El ministerio de Louis Raphaël Sako como obispo de Kirkuk y como patriarca caldeo es inseparable de las últimas guerras vividas en Irak. Su empeño por ser obispo de todos le ha convertido en una referencia también para los musulmanes, y le ha permitido incluso negociar la liberación de personas secuestradas
La noticia de su creación como cardenal el próximo 29 de junio encontró al patriarca caldeo Louis Raphaël Sako en unos días llenos de conversaciones con los diputados elegidos en las elecciones del sábado 12. Políticos –aclara a Alfa y Omega– «de todos los partidos, a los que he animado a formar un Gobierno civil alejado del sectarismo y basado solo en la ciudadanía y la igualdad». Es una de las obsesiones del neocardenal. Y espera que su nombramiento haga que sus propuestas en este sentido tengan mejor acogida. En la misma clave interpreta su nominación al Premio Nobel de la Paz, presentada por la organización francesa La Obra de Oriente y avalada por musulmanes suníes y chiíes.
Su meta terrenal es lograr la construcción de un Estado fuerte, que supere las divisiones étnicas y religiosas, y en el que los cristianos sean ciudadanos con los mismos derechos y deberes, no una minoría protegida. Esta convicción lo llevó a denunciar, tras la irrupción del Daesh en la llanura de Nínive en 2014, la creación de milicias cristianas. Como predijo, se vincularon a distintos grupos y acabaron enfrentándose entre sí.
Por el mismo motivo ha criticado la intención de algunos políticos de limitar la inmigración de musulmanes y favorecer, en cambio, la de refugiados cristianos. Estas maniobras –afirmó el año pasado– «dan argumentos a la propaganda que nos considera cuerpos extraños apoyados por las potencias occidentales. Crea y alimenta tensiones con nuestros conciudadanos musulmanes. No queremos privilegios, sino igualdad».
Vuelta a un Mosul destrozado
Esta visión no es incompatible con denunciar la persecución y la discriminación religiosa. Parte de un profundo conocimiento de la compleja realidad de Oriente Medio, que completa con sus estudios de Patrología, Islamología e Historia en Roma y La Sorbona. Nacido en el Kurdistán iraquí, sus padres se mudaron por un conflicto entre cristianos y musulmanes. Sako (1948) pasó su juventud, sus años de seminario y su primera época como sacerdote en un Mosul «muy hermoso, multicultural, y que es cuna de la civilización» y también de la liturgia caldea.
En esa época, la ciudad era relativamente pacífica. «El ISIS la destrozó –lamenta–. Después de la liberación, la destrucción era tal que fui incapaz de reconocer la iglesia de la Virgen del Perpetuo Socorro, donde fui párroco más de 15 años. Fue desgarrador, no pude contener las lágrimas». También era irreconocible la antigua casa de sus padres, que encontró ocupada por dos familias musulmanas. Ante esta experiencia, similar a la de miles de sus fieles, él les permitió quedarse. Pero es consciente de que garantizar a los cristianos el retorno a sus hogares es condición sine qua non para que no se pierda la presencia cristiana en Irak, que desde 2003 ha pasado de millón y medio a menos de medio millón. Por eso, otra de sus prioridades –compartida con el resto de iglesias– es la reconstrucción de las localidades cristianas de la llanura de Nínive.
El máximo responsable de la Iglesia caldea tenía 65 años cuando su sínodo lo eligió para sustituir al anciano patriarca Manuel III Delly, de 86. Era febrero de 2013. Un año después, llegó el Daesh. En esa época oscura, «mi misión fue elevar el espíritu de los cristianos, darles esperanza con mis palabras, con obras de caridad y defendiendo sus derechos». Parece que a su beatitud –tratamiento que recibe como patriarca– la providencia le reserva puestos importantes en momentos delicados. Ya había ocurrido cuando fue nombrado obispo de Kirkuk en 2003, meses después de la invasión liderada por Estados Unidos.
Un obispo para todos
En este contexto, que desembocó en una oleada de persecución, Sako comprendió su ministerio como una llamada a ser obispo de todos los habitantes de esta ciudad, rica en petróleo y disputada entre el Gobierno central y el kurdo. «Quise establecer una buena relación con todas las autoridades religiosas, estando con ellas en lo bueno y en lo malo».
A las visitas, invitaciones y encuentros interreligiosos, sumó para ello mucha mano izquierda. No descartaba denunciar a las autoridades si algún imán incitaba al odio. Pero prefería «visitarlos para explicarles la gravedad de lo que decían; y pedirles que también hablaran bien de nosotros. Muchas veces los musulmanes no entienden el cristianismo, piensan que somos politeístas y infieles. Por eso edité un folleto en árabe sobre nuestra fe». También invitó a establecerse en Sulamainiya a la comunidad monástica de Mar Musa, dedicada al diálogo con los musulmanes; y fundó un colegio para niños de todo tipo de procedencias.
«En Oriente Medio –subraya el patriarca– las buenas relaciones ayudan mucho. Son más importantes que la ley». Y sus esfuerzos dieron fruto. Más de una vez los líderes musulmanes le pedían que mediara entre ellos, y el gobernador de Kirkuk llegó a afirmar que «en esta ciudad solo nos llevamos bien todos, sin tensiones, en la iglesia». Sus contactos con unos y otros le permitieron incluso salvar varias vidas. El patriarca se muestra reacio a dar detalles, y sobre todo a identificar a qué grupo pertenecían víctimas y verdugos. Pero sí reconoce que por su mediación «fueron liberadas, sin tener que pagar ningún rescate, cinco personas secuestradas cuando volvían en coche de Bagdad a Kirkuk; y otro joven, también secuestrado».
El patriarca saluda al político Ali al Allaq, después de tomar posesión como patriarca en marzo de 2013.
(Foto: Patriarcado caldeo)
Fortalecer la fe del futuro
La delicada situación social de los cristianos en Irak no impide a Sako mirar hacia dentro de su propia Iglesia. Una de las cuestiones en las que el patriarca caldeo se ha mostrado más firme en los últimos años ha sido el conflicto con los sacerdotes que han huido del país sin permiso de sus superiores. Y, en el Sínodo de la Iglesia caldea que comienza este mismo jueves, cuestiones candentes como la situación del país y sus cristianos van a convivir con la reforma de los textos litúrgicos.
El patriarca es el principal impulsor de esta reforma, al igual que estuvo entre las voces que pidieron a Benedicto XVI que convocara el Sínodo de los obispos sobre Oriente Medio de 2010. Le mueve el convencimiento de que la fe de los cristianos de la región, que ha conmovido al mundo, necesita ser apuntalada ahora para seguir siendo sólida en el futuro. Sako, que de seminarista menor siguió con mucho interés el Vaticano II, reconoce con tristeza que «la Iglesia oriental no ha afrontado el aggiornamiento que el Concilio pedía. No estamos leyendo los signos de los tiempos, y estamos perdiendo oportunidades sin hacer reformas ni avanzar. Si no actualizamos nuestra liturgia y nuestra educación religiosa con un lenguaje más comprensible, acabaremos perdiendo a los jóvenes».
María Martínez López
Imagen: El patriarca Sako reparte unas velas entre los fieles
que participan en la celebración del Jueves Santo,
en abril de 2017, en la iglesia de San Esteban en Malabarwane.
(Foto: Mesopotamia/Pascal Maguesyan)