Francisco recordó a los migrantes que fallecieron en sus viajes
(ZENIT).- “A vosotros, luchadores de la esperanza, deseo que la esperanza no se vuelva desilusión o, peor aún, desesperación, gracias a tantos que os ayudan a no perderla”, ha dicho el Papa a los migrantes en Bolonia.
El pasado domingo, 1 de octubre de 2017, el Papa viajó a Cesena y a Bolonia. A su llegada a Bolonia, el Santo Padre se dirigió al “Hub Regional” para encontrarse con los migrantes y con el personal que los atiende. Allí esperaban al Papa los 1.000 migrantes alojados en el centro, que el Papa saludó uno por uno, recorriendo a pie la explanada hasta llegar al podio predispuesto para el encuentro.
El Papa exhortó a la misericordia: “Si miramos al prójimo sin misericordia, no nos damos cuenta de su sufrimiento, de sus problemas. Y si miramos al prójimo sin misericordia, corremos el peligro de que también Dios nos mire sin misericordia. Hoy veo solamente tantas ganas de amistad y ayuda”.
Asimismo, el Papa recordó que Bolonia fue la primera ciudad en Europa, hace 760 años, que liberó a los siervos de la esclavitud, y que es “una ciudad conocida por su hospitalidad”, un dato –ha dicho el Papa– que se ha renovado con tantas experiencias de solidaridad, hospitalidad en parroquias y realidades religiosas, pero también en muchas familias y contextos sociales.
Rosa Die Alcolea
Imagen: El Papa saluda a un inmigrante en Bolonia
(© L´Osservatore Romano)
Saludo del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas,
Os saludo cordialmente y os aseguro mi cercanía. Quería que fuera precisamente aquí mi primer encuentro con Bolonia. Este es el “puerto” del desembarco de aquellos que vienen de más lejos y con sacrificios que a veces ni siquiera podéis contar.
Muchos no os conocen y tienen miedo. Esto hace que se sientan con el derecho de juzgar y de hacerlo con dureza y frialdad, creyendo también que ven bien. Pero ese no es el caso. Se ve bien sólo con la cercanía que da la misericordia. Sin ella, el otro es un extraño, incluso un enemigo, y no puede llegar a ser mi prójimo. Desde lejos podemos decir y pensar cualquier cosa, como sucede fácilmente cuando se escriben frases terribles e insultos a través de Internet. Si miramos al prójimo sin misericordia, no nos damos cuenta de su sufrimiento, de sus problemas. Y si miramos al prójimo sin misericordia, corremos el peligro de que también Dios nos mire sin misericordia. Hoy veo solamente tantas ganas de amistad y ayuda. Me gustaría dar las gracias a las instituciones y a todos los voluntarios por la atención y el esfuerzo para atender a todos que están aquí alojados. En vosotros, como en todo extranjero que llama a nuestra puerta, veo a Jesucristo, que se identifica con el extranjero, de todas las edades y condiciones (Mt 25,35,43).
El fenómeno requiere visión y gran determinación en la gestión, inteligencia y estructuras, mecanismos claros que no permitan distorsiones o explotaciones, aún más inaceptables porque se hacen con los pobres. Creo realmente necesario que un mayor número de países adopte programas de apoyo privados y comunitarios de acogida y se abran pasillos humanitarios para los refugiados en las situaciones más difíciles, para evitar esperas insoportables y tiempos perdidos que pueden iludir. La integración comienza con el conocimiento. El contacto con el otro lleva a descubrir el “secreto” que todo el mundo lleva consigo y también el don que representa, a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y por lo tanto aprender a amarlo, y a superar el miedo , ayudándolo a incorporarse a la nueva comunidad que lo acoge. Cada uno de vosotros tiene su propia historia, me decía la señora que me acompañaba. Y esta historia tiene algo sagrado, hay que respetarla, aceptarla, acogerla y ayudar a seguir adelante. Algunos de vosotros sois menores de edad: estos chicos y chicas tienen una necesidad particular de ternura y tienen derecho a la protección, que incluye programas de custodia temporal o acogida.
He venido entre vosotros porque quiero llevar en mis ojos los vuestros -yo he mirado vuestros ojos- y en mi corazón el vuestro. Quiero llevar conmigo vuestros rostros que piden ser recordados, ayudados, yo diría “adoptados”, porque en el fondo buscáis a alguien que apueste por vosotros, que os dé confianza, que os ayude a encontrar ese futuro cuya esperanza os ha hecho llegar hasta aquí.
¿Sabéis que sois vosotros? Vosotros sois “luchadores de la esperanza”. Alguno no ha llegado porque se lo tragó el desierto o el mar. Los hombres no los recuerdan, pero Dios conoce sus nombres y los recibe a su lado. Quedémonos todos un momento en silencio, recordándolos y rezando por ellos (silencio). A vosotros, luchadores de la esperanza, deseo que la esperanza no se vuelva desilusión o, peor aún, desesperación, gracias a tantos que os ayudan a no perderla. En mi corazón quiero llevar vuestro miedo, vuestras dificultades, vuestros riesgos, vuestra incertidumbre, tantas pancartas: “Ayudadnos a tener los papeles”…; las personas que amáis, que os importan y por las que os habéis lanzado a buscar un futuro. Llevaros en los ojos y en el corazón nos ayudará a trabajar más por una ciudad acogedora y capaz de crear oportunidades para todos. Por eso os exhorto a estar abiertos a la cultura de esta ciudad, dispuestos a caminar por el camino indicado por las leyes de este país.
La Iglesia es una madre que no distingue y ama a cada hombre como hijo de Dios, como su imagen. Bolonia es, desde siempre, una ciudad conocida por su hospitalidad. Este dato se ha renovado con tantas experiencias de solidaridad, hospitalidad en parroquias y realidades religiosas, pero también en muchas familias y contextos sociales. Algunos han encontrado un nuevo hermano al que ayudar o un niño al que crecer. Y algunos han encontrado nuevos padres que quieren un futuro mejor con él. ¡Cómo me gustaría que estas experiencias, posibles para todos, se multiplicaran! La ciudad no tenga miedo de donar los cinco panes y los dos peces: la Providencia intervendrá y todos estarán saciados.
Bolonia fue la primera ciudad en Europa, hace 760 años, que liberó a los siervos de la esclavitud. Eran exactamente 5.855. Tantos. Sin embargo, Bolonia no tuvo miedo. Fueron redimidos por el ayuntamiento, es decir por la ciudad. Tal vez lo hicieron también por razones económicas, porque la libertad ayuda y conviene a todos. No tuvieron miedo de dar la bienvenida a aquellos que entonces eran considerados “no personas” y de reconocerlos como seres humanos. ¡Escribieron en un libro los nombres de cada uno de ellos! Cómo quisiera que vuestros nombres fueran escritos y recordados para encontrar, como entonces, un futuro común.
Os doy las gracias y os bendigo de todo corazón. Y por favor rezad por mí.
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