El 10 de junio, el Papa Francisco volverá a visitar el Capitolio, después de su visita de 2019. L’Osservatore Romano recuerda momentos similares de las visitas de sus predecesores.
«¡Roma, ciudad de puentes, jamás de muros!»: era el 26 de marzo de 2019 cuando el Papa Francisco pronunció estas palabras, durante su primera visita al Capitolio. Una esperanza que le acompañará también el próximo lunes 10 de junio, cuando será recibido de nuevo en la sede de la administración capitolina, situada en lo alto de la “cordonata Capitolina” (calle en pendiente, formada por grandes elementos de piedra o ladrillo que la hace similar a una escalera) diseñado por Miguel Ángel. Una visita de aproximadamente dos horas que incluye un encuentro privado entre el Pontífice y el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri; el discurso del Papa en el Aula Julio César y unas palabras de saludo a los ciudadanos y empleados del Capitolio. El lunes será un nuevo regreso a la Piazza del Campidoglio: aquí, en octubre de 2020, Francisco participó en el encuentro de oración por la paz promovido por la Comunidad de San Egidio.
Antes que Jorge Mario Bergoglio, otros Pontífices subieron la famosa escalinata: el Beato Pío IX hizo una breve parada en la Piazza del Campidoglio el 16 de septiembre de 1870, después de una visita a la basílica de Ara Coeli. Cuatro días después, la Brecha de Porta Pía irrumpe en la historia, marcando la anexión de Roma al Estado italiano. Un acontecimiento recordado por el entonces cardenal arzobispo de Milán Giovanni Battista Montini, que el 10 de octubre de 1962, en vísperas de la inauguración del Concilio Vaticano II, pronunció en pleno Campidoglio un discurso memorable: el fin del poder temporal de los Papas, afirma, «parecía un colapso y correspondía al dominio territorial papal, pero la Providencia había dispuesto las cosas de otra manera, jugando casi dramáticamente con los acontecimientos». Fue entonces, en efecto, cuando «el Papado retomó con inusitado vigor sus funciones de Maestro de vida y de testimonio del Evangelio, para alcanzar alturas tales en el gobierno espiritual de la Iglesia y en la irradiación moral sobre el mundo, como nunca antes». Ese acontecimiento cambia Roma, Italia y la propia Iglesia, iniciando una nueva historia.
Cuatro años más tarde, elegido para la Sede de Pedro con el nombre de Pablo VI, Montini volvió al Campidoglio: era el 16 de abril de 1966, había concluido el Concilio Vaticano II y desde el palacio senatorial el Pontífice dice: «Estamos muy conmovidos y muy asombrados de encontrarnos en este lugar. Esta es Roma. La vuestra, la nuestra. Roma de los siglos. Roma de la civilización latina y cristiana».
Se cumple una hora de la historia romana; y nosotros escuchamos sus resonantes campanas: suenan con plenitud, con fuerza, con armonía y con paz. «Esto – añade – es un retorno; Nosotros no somos extraños aquí; ¡Cuántos recuerdos, cuántos monumentos lo dicen! ¿Pero qué retorno? Ya no tenemos ninguna soberanía temporal que hacer valer aquí. Preservamos su memoria histórica, como la de una institución centenaria, legítima y, en muchos sentidos, providente de tiempos pasados; pero hoy no sentimos ningún arrepentimiento por ello, ni nostalgia alguna, y mucho menos ninguna secreta ambición reivindicativa».
Pasaron treinta y dos años y el 15 de enero de 1998 le tocó a Juan Pablo II ir al Campidoglio. En su discurso resuenan entre el Obispo de Roma y su pueblo palabras como «estima, cariño, amor». «Es un amor concreto que quiere llegar a las personas, a todas las personas – subraya el Papa Wojtyła – ofreciéndoles motivos de esperanza, propuestas culturales, ayuda y apoyo en las dificultades morales y materiales, espacios de acogida y de escucha, oportunidades de comprensión y fraternidad. Es un amor atento a la realidad cambiante, al cansancio de la vida cotidiana, a los riesgos morales que también corre esta nuestra Roma». Entonces, como ahora, la visita del Pontífice se produce cerca del Año Santo: «La Ciudad se presenta interior y visiblemente renovada en el momento del gran jubileo – espera Juan Pablo II –, para ofrecer a los peregrinos su propio rostro cristiano, como anuncio de una era de paz y esperanza para toda la humanidad. Roma y el Jubileo: ¡dos realidades que se recuerdan y se ilustran! Roma se refleja en el Jubileo y el Jubileo se refiere a la realidad de Roma».
Si el Papa Wojtyła define a Roma como «prima inter Urbes», faro de civilización y de fe, su sucesor, Benedicto XVI destaca su capacidad de acogida. Y lo hace realizando, a su vez, una visita al Capitolio el 9 de marzo de 2009. «Roma se ha ido poblando progresivamente de personas que proceden de otras naciones y pertenecen a culturas y tradiciones religiosas diferentes – afirma – y como consecuencia de eso ahora tiene el rostro de una metrópolis multiétnica y multireligiosa, en la que la integración es a veces fatigosa y compleja». De ahí la invitación del Papa Ratzinger para que, «en la era posmoderna», la Ciudad recupere «su alma más profunda, sus raíces civiles y cristianas, si quiere promover un nuevo humanismo que ponga en el centro la cuestión del hombre reconocida en su plena realidad».
Diez años después, el 26 de marzo de 2019, el Papa Francisco se centra aún más en el principio de la hospitalidad, dirigiéndose a la administración Capitolina en el Aula Giulio Cesare: «Esta ciudad ha acogido a estudiantes y peregrinos, turistas, refugiados e inmigrantes de todas las regiones de Italia y muchos países del mundo – afirma –. Se ha convertido en un centro de atracción y bisagra. Bisagra entre el norte continental y el mundo mediterráneo, entre las civilizaciones latina y germánica, entre las prerrogativas y poderes reservados a los poderes civiles y los del poder espiritual». Por tanto, por sus peculiaridades, Roma «obliga al poder temporal y espiritual a dialogar constantemente, a colaborar de forma estable en el respeto mutuo; y requiere también ser creativo, tanto en el tejido diario de buenas relaciones, como en el tratamiento de los numerosos problemas que necesariamente trae consigo la gestión de un legado tan inmenso».
Por este motivo, añade el Pontífice, es «decisivo» que «se mantenga a la altura de sus tareas y de su historia, que sepa ser faro de civilización y maestra de hospitalidad incluso en las nuevas circunstancias de hoy, que no pierde la sabiduría que se manifiesta en la capacidad de integrar y hacer que todos se sientan plenamente partícipes de un destino común». «Roma, ciudad hospitalaria – concluye el Papa Bergoglio – está llamada a afrontar este desafío trascendental a raíz de su noble historia; utilizar sus energías para acoger e integrar, para transformar tensiones y problemas en oportunidades de encuentro y crecimiento. ¡Roma, ciudad de puentes, jamás de muros!».
ISABEL PIRO