Siempre es aconsejable que las personas mayores vivan en sus hogares hasta el final de sus días pero, en ocasiones, esta posibilidad no es viable.
Jorge es el pequeño de cuatro hermanos. Vivió en casa de sus padres hasta que a los 34 años se casó, y entonces su madre Pilar se quedó sola. Ella estuvo varios años viviendo de casa en casa de hijos.
La decisión de llevarla a una residencia fue muy dura «porque nunca lo habíamos planteado así y porque siempre pensamos que estaría con alguno de nosotros. Yo tengo cinco hijos y la situación, incluso matrimonial, fue muy tensa debido a su carácter. Se planteó que descansara un verano en una residencia y que después volviera a casa de mi hermano».
Pasado ese tiempo, ella dijo que no, que allí tenía más libertad y no había luchas familiares… «Tienes la sensación de que toda tu vida te ha cuidado y que, ahora, cuando te necesita parece que la abandonas y huyes de esa responsabilidad. Cuando piensas con la cabeza fría te das cuenta de que no estás huyendo, sino que la residencia es lo mejor para ella y para ti, porque está más atendida y cómoda».
Jorge apunta que «todas las decisiones las tomamos los hermanos de forma conjunta, porque impera el sentido común, aunque no estemos de acuerdo en todo».
Explica que todavía tiene sentimiento de culpa. «Aún sueño con que me toque la lotería y llevarla a casa. Pero luego pienso que aquí está cuidada con una calidad humana brutal», concluye.
Cuando estar en casa no es viable
Cuando se habla de vejez y de cómo vivir los últimos años de la vida, no hay que obviar que cada mayor es un mundo, por su propia historia y circunstancias. Siempre es aconsejable que estas personas vivan en sus hogares hasta el final de sus días pero, en ocasiones, esta posibilidad no es viable: cuidados extremos, no disponer de una casa habilitada para una adecuada calidad de vida, dependencia absoluta, hijos demasiado ocupados profesionalmente, que viven en ciudades o países distintos…
Llevarles a un centro residencial se presenta, en muchas ocasiones, como la única opción para que no estén en soledad y desatendidos. No es una decisión fácil para nadie, no solo por cuestiones económicas, sino emocionales.
Los expertos en tercera edad consideran que la familia debe decidir llevarle a una residencia si el mayor sufre demencia o deterioro cognitivo, pero que, si su estado de salud lo permite, debe tomar la decisión el propio anciano, puesto que supone un cambio de vida muy importante para él.
Solo plantear esta posibilidad genera un revuelo en la familia, muchas veces incluso conflictos, sobre todo en los hijos que, por lo general, se sienten dolidos por no poder dar una vida mejor a sus padres.
Apuntan que generalmente surgen controversias sobre cuál es la mejor forma de cuidarles: en casa de un hijo, por meses rotando en la casa de cada uno de ellos, aportando una cantidad económica para contratar a alguien, llevarle a una residencia… Estos conflictos generan a veces sensaciones de injusticia por parte de aquellos que asumen una mayor responsabilidad en el cuidado y suelen avivar enfrentamientos ocultos durante años.
Lo verdaderamente importante es no perder de vista el objetivo principal: garantizar que los progenitores dependientes reciban la atención adecuada en cualquier caso.
Cuando van a una residencia, se les saca de su hogar, del entorno en el que se sienten cómodos y seguros rodeados de todas sus pertenencias y recuerdos. «La cuestión es que la residencia tiene muy poco de hogar y mucho de institución y no hay que olvidar que allí se va a vivir. Además, hay demasiadas normas, se supone que para velar por su seguridad, lo que justifica todo, incluso las sujeciones, por lo que se restringen sus derechos», apunta Mayte Sancho, directora científica de Matia Instituto Gerontológico.
Lo fundamental, según los expertos, es no engañar nunca al mayor. Hay que comunicarle desde el primer momento la decisión de ir a una residencia y explicarle los motivos. También es recomendable que la búsqueda sea conjunta para que él pueda expresar su opinión, puesto que es quien va a cambiar de vida.
Se deben visitar los centros residenciales, no solo dejarse deslumbrar por bonitas fotos de los catálogos o anuncios, y asegurarse que se puede «entrar hasta la cocina» para comprobar que todo es del agrado del posible nuevo huésped y de sus familiares. En definitiva, que se trate de un lugar donde vaya a estar cuidado para tranquilidad de todos. «Los familiares no deben ser tímidos y deben atreverse a preguntar todo aquello que les preocupe y asegurarse de que tienen libertad para visitar a su mayor, comer con él o asearle si lo desean. Debe ser como una casa abierta», matiza Sancho.
Esta experta también aconseja que, desde el principio, la familia acompañe todo el tiempo que sea posible al mayor en su nueva estancia y no hacer caso de aquellos que recomiendan que es más apropiado dejarle solo los primeros días para que se adapte mejor. Son mayores y frágiles, con muchos sentimientos y emociones a flor de piel, por lo que necesitan dosis considerables de cariño y vínculo familiar para no sentirse inseguros.
El día de llegada hay que acompañarle, ayudarle a colocar sus cosas y lo ideal es estar con él cuanto más tiempo mejor, dejarle acostado y darle el correspondiente beso de buenas noches. «No se puede hacer un drama en la despedida porque puede desconcertar al mayor, que es el principal afectado y que entra en un lugar en el que agotará sus días –apunta Mayte Sancho–. Los familiares no deben olvidar que se debe ir llorado de casa para no añadir angustia ante una etapa nueva que se le presenta en la vida no exenta de inseguridades y miedo».
También deben establecer un cuidador de referencia al que ofrecerle toda la información del mayor para que tenga más datos para atenderle y saber con exactitud cómo se encuentra en cada momento.
Para tranquilidad de todos, María Lasa, directora de las residencias de la Fundación ViaNorte-Laguna, explica que trasladan a la familia el mensaje de que su función sigue siendo imprescindible «y que necesitan de su vinculación para que la calidad y bienestar del mayor sean completos. De esta forma se les da más importancia y se les ayuda a minimizar su sentimiento de culpa al dejarles allí».
Reducir ansiedad
Para que el proceso sea más sencillo, esta directiva apunta que se establece una relación muy estrecha entre la familia y los cuidadores y auxiliares de enfermería para que estén permanentemente informados de cómo se siente y encuentra el nuevo huésped.
Asegura que, de esta forma, se reduce el sentimiento de culpabilidad, la ansiedad y el nerviosismo por no estar al lado del mayor y no saber cómo está en cada momento. Es fundamental que se establezca una relación de cercanía y confianza para tranquilidad de todos.
Visión global
Nos obstante, matiza que esta inquietud inicial se disipa según pasa el tiempo y comprueban que la atención no es teórica, sino que es real. Es entonces cuando se acercan al centro con mayor sosiego y aumenta su confianza cuando el personal les explica cómo está su ser querido y ellos pueden comprobarlo.
«Es importante que tengan una visión global de todo lo que le afecta y sepan cómo está atendido desde en punto de vista alimentario, cognitivo, de higiene… Solo con la sensación de que está todo controlado, la familia podrá de verdad sentirse satisfecha con su decisión de haberle llevado a una residencia», concluye Lasa.
Laura Peraita (ABC)
Errores más comunes: lo que nunca hay que hacer
Decidir por ellos
Salvo que la persona mayor no esté en plenitud de sus facultades cognitivas y mentales, siempre es quien decide qué hacer con su vida. Es decir, si desea o no ir a una residencia.
No informar
La búsqueda de un centro residencial debe ser conjunta, en familia, y antes de ingresar, la persona mayor debe haberlo visitado para dar su visto bueno. Pasará allí el resto de su vida. Nunca llevarles engañados.
Buscar culpables
Sacar a un anciano de su hogar siempre es doloroso, pero los cuidadores de la residencia no son los culpables de que tengan que estar bajo su atención. No hay que verles como al «enemigo». Mejor ser aliados.
Despedidas dramáticas
Desde el primer día, se deben evitar las despedidas dolorosas. «Se debe ir llorado de casa». El principal afectado es el mayor que se queda en la residencia.
Falta de confianza
No todos los centros residenciales son iguales. Asegúrese de que el elegido cumple con la normativa y todos los cuidados que desea para su ser querido. Confíe y establezca buena relación con sus profesionales.
Estela, hija de Margarita: «Como uno mismo nadie les cuida»
Estela es soltera y cuando falleció su padre en 2004 se fue a vivir con su madre que se quedó sola. Buscó cuidadora para sentirse tranquila mientras se iba a trabajar cada día, aunque apunta que las distintas experiencias que tuvo no fueron satisfactorias.
Reconoce que se ha sentido muy sola porque sus dos hermanos fallecieron. «Al morir mi hermana tuve que ingresar a mi madre en una residencia unos días para poder viajar y ocuparme de todo y porque mi madre desconocía que su hija había fallecido. Es muy doloroso sentir que no tienes a nadie que te sustituya porque sabes que como uno mismo nadie la va a cuidar».
Finalmente, en 2015 no tuvo más remedio que ingresarla en la residencia de la Fundación ViaNorte-Laguna. «Cuando le dije que tenía que volver allí me respondió: “lo que haga falta”. «Vi el cielo abierto al verla tranquila. La dejé un miércoles y fue un momento de calma tensa porque sentí que fue muy bien acogida y sonreía. No volví hasta el domingo. Lo pasé fatal porque en mi cabeza solo estaba ella. Me pasé casi dos días tumbada, agotada. Quería convencerme de que se adaptaría bien. El personal de la residencia me llamaba y me decía que estaba bien y tuve el apoyo de amigos para afrontar aquellos días».
Explica que aun hoy, «cada vez que salgo de la residencia me dan escalofríos porque pienso que algún día será el último. Me queda la tranquilidad de que durante los once años que he cuidado de mi madre, que hoy tiene 91 años, lo he hecho lo mejor que he podido y sabido. Eso es lo más importante y con lo que uno se tiene que quedar».
Laura Peraita (ABC)