En la novena meditación de los Ejercicios Espirituales en el Aula Pablo VI, de la que publicamos un resumen, el predicador de la Casa Pontificia -Roberto Pasolini- se detiene en el concepto bíblico del descanso, que no es inactividad, sino condición de plenitud y realización.
Ciudad del Vaticano, 13 de marzo 2025.- La vida eterna es un don ya presente, pero a menudo nos cuesta comprender un aspecto fundamental: el descanso. Desde la infancia, estamos acostumbrados a oír la oración: «Concédeles, Señor, el descanso eterno y que brille para ellos la luz perpetua. Que descansen en paz. Amén». La idea de una eternidad basada en el descanso eterno puede parecer decepcionante, como si la vida terminara con un sueño interminable. Pero esta percepción proviene de un profundo malentendido: nosotros vemos el descanso sólo como inactividad, mientras que en la visión bíblica es una condición de plenitud y realización.

Dios mismo experimentó el descanso cuando Jesús fue depositado en la tumba después de la cruz. Este momento no es una inercia estéril, sino el cumplimiento de una obra, como narra una antigua homilía del Sábado Santo: «Dios murió en la carne y bajó para sacudir el reino de los infiernos». Cristo descansa, pero actúa misteriosamente, liberando a los prisioneros de los infiernos. Esto nos enseña que descansar no es ser inútil, sino poder abrazar el tiempo con confianza, sin perseguir una actividad frenética y estéril.
Hoy en día, el descanso es un lujo descuidado. Vivimos en una sociedad que nos exige estar siempre activos, siempre conectados, siempre productivos. Sin embargo, cuantas más oportunidades tenemos, menos podemos descansar de verdad. La parábola del siervo, que después de trabajar no espera una recompensa sino que acepta que ha hecho aquello para lo que fue llamado, nos enseña un secreto importante. Mientras vivamos con la obsesión del logro, nunca encontraremos el descanso. Sólo quien acepta serenamente su límite puede finalmente descansar en paz.
El verdadero descanso no es inactividad, sino libertad. Es el estado en el que ya no tenemos que demostrar nada, porque nos dejamos abrazar por el amor de Dios. Es la paz interior que nos permite decir: «El que ha entrado en el descanso de Dios, también descansa de sus obras, como Dios de las suyas» (Hb 4,10). Vivir bien en el descanso significa entrenarnos para la vida eterna, aprender a vivir sin miedo, a desprendernos de lo superfluo y a confiar en que Dios ya está actuando en nosotros.
El verdadero descanso es la paz interior, que no se mide en logros, sino en la capacidad de acoger lo que la vida nos da. No es evasión, sino una forma de aprender a vivir más intensamente, sin ansiedad. No es pasividad, sino una confianza activa que nos libera para amar. «En el amor no hay miedo. El amor perfecto echa fuera el temor» (1 Jn 4,18). En definitiva, la vida eterna no es una meta lejana, sino una realidad que ya crece en nosotros. Ya ahora, estamos llamados a vivirla.
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