El Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en los capítulos generales de seis órdenes e institutos religiosos a quienes exhortó a continuar por el camino trazado por sus fundadores y fundadoras y a proseguir sus obras, dejándose interpelar «por lo que han elegido y por lo que han renunciado» escuchando a Dios. En la vida consagrada, la ambición es «como la enfermedad amarilla», les dijo.
Ciudad del Vaticano, 15 de julio 2024.- En el mes en el que, como es habitual, se suspenden todas las audiencias por la pausa de verano, el Santo Padre se reunió este 15 de julio, con seis órdenes e institutos religiosos. En la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Pontífice recibió a los participantes en los capítulos generales de la Orden de los Mínimos, de la Orden de los Clérigos Regulares Menores, de los Clérigos de San Viator, de los Misioneros de San Antonio María Claret de las Hermanas Reparadoras del Sagrado Corazón y de las Agustinas del Divino Amor. En su discurso, pidió a cada familia religiosa el número de novicias y novicios, «porque es pedir por el futuro de su congregación», y las exhortó a rezar por las vocaciones.
A continuación, se detuvo en el tema de la sencillez en la vida consagrada, que, según dijo, consiste en la elección de lo esencial y la renuncia a lo superfluo que fundadores y fundadoras supieron hacer, «cada uno de ellos, en circunstancias diferentes» y «dejándose forjar día a día» por la misma «sencillez del amor de Dios que resplandece en el Evangelio».
“El amor de Dios es sencillo y su belleza es sencilla, no es una belleza sofisticada, no. Es sencillo, tiene los pies en la tierra. Por tanto, mientras preparan sus encuentros, pidan también al Señor ser sencillos, personalmente y también sencillos en la dinámica sinodal del camino común, despojándose de todo lo que no sea necesario o pueda obstaculizar la escucha y la armonía en sus procesos de discernimiento; despojándose de cálculos y de ambiciones”
La envidia, “enfermedad amarilla”
En la vida consagrada la ambición «es una peste», advirtió el Papa, y en la vida comunitaria «la envidia es fea», es «como la ‘enfermedad amarilla’, una cosa fea», como lo son «las pretensiones, la rigidez» y cualquier «tentación de autorreferencialidad». Sin ellas es posible «leer juntos, con sabiduría, el presente», para captar «los signos de los tiempos y tomar las mejores decisiones para el futuro».
El camino espiritual de los que se consagran a Dios
Reflexionando después sobre sus diferentes orígenes, entre los siglos XVI y XX, Francisco subrayó que esta variedad es «una imagen viva del misterio de la Iglesia, en el que: ‘a cada uno le es dada una particular manifestación del Espíritu Santo para el bien común de todos'». El de los consagrados y consagradas es un «camino espiritual» que los Padres de la Iglesia definieron como «amor a la belleza divina», recordó el Pontífice, que «es irradiación de la bondad divina», como escribió Juan Pablo II en la exhortación apostólica Vita consecrata. Es un camino alejado de «luchas internas» y de «intereses distintos de los del amor», observó el Papa, deteniéndose en la «belleza» y la «sencillez» de la vida consagrada.
La belleza de la vida consagrada
«En diferentes circunstancias, tiempos y lugares», las de quienes se consagran a Dios «son historias de belleza, porque en ellas resplandece la gracia del rostro de Dios», que los Evangelios nos muestran en Jesús, «en sus manos recogidas en oración en los momentos de intimidad con el Padre, en su corazón lleno de compasión – explicó Francisco – en sus ojos encendidos de celo cuando denunciaba las injusticias y los abusos, en sus pies callosos, marcados por las largas marchas con las que llegaba hasta las periferias más desfavorecidas y marginadas de su tierra».
«Bajo el impulso del Espíritu Santo», las mujeres y los hombres fundadores de congregaciones, órdenes e institutos religiosos supieron captar «los rasgos de esta belleza» y supieron «corresponder a ella de modos diversos, según las necesidades de su tiempo», dando vida a «páginas maravillosas de caridad concreta, valentía, creatividad y profecía, gastándose en el cuidado de los débiles, los enfermos, los ancianos y los niños, en la formación de los jóvenes, en el anuncio misionero y el compromiso social».
Son obras que hay que continuar y llevar adelante, exhortó Francisco, e invitó a los religiosos y a las religiosas a seguir «buscando y sembrando la belleza de Cristo en la concreción de los pliegues de la historia», escuchando el Amor que animó a sus fundadores, dejándose interrogar «por los modos en que han correspondido» a este Amor, y por tanto «por lo que han elegido y por lo que han renunciado, tal vez con sufrimiento».
No descuidar la oración
Los religiosos y las religiosas abrazan la pobreza para vaciarse «de todo lo que no es amor de Cristo» y dejarse «llenar de su belleza, hasta que se desborde en el mundo» allí donde Dios los envía, «especialmente a través de la obediencia». Y esta es una gran misión», remarcó Francisco, precisando que a través del «sí» de los consagrados, Dios permite «que aparezca la fuerza de su ternura, que va más allá de toda posibilidad». Por último, el Papa recomendó a cada uno rezar y cuidar el diálogo con Dios.
“No dejar la oración, una oración del corazón; no dejar los momentos ante el sagrario hablando con el Señor, hablando con el Señor y dejando que el Señor nos hable. Pero la oración del corazón, no la oración de los loros, no, no. La que sale del corazón y nos mantiene en el camino del Señor”
Cuidar la formación
Antes de despedirse, Francisco instó de nuevo a rezar por las vocaciones, para que los nuevos religiosos sean continuadores de los carismas de fundadores y fundadoras, y a cuidar la formación de quienes se preparan para entregar su vida totalmente a Dios.
TIZIANA CAMPISI