El Servicio Jesuita al Refugiado trabaja en cuatro campos de refugiados de Chad para prevenir la discriminación y violencia que sufren muchas niñas.
Suad (nombre inventado) tiene 12 años, y desde que tiene memoria vive con su abuela de 80 años en una casita en un campo de refugiados en Chad. En este país viven 400.000 refugiados. La mayoría de ellos desde hace ya diez o 15 años. De cada diez, seis son niños, y no recuerdan las guerras de las que huyeron sus familias porque han nacido allí o llegaron de bebés.
Suad no tiene padres y, como su abuela es muy mayor, ni ella ni sus hermanos mayores van a la escuela: todos trabajan para sobrevivir. En los campos de refugiados, solo estudia la mitad de los niños. Las niñas, incluso menos. «La gente piensa que son menos importantes que los chicos, y además suelen tener que hacer muchos trabajos en casa»: buscar leña, traer agua, cocinar, cuidar a sus hermanos… «Casi no tienen tiempo para estudiar ni para jugar», explica Sifa Kaite, del Servicio Jesuita al Refugiado. Esta entidad de la Iglesia da educación a 60.000 niños en cuatro campos de este país.
Sifa nos cuenta que, además de esta discriminación, las niñas también sufren más violencia que los niños. Pueden sufrir abusos cuando van solas a por leña o agua. A muchas les hacen un corte en la vulva, que se llama mutilación genital. Duele mucho y les causará problemas de salud durante toda su vida. Muchos hombres no quieren casarse con una mujer que no haya sido mutilada.
El riesgo de Suad era otro. «A su abuela se le podía ocurrir intentar casarla muy pronto. Tal vez le diera miedo que, como no va a la escuela, empezara a ir por ahí con chicos. Y, además, si la niña se casa, desde entonces se encargaría de ella su marido» y en la familia habría una boca menos que alimentar. En Chad, siete de cada diez niñas se casan antes de cumplir los 18 años.
Educación para niñas… y padres
Para evitarlo, Sifa y su equipo hablaron con los maestros de la escuela de su campo, «para que el curso siguiente volviera a clase. Y también empezó a ir a un sito que llamamos Espacio Amigo de los Niños, donde se educa a los alumnos a través del juego. Allí, Suad ha vuelto a ser una niña, después de muchos años teniendo que comportarse casi como una adulta. Es muy importante conseguir que el máximo número posible de niñas vayan a la escuela».
En clase, además de las distintas asignaturas, se enseña a las niñas a reconocer cuando alguien se está portando mal con ellas, y a defenderse. «Y damos también mucha información a los padres, porque cuando la gente entiende las consecuencias» de algunas cosas que hacen por costumbre, se dan cuenta de que están mal. Toda esta labor la lleva adelante el Servicio Jesuita al Refugiado con ayuda de la campaña La luz de las niñas, de la fundación Entreculturas.
Uno de los proyectos que han puesto en marcha con el dinero que les llega desde países como España es un taller para ayudar a las niñas cuando tienen la regla. «En casa no les explican qué les está pasando porque es un tabú», algo de lo que les da mucha vergüenza hablar. «Mucha gente cree que, durante esos días, las niñas están enfermas y son impuras». Como además no tienen compresas y en sus colegios no hay cuartos de baño, muchas dejan de ir a clase esos días, o abandonan totalmente los estudios. El Servicio Jesuita al Refugiado ha llevado a los centros agua, jabón, pastillas para el dolor de tripa y compresas. También ha dado charlas a 500 chicas, además de a sus familias, y a los chicos. «Les explicamos –cuenta Sifa– que es algo natural y que esos días se pueden pasar de forma normal. Les decimos también que no están impuras. Al contrario, significa que el día de mañana pueden ser madres y dar vida, y eso es maravilloso».
María Martínez López
Imagen: Unas niñas estudian en uno de los colegios del Servicio Jesuita al Refugiado en Chad.
(Foto: Entreculturas)