El 45º viaje de Francisco ha llegado hoy a su etapa final, la de la ciudad-león sánscrita, resueltamente volcada hacia el futuro, en el centro del corredor neurálgico del Sudeste asiático y punto focal de los retos del futuro: tecnología, demografía y coexistencia étnico-religiosa.
Singapur, 11 de septiembre 2024.- En la encrucijada de los mundos indio y chino, en el extremo sur de la península malaya, se encuentra una microciudad cosmopolita donde los órdenes de magnitud se entrelazan virtuosamente. Construida sobre 680 kilómetros cuadrados, pequeña en tamaño pero grande en peso económico, es la ciudad de todos los superlativos materialistas: el segundo puerto más grande del planeta, el tercer centro financiero tras su rival Hong Kong, una caja fuerte regional con uno de los PIB per cápita más altos del mundo. Esta próspera potencia de Asean surgió de una aldea de pescadores hasta que, en 1819, el marino y botánico británico Sir Thomas Raffles se la compró a un príncipe malayo para abrir una ruta a China y evitar el avance holandés en la región. Históricamente carente de agricultura propia, el país, en otro tiempo estación comercial de la Compañía de las Indias Orientales, siempre ha estado en las rutas comerciales y ha apostado su supervivencia al éxito económico.
El marco político parlamentario
Otro legado británico es el sistema político de la ciudad. Singapur representa «una isla de estabilidad en comparación con otros países vecinos, a veces sujetos a disturbios, golpes de Estado, insurrecciones o manifestaciones», explica Eric Frécon, investigador establecido en la ciudad-Estado y asociado a Irasec, el Instituto de Investigación sobre el Sudeste Asiático Contemporáneo. Este poder fuerte, «una democracia antiliberal», explica el investigador, dispone de los medios para imponer esta estabilidad. Desde 1959, la vida política está dominada por un partido, el PAP (Partido de Acción Popular), y el Estado sólo ha tenido cuatro primeros ministros desde que dejó de formar parte de la Federación de Malasia en 1965 para convertirse en Estado soberano. Dos de ellos se reunirán con el Papa Francisco el 12 de septiembre: el actual Primer Ministro, Lawrence Wong, protestante, en la Casa del Parlamento, y Lee Hsien Loong, Jefe de Gobierno de 2004 a 2024, en la residencia de ancianos San Francisco Javier, donde Francisco se aloja durante esta escala de casi 48 horas. El sistema político parlamentario, heredado del modelo británico, deja poco margen para el compromiso social. «Las últimas huelgas en Singapur se remontan a 2013 y las últimas a los años ochenta. Algunos temas son tabú», confirma Éric Frécon. En la ciudad-estado no es raro cruzarse con trabajadores de más de 80 años. La situación se ha visto agravada por las crisis mundiales relacionadas con la pandemia y la guerra de Ucrania. La economía local, dependiente del comercio internacional, está sujeta a fuertes fluctuaciones y los precios han subido en los últimos tres años.
Identidad y demografía
En este contexto, se presta mucha atención tanto a los ancianos como a los niños, de los que hay muy pocos. «Durante el discurso de política general de mediados de agosto, el gobierno anunció la ampliación del permiso de paternidad y, más en general, del permiso parental», explica además el investigador. Las familias singapurenses están en el centro de la atención del gobierno – en un país donde la tasa de fecundidad es de 1,12 hijos por mujer – y del Papa, que eligió visitar, el 13 de septiembre por la mañana, a los ancianos de la Casa Santa Teresa de la ciudad, fundada por las Hermanitas de los Pobres, y luego, el mismo día, a los jóvenes de diversas religiones que estudian en el prestigioso Colegio Católico Junior, que cuenta con 1.500 alumnos. Un mosaico étnico-religioso, cuatro lenguas oficiales, que se celebra en cada esquina. Esta identidad caleidoscópica, con acentos malayos, chinos, indios y occidentales, se refleja en las ventanas de los rascacielos que cubren la ciudad, que dedica un día a la «armonía racial», celebrada en las escuelas de esta nación compuesta por un 74% de chinos, un 14% de malayos, un 7% de indios y más de un 1% de «otros», es decir, euroasiáticos. «El reto para el gobierno es encontrar denominadores comunes para formar una nación», dice Eric Frécon, citando el servicio nacional, los desfiles y el Singlish, el criollo de Singapur basado en el inglés, como posibles rasgos unificadores. Esta curiosa mezcla oscila entre las influencias culturales chinas y occidentales, también en términos geopolíticos.
Entre China y Occidente, Singapur está en medio. Allí tienen lugar ejercicios militares estadounidenses y británicos, así como la formación intensiva de funcionarios chinos. Una neutralidad, concluye Frécon, que le ha valido el sobrenombre de «Suiza del Este».
DELPHINE ALLAIRE