Publicamos el resumen de la séptima Meditación del Predicador de la Casa Pontificia, Roberto Pasolini, que está guiando los Ejercicios Espirituales de Cuaresma para la Curia Romana en el Aula Pablo VI. El fraile capuchino reflexiona sobre cómo la sociedad contemporánea se ha distanciado del concepto de muerte, mientras que la encarnación, en cambio, es signo del amor radical de Dios.
Ciudad del Vaticano, 12 de marzo 2025.- Nuestra era ha generado una ilusión de inmortalidad, alimentada por el progreso y el bienestar, que nos lleva a ignorar los límites de la condición humana. Incluso la Iglesia, a veces, lucha por reducir su escala y ofrecer un testimonio creíble del Reino de Dios. Esta eliminación de la muerte se manifiesta en la incapacidad de vivir serenamente en la espera y en la obsesión por la hiperactividad y la presencia constante en los múltiples frentes en que la realidad nos interpela. El miedo a la muerte ha dificultado afrontar opciones definitivas, favoreciendo el desapego y la ilusión de poder revocar siempre las decisiones tomadas.

La sociedad contemporánea ha borrado los rituales y las palabras que una vez nos ayudaron a enfrentar el paso de la muerte con sentido y valentía. Hoy en día, la muerte se reduce a menudo a un espectáculo mediático o a un problema técnico de la ciencia médica. Este alejamiento del concepto de muerte nos impide comprender el sentido más profundo de la vida y de la esperanza cristiana. San Francisco de Asís, llamándola “hermana muerte”, ofrece una alternativa radical: aceptar la finitud humana como parte de un camino que conduce a la eternidad.
El pecado, entendido como un uso fallido de la libertad, surge a menudo de un intento de escapar de la precariedad de la vida. Pero el único antídoto verdadero es el amor, vivido de forma concreta y profunda, como atestiguan las palabras de san Juan: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a los hermanos» (1 Jn 3,14). Amar hasta el final significa aceptar el límite y transformarlo en oportunidad de entregarse sin reservas.
Cristo no eliminó la muerte, pero la atravesó para mostrarnos que puede ser habitada y transfigurada. La encarnación no es sólo una respuesta al pecado, sino un gesto radical de amor con el que Dios se involucra en nuestra existencia. El Evangelio de Marcos resalta la paradoja de un Dios que salva a través de la cruz, revelándonos que, aunque somos eternos, no somos inmortales.
Pablo advierte a los gálatas sobre el riesgo de volver a una fe basada en el miedo y la ley, en lugar de la confianza en el don gratuito de Dios. Juan los insta a discernir los espíritus, reconociendo la encarnación no como una idea, sino como una forma concreta de vivir la realidad. La encarnación nos invita a permanecer firmes en la confianza de que la realidad, a pesar de sus dificultades, es el lugar del reino de Dios. Vivir como hijos de Dios y hermanos entre nosotros es una elección que debemos renovar cada día, con la certeza de que amar hasta el extremo no solo es posible, sino que ya ha sido presenciado por muchas generaciones de hombres y mujeres. Nosotros también podemos cantar esta canción de amor con nuestras vidas.
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