. ¿Cómo es ese islam real que la encuesta describió?
Tras el 11S, mucha gente decía que «el islam nos odia porque somos democráticos y libres». Pero descubrimos que una mayoría de musulmanes admira a Occidente precisamente por la democracia y el desarrollo económico y educativo. Su rechazo se debe a que sienten que no los respetamos. Solo hay que mirar algunas campañas electorales. Otra cuestión problemática es su idea de que a Occidente no le interesa impulsar la democracia allí si no piensa que le beneficiará. Tras la independencia, en estos países surgieron autócratas con apoyo occidental; algunos siguen hoy. El mismo George W. Bush reconoció que Estados Unidos había estado abierto a promover la democracia en cualquier sitio, pero no en Oriente Medio.
Se alega que de la democratización surgirán gobiernos islamistas.
Permitir a la gente elegir también ha llevado a autoritarismos en Occidente. ¿Dejamos de votar? Hay movimientos islámicos violentamente radicales y terroristas. Pero muchos otros, cuando han podido, han funcionado dentro del sistema político: en Kuwait, en Jordania, en Pakistán, en Túnez, y un tiempo en Egipto. Hay que tener tolerancia cero con los terroristas, pero también darnos cuenta de que son una fracción de una fracción. En su mayor apogeo, el ISIS ha tenido 30.000 o 40.000 miembros, ¡entre 1.600 millones de musulmanes! La mayor parte de los musulmanes no está dispuesta a implicarse en una yihad militar.
¿Ni justifican la violencia?
En el estudio de Gallup se vio que las motivaciones primarias de la violencia son políticas y socioeconómicas. El factor religioso se usa para legitimar esta agenda y captar gente. Esto no pasa solo en el mundo musulmán, sino entre los budistas frente a los rohinya, en el conflicto israelopalestino o en Irlanda del Norte. Otro estudio ha demostrado que los musulmanes que defienden la violencia no son particularmente religiosos. La violencia no refleja la corriente principal del islam.
María Martínez López
Imagen: Julio Martínez SJ, rector de la Universidad de Comillas,
impone el anillo de doctor a John Esposito.
(Foto: Universidad Pontificia de Comillas)