En una de sus primeras entrevistas tras ser elegido, el nuevo secretario general de la Conferencia Episcopal Española, César García Magán, se refirió a la pérdida de relevancia de la Iglesia en la sociedad española. Los datos son evidentes en lo que se refiere al descenso en la práctica de los sacramentos o a la pérdida de influencia sobre la cultura mayoritaria en nuestra sociedad, pero el obispo secretario observó que la relevancia que realmente importa a la Iglesia no debe reducirse a esos datos, aunque no podemos ignorarlos.
Explicó que, en los primeros siglos de nuestra era, los cristianos eran una minoría que no contaba en la política ni en las leyes, pero a través de su testimonio, con paciencia y no pocos sufrimientos, fueron fecundando el tejido profundo de la sociedad de la que formaban parte. Es un hecho que el Señor no prometió a su Iglesia victorias al estilo del mundo, ni le aseguró ninguna hegemonía cultural; le encargó llegar hasta los confines de la tierra con el anuncio del Evangelio y le aseguró que los poderes del mal no prevalecerían sobre ella, ni más ni menos.
Al comentar la obra de Orígenes, uno de los primeros padres de la Iglesia, el teólogo Henri de Lubac decía que transmitía el sentimiento de alegría de aquellas primeras comunidades cristianas, conscientes de ser herederas de una antiquísima tradición y, al mismo tiempo, de inaugurar un mundo nuevo. Y añadía De Lubac que, también hoy, depende de nosotros que el cristianismo aparezca ante todos como la juventud del mundo y su esperanza, no como una fortaleza asediada que se resiste a perder determinadas influencias conquistadas en el pasado. Y es impresionante el olfato de la gente para distinguir lo uno de lo otro.
Sería un conformismo banal decir que no pasa nada ante el hecho de que muchos de nuestros vecinos y conciudadanos desconocen a Jesucristo y la riqueza de vida que Él nos ofrece. Del mismo modo, sería un profundo error pensar que la respuesta adecuada es una estrategia de reconquista. La cuestión, ayer, hoy y siempre, es que, al encontrar a los cristianos, surja el deseo de vivir con su misma alegría, amor y buen juicio. Esa es la relevancia que documentaba la Carta a Diogneto, la que nos debería preocupar también hoy.
JOSÉ LUIS RESTÁN
Publicado en Alfa y Omega
15 de diciembre 2022