La religiosa de la congregación de las Pobres Hermanas Escolares de Nuestra Señora relata lo que aprende y experimenta mientras ejerce su ministerio como comadrona en la maternidad del hospital de Nsawam (Ghana). Además de la asistencia al parto, a través de la educación sanitaria la hermana Esther ayuda a las madres a tomar decisiones responsables y a cambiar sus vidas a mejor.
Mi experiencia laboral en el sector de la salud ha sido un viaje de aprendizaje, ayuda, empoderamiento, amor. Descubrí que hay muchas razones por las que a algunas personas les resulta difícil mantenerse saludables: pobreza, falta de atención y educación para la salud, prácticas y creencias dañinas, hasta cónyuges o miembros de la familia hostiles. Como profesional de la salud, trato de ayudar a cada individuo a abordar estos aspectos con la ayuda de la familia y la comunidad.
Actualmente soy matrona en la sala de maternidad del hospital de Nsawam, en Ghana. Trabajar con madres, niños, familias, jóvenes, parejas y mujeres embarazadas para lograr una salud óptima ha sido gratificante, pero también un desafío. Ser parte del proceso de nacer siempre ha sido una experiencia fantástica: es mi oportunidad de participar en la creación de Dios, y esta es una de las experiencias más increíbles para mí. No dejo de sorprenderme de la profundidad de la experiencia de ser uno de los primeros en recibir a un recién nacido en el mundo.
Aceptar la confianza de los padres y asumir la responsabilidad de cuidar, alimentar y ayudar a sus hijos me da un gran sentido de logro y servicio a Dios. Incluso después del parto, nuestros caminos se siguen cruzando. Puedo seguir a los que viven cerca, a veces incluso puedo asistir a las ceremonias de bautizo o de imposición del nombre. A otros los vuelvo a ver cuando vienen para las vacunas y los controles. Cuando crecen, mi corazón late fuerte cada vez que los encuentro: me siento realizada, agradecida y honrada de participar en la creación de Dios.
Aprendiz de por vida
El tiempo que he pasado en la maternidad me ha enseñado que, por muy preparada que esté una comadrona, sigue aprendiendo con cada nueva experiencia. Hay situaciones en las que se necesita la ayuda de un médico experimentado, cuando es necesario tomar decisiones difíciles, cuando la mujer debe ser confiada a un cuidado adicional. Saber cómo manejar la situación y qué decisiones hay que tomar: todo esto forma parte de la profesionalidad de la matrona. Por eso tendré que ser aprendiz de por vida.
Ayudar con amabilidad y respeto
De mi experiencia he aprendido que regañar y acusar ciertamente no lleva a las personas a cuidarse más; más bien, puede llevarlas a no confiar más en sus necesidades y sentimientos, empujándolas en cambio a las manos equivocadas de falsos profesionales de la salud: esto me ha enseñado a ser amable y comprensiva cuando trato con pacientes.
Gran parte de mi trabajo, como el de cualquier partera, está dirigido a responder a las necesidades sanitarias de las mujeres. Lo más importante que cualquiera puede hacer por el bienestar de otra persona es escuchar, conocer sus ideas, experiencias, necesidades, preguntas e inquietudes. Esto significa que hay que hablar con ellos y no a ellos, haciéndoles entender que estamos interesados en su bienestar. A menudo, una palabra amable, una caricia afectuosa o una conversación respetuosa pueden más que una medicina. Al mostrar atención y respeto a una mujer, la ayudamos a aprender a cuidarse y respetarse a sí misma.
Los cambios requieren tiempo
También he aprendido que los cambios llevan tiempo. Por ejemplo, yo tardé mucho tiempo en aceptar las consecuencias del Covid-19: todo se invirtió y muchos de nosotros nos quedamos con un gran miedo. Sin embargo, teníamos que seguir reuniéndonos con todas las personas que necesitaban nuestro cuidado y ayuda. Ese periodo ha hecho que el vínculo entre nosotros, como grupo de trabajo, se haya fortalecido y nos haya hecho sentir como una familia. Necesitábamos el hombro del otro en el que apoyarnos. Sabemos que ninguno de nosotros individualmente puede hacer todo lo posible para seguir luchando contra este virus. Además, hemos aprendido que trabajar con otros para formar una unidad o comunidad fuerte marca la diferencia, incluso si los cambios no son visibles de inmediato. La presencia y una pequeña sugerencia pueden ser para el otro un estímulo que ni siquiera podemos imaginar.
Pon en práctica lo que enseñas
Mis pocos años en el cuidado de la salud me han hecho darme cuenta de que las personas a las que cuido prestan más atención a lo que hago que a lo que digo. Como matrona, he aprendido que puedo ser un buen ejemplo para las mujeres en la forma en que las considero y las trato. Por ejemplo, antes de enseñar a una mujer los conceptos de higiene, me aseguro de haberme lavado las manos y limpiado el ambiente en el que la recibo. Somos conscientes de que las personas con las que trabajamos también tienen expectativas de nosotros, por lo que debemos ser honestos y transparentes en nuestras relaciones.
Trabajar por la alegría que viene
Es muy importante hacer lo que hacemos con alegría y desde mi pequeña experiencia puedo decir que el trabajo de la matrona es una alegría. He conocido a personas y personalidades tan diversas, he aprendido a conocer lo que practican y en qué creen, he acogido en el mundo a tantos niños y he experimentado de qué maravillosa manera Dios obra en las fases del trabajo. Cuando amamos lo que hacemos, trabajamos mejor y la gente se sentirá motivada a seguir nuestro ejemplo.
Responsabilizar al otro
Otro valor que he visto poner en práctica y que he aprendido es el de responsabilizar a mi prójimo. Hacemos que las madres sean más fuertes a través de la educación sanitaria que les damos a diario. Esto les ayuda a tomar decisiones independientes y a cambiar mejor sus vidas. Cuando las personas se sienten más fuertes, se sienten alentadas a usar sus habilidades: aprenden a tomar conciencia de su valor y a creer en sí mismas.
Día a día
Cada día, su experiencia. Por eso yo acojo cada nuevo día con los brazos abiertos, convencida de que Dios estará conmigo en cada encuentro. Cada día, cuando salgo de casa para ir al hospital, llevo conmigo esperanza, amor, confianza, compasión, empatía, dispuesta a hacer mi parte sabiendo que el resto lo hará el Señor.
Y cuando la jornada ha terminado, llevo conmigo —llena de gratitud— a todas las personas que he acompañado a lo largo de la jornada en mi oración personal y comunitaria. Rezo para que los niños que he asistido en el momento del nacimiento crezcan y desarrollen todas sus características humanas, estén llenos de vida, se conviertan en hombres y mujeres responsables en cualquier lugar donde Dios los destine a vivir.
SOR ESTHER ALAAM y SOR FRANCES OKAFOR
Pobres Hermanas Escolares de Nuestra Señora
Imagen de portada: Sor Esther ofrece a Jennifer asistencia prenatal y educación sanitaria.