Esta mañana tuvo lugar segunda predicación de Adviento a cargo del cardenal Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, quien este año decidió basar sus meditaciones de Adviento, para el Papa Francisco y la Curia romana, en las tres virtudes teologales. “La Navidad – dijo – puede ser la ocasión para un salto de esperanza”.
Ciudad del Vaticano, 9 de diciembre 2022.- El Papa Francisco asistió esta mañana a las 9.00, en el Aula Pablo VI, junto con los demás miembros de la Curia romana, a la segunda predicación de Adviento a cargo del Predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalamessa, quien, tal como lo indicó el viernes pasado, está centrando sus meditaciones en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
Esperando la bendita esperanza
Con un versículo del Salmo 24, en el que se lee: “¡Portones!, alcen los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria”, como hilo conductor de las meditaciones de Adviento el Predicador comenzó recordando una característica del templo de Jerusalén.
En efecto, como se lee en los Hechos de los Apóstoles “tenía una puerta llamada ‘la Hermosa’. El templo de Dios que es nuestro corazón tiene también una puerta ‘hermosa’, y es la puerta de la Esperanza. Esta es la puerta que hoy queremos intentar abrir a Cristo que viene”, dijo el cardenal Cantalamessa. Y añadió.
¿Cuál es el objeto propio de la ‘bienaventurada esperanza’, que proclamamos estar ‘esperando’ en cada Misa? Para darnos cuenta de la novedad absoluta que trajo Cristo en este campo, necesitamos colocar la revelación del Evangelio en el contexto de las creencias antiguas sobre el más allá.
Tras referirse al Antiguo Testamento, el Predicador dijo: “El regalo más hermoso y más preciado que la Reina Isabel II de Inglaterra dejó a su nación y al mundo, después de 70 años de reinado, fue su esperanza cristiana en la resurrección de los muertos”. Y recordó que en el rito fúnebre se proclamaron, por su voluntad expresa, en primera lectura, las siguientes palabras de Pablo.
“La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?. El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”.
“Y, en el Evangelio – dijo – siempre por su voluntad, las palabras de Jesús: En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Cuando vaya y les prepare un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes”.
La esperanza, una virtud activa
El Predicador afirmó más adelante en su meditación que “hay que subrayar una cosa para no caer en un peligroso malentendido. Vivir ‘siempre’ no se opone a vivir ‘bien’. La esperanza de la vida eterna es lo que la hace hermosa, o al menos aceptable, también la vida presente”.
“Todos en esta vida tenemos nuestra parte de sufrimiento, creyentes y no creyentes. Pero una cosa es sufrir sin saber con qué fin, y otra sufrir sabiendo que los sufrimientos de este tiempo no son comparables a la gloria futura que se manifestará en nosotros”.
Dar razón de la esperanza
El cardenal Cantalamessa explicó asimismo que “la esperanza teológica tiene un papel importante que desempeñar en relación con la evangelización”. De hecho, “uno de los factores determinantes de la rápida difusión de la fe, en los primeros tiempos del cristianismo, fue el anuncio cristiano de una vida después de la muerte infinitamente más plena y gozosa que la terrena”.
“También hoy necesitamos una regeneración de la esperanza si queremos emprender una nueva evangelización. Nada se hace sin esperanza. Los hombres van donde hay un aire de esperanza y huyen de donde no sienten su presencia. La esperanza es lo que da a los jóvenes el coraje para formar una familia o para seguir una vocación religiosa y sacerdotal, que los aleja de las drogas y otros similares remedios a la desesperación”.
“La tarea que tenemos ante nosotros, con respecto a la esperanza, ya no es la de defenderla y justificarla filosófica y teológicamente, sino la de anunciarla, mostrarla y dársela a un mundo que ha perdido el sentido de la esperanza y está hundiéndose cada vez más en el pesimismo y el nihilismo que es el verdadero ‘agujero negro’ del universo”.
Gaudium et spes
Una forma de hacer activa y contagiosa la esperanza es la formulada por san Pablo cuando dice que «la caridad todo lo espera», recordó el Predicador. Y explicó que esto “se aplica no solo al individuo, sino también a toda la Iglesia”.
“La Iglesia todo lo espera, todo lo cree, todo lo soporta. No puede limitarse a denunciar las posibilidades del mal que existen en el mundo y en la sociedad. Ciertamente, no debemos descuidar el miedo al castigo y al infierno y dejar de advertir a las personas sobre la posibilidad de daño que conlleva una acción o situación, como las heridas causadas al medio ambiente”.
Además, el cardenal Cantalamessa recordó que la experiencia ”muestra que se logra más positivamente, al insistir en las posibilidades del bien; en términos evangélicos, predicando la misericordia”. Agregó que el mundo moderno “nunca se ha mostrado tan bien dispuesto hacia la Iglesia y tan interesado en su mensaje, como en los años del Concilio. Y la razón principal es que el Concilio daba esperanza”.
“Debemos retomar el movimiento de esperanza iniciado por el Concilio. La eternidad es una medida muy grande; nos permite esperar en todos, no abandonar a nadie sin esperanza”.
«¡Levántate y camina!»
Hacia el final de su meditación, volviendo a la puerta del templo llamada «la Hermosa», el Predicador recordó que “es conocida por el milagro que ocurrió cerca de ella. Un lisiado yacía ante él pidiendo limosna. Un día pasaron por allí Pedro y Juan y sabemos lo que pasó. El lisiado, curado, saltó sobre sus pies y finalmente después de quién sabe cuántos años había estado tirado allí abandonado, él también pasó por esa puerta y entró en el templo, leemos, saltando y alabando a Dios».
“También nos podría pasar algo similar con respecto a la esperanza. Con frecuencia nos encontramos, espiritualmente, en la posición del lisiado en el umbral del templo: inertes, tibios, como paralizados ante las dificultades. Pero aquí la esperanza divina pasa a nuestro lado, llevada por la palabra de Dios, y nos dice también a nosotros, como Pedro al lisiado: ‘¡Levántate y anda!’. Y nos ponemos en pie de un salto y entramos por fin en el corazón de la Iglesia, dispuestos a asumir, una vez más y con alegría, tareas y responsabilidades”.
Tras destacar que el Apóstol recomienda «abundar en esperanza», destacó que añade cómo esto se hace posible, es decir: «en virtud del Espíritu Santo», y “no por nuestros esfuerzos”.
“La Navidad puede ser la ocasión para un salto de esperanza. El gran poeta moderno de las virtudes teologales, Charles Péguy, escribió que Fe, Esperanza y Caridad son tres hermanas, dos grandes y una niña pequeña. Van por la calle tomadas de la mano: las dos grandes, Fe y Caridad, a los lados y la pequeña Esperanza en el centro. Todos al verlas piensan que son las dos grandes los que arrastran a la pequeña al centro. ¡Están equivocados! Es ella la que arrastra todo. Porque si falla la esperanza, todo se para”.
El Predicador concluyó afirmando que “si queremos dar un nombre propio a esta niña, sólo podemos llamarla María, la que aquí abajo – como dijo el otro gran poeta de las virtudes teologales, Dante Alighieri – ‘entre los mortales’, es fuente viva de esperanza».
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