«Sentía una pena grande en el corazón por todo lo que estaba pasando y, enseguida, me vino el pensamiento de querer ayudar y ofrecer todo lo que tenemos», confiesa el obispo diocesano.
27 de marzo 2022.- El lenguaje del amor y de la solidaridad es universal. Por eso se abrazan, a pesar de que no se conocen ni se entienden. De un lado, Eusebio Hernández Sola, obispo de Tarazona, y del otro, una refugiada ucraniana, que, ante la incapacidad de hacerse entender en su idioma natal, se lanza a los brazos del prelado como gesto de agradecimiento.
Hace tan solo cuatro días, ella se encontraba en una instalación para refugiados en Polonia después de escapar de la cruenta invasión de Putin. Y ahora se aloja en el monumental Seminario de la Inmaculada, en Tarazona, después de que la Iglesia lo ofreciera para acoger a quienes lo han perdido todo a causa de la guerra. «Sentía una pena grande en el corazón por todo lo que estaba pasando y, enseguida, me vino el pensamiento de querer ayudar y ofrecer todo lo que tenemos», confiesa Hernández Sola. Pero, ¿cómo hacerlo? «Nosotros somos una diócesis pequeña», pensaba entonces.
Aksana
Refugiada
Es una de las refugiadas acogidas. Ha venido acompañada por su hijo, Simeón. No así de su marido. «Está en Kremenchuk. Es el encargado de vigilar un búnker», explica. Ella y su hijo salieron del país el 7 de marzo «porque había muchas sirenas avisando de los bombardeos y el niño se bloqueaba por la ansiedad». Cuando se le pregunta por la acogida en el seminario esboza una sonrisa: «Jamás en esta vida alguien hizo algo parecido por mí».
A pesar del tamaño de la Iglesia local, hasta 62 personas están siendo acogidas desde el domingo 13 de marzo en el edificio, que otrora se encontraba habitado por jóvenes aprendices de sacerdotes y ahora por quienes han de volver a aprender a vivir en paz. «Pero no es mérito nuestro. Esto no habría sido posible sin la implicación de la sociedad civil y de las autoridades», repite una y otra vez el obispo.
No le falta razón. De hecho, las familias acogidas nunca hubieran llegado hasta allí si no hubiera sido por gente como Miguel Taus. «Eran las 7:00 horas, estaba en casa viendo la televisión y a cada noticia sobre Ucrania reaccionaba con un “pobre gente”», recuerda este vecino turiasonense. En un momento dado, los lamentos se convirtieron en una pregunta: «¿Qué hago diciendo “pobre gente” desde mi cama?» Acto seguido, «le mandé un guasap a un amigo para ver si se venía conmigo a Polonia a traer refugiados». La respuesta fue inmediata y afirmativa. Taus se vino arriba y, sobre la marcha, «llamé a otro amigo, José Ignacio Albericio, para ver si me dejaba su furgoneta de siete plazas. “Es que me voy a Polonia a traer ucranianos”». Diez minutos después, no eran ni las 8:00 horas, «se plantó en mi casa y empezamos a organizar todo mientras desayunábamos», recuerda Miguel desde una de las salas del seminario que ahora hace las veces de cuarto de estar.
Lo siguiente fue escribir un par de mensajes a algunos conocidos para pedir ayuda humanitaria «y corrieron como la pólvora por todo el pueblo. Mi teléfono echaba humo», reconoce el vecino, que incluso tuvo que pedir un pabellón municipal al alcalde para poder almacenar todo lo que la gente del pueblo estaba donando. Al final, el convoy, compuesto por tres camiones, nueve furgonetas y 18 voluntarios, partió desde Tarazona el miércoles 9 de marzo. «El mismo día que llegamos, salía un tren para Kiev en el que pudimos meter las dos toneladas de medicamentos que habíamos recogido. Los alimentos se los entregamos a la ONG del chef José Andrés». La comitiva regresó el domingo 13 de marzo con 62 ucranianos previamente seleccionados. «La idea era traerse a 56 personas, pero, una vez allí, nos dimos cuenta que había que partir una familia y nos negamos en rotundo», asegura Miguel Taus. Los voluntarios decidieron, entonces, alquilar un coche en Polonia que ahora no saben muy bien cómo devolver.
Mirar al futuro
Una vez en tierras aragonesas, los voluntarios son conscientes de que el trabajo no ha acabado. La acogida en el seminario, en la que también ha contribuido el Ayuntamiento –con la aprobación por parte de todos los grupos municipales de una aportación económica de 40.000 euros para sufragar los gastos de manutención–, es temporal. La idea es que los refugiados puedan ir integrándose, y normalizando su situación, poco a poco. «Que puedan aprender el idioma, encontrar un trabajo, costearse su propia vivienda…», concluye Taus.
Pero para lograrlo, «hace falta trabajar unidos. Es una labor de todos, de la Iglesia, junto con la sociedad y las autoridades». De hecho, ahora mismo son los Servicios Sociales de la comarca de Tarazona y el Moncayo quienes están coordinando toda la intervención con las personas que han llegado. «Esto es lo bonito de toda esta historia», asegura Eusebio Hernández Sola.
JOSÉ CALDERERO DE ALDECOA
(Alfa y Omega)
Imagen: El obispo y Miguel Taus (primero por la izda.)
junto a varios refugiados y voluntarios.
(Foto: José Calderero de Aldecoa)