Por el Domund, OMP España entrega el Premio Beata Pauline Jaricot a Milagros García López, que desde 2018 ayuda a erradicar la prostitución en Cabo Verde.
17 de octubre 2024.- La religiosa española Milagros García López sabe distinguir perfectamente cuándo una mujer ha sido comprada sexualmente. «Le ves el miedo en los ojos. Vas hablando con ella y ya sabes que no es una migrante en busca de trabajo», asegura esta adoratriz, que en 2018 desembarcó en misión en Cabo Verde. A este archipiélago paradisíaco de diez islas en medio del Atlántico, con algo menos de 600.000 habitantes, están llegando en los últimos meses «muchas pateras como lo hacen a España», porque cuando están a la deriva confunden sus costas con las de Canarias. Ante la falta de perspectivas y para no caer en la mendicidad, las inmigrantes, como las caboverdianas, acaban vendiendo su cuerpo «por pura desesperación». El próximo viernes, en vísperas del día del Domund, Obras Misionales Pontificias (OMP) España le entregará el Premio Beata Pauline Jaricot.
La misionera se ha prodigado durante estos seis años, de día y de noche, por los callejones de la localidad de Mindelo, en la isla de San Vicente, donde la congregación se estableció en 2009. Allí ha visto a mujeres y también a niñas, rodeadas de matorrales y basura, ejercer la prostitución. No hay denuncias y, «si preguntas, muchos niegan que exista». Su cometido es brindarles acompañamiento, escuchar sus historias, la mayoría terribles, y, sobre todo, «tratar de sacarlas» de ahí. Aunque «nunca es fácil». Su condena empieza ya en la más tierna infancia. Como sus familias no tienen recursos, «deben dejar de estudiar, porque no se pueden comprar ni un simple bolígrafo». Una condena en un país donde la inseguridad alimentaria afecta a casi el 10 % de la población, según datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Hace tres años, la pequeña congregación —cuyos domicilios por razones de seguridad son confidenciales— extendió su misión a dos islas más: Sal y Santiago. En ambas se ha desarrollado el sucio negocio del turismo sexual, aunque —como muchos de los problemas que acechan a las mujeres— sigue invisibilizado. La religiosa pone el ejemplo de Sal, donde también hay chicos jóvenes que satisfacen los caprichos de «ricas mujeres occidentales». Se ha normalizado culturalmente «que venga el blanco y te pague para que estudies» a cambio de favores sexuales. En general, la mayoría son adolescentes que lo hacen porque quieren «salir de la miseria» y piensan que no tienen otras alternativas. A veces ha sentido impotencia y frustración al ver a chiquillas de cuerpo frágil, incluso con sus bebés a cuestas, ser abordadas por hombres. «Muchas de ellas son jóvenes madres, maltratadas o abandonadas por sus compañeros, obligadas a prostituirse para mantenerse a sí mismas y a sus familias. Se ven obligadas a aceptar vejaciones para poder tener un techo para ellas y para el recién nacido», explica. En la isla de Santiago el panorama es igualmente devastador. El 90 % de las mujeres «ha sufrido algún abuso», constata. Pero la mayoría de estos casos quedan enterrados con el silencio. Las chicas lo asumen como algo normal porque «todavía se piensa que la mujer es propiedad del hombre».
Con mucha delicadeza esta adoratriz se ha ganado su confianza y ha entrado en sus casas, o mejor dicho, en sus chabolas, construidas normalmente con el metal reciclado de los contenedores, sin electricidad ni agua, ni más servicios higiénicos que una tinaja con agua y un hueco para la letrina que evacúa directamente a la calle. Fue en estas visitas domiciliarias donde surgió la iniciativa del proyecto de atención psicosocial a adolescentes víctimas de tráfico y violencia de género que forma parte de un programa más amplio llamado Kreditá na bo, que significa «Cree en ti» en el idioma criollo local.
Esta iniciativa de su congregación se avala de un equipo de profesionales caboverdianos y su objetivo principal es sacarlas de la prostitución. A García López se le ilumina el rostro cuando explica los pequeños milagros que ha presenciado. Gracias a los centros de escucha y a los talleres de intervención psicosocial con estas adolescentes, «hemos conseguido que muchas estudien y se labren un futuro de forma digna».
El año pasado en la isla de San Vicente —con uno de los programas de sensibilización— llegaron «a más de 8.000 chicas entre 6 y 13 años». En este trabajo «hay que ser creativos», así que se inventó una obra de teatro en la que se las enseñaba a identificar los indicadores de explotación sexual. El verdadero drama es que las niñas no «saben que esa persona está abusando de ellas». De hecho, muchas son violadas «por sus propios familiares». A esto se añade el número creciente de casos de embarazos precoces. Con los años, la pequeña congregación se ha convertido en un bálsamo para las mujeres de Cabo Verde. El sueño de las religiosas es poder «garantizar un lugar seguro y acompañar» a todas las mujeres vulnerables.
VICTORIA ISABEL CARDIEL C.
Alfa y Omega