Debo reconocer y reconozco que oír a José Luis Rodríguez Zapatero, tras sus siete años de poder, produce ternura. Me reprocha, cada vez que coincidimos en algún sarao, que le ataco sin conocerle, como si para escribir de un dirigente público que vive de los impuestos que pagamos no sirviera fijarse en sus hechos de gobernante o sus manifestaciones verbales que en su caso son muchas, diarias y hasta asfixiantes.
Tras ser apartado en la dirección socialista porque había conducido a España al averno (seis millones de parados, déficit insostenible e inconfesado, incapacidad para ver y gestionar una crisis brutal), Zapatero pasó unos años en la nevera sin abrir la boca. Luego, llegó Sánchez y le utiliza a su antojo para apuntarlarse a sí mismo, porque es algo que no puede hacer con Felipe González o algún otro de los socialistas históricos.
Le tengo dicho a ZP que el que esto firma no tiene nada personal contra el Maquiavelo de León que, curiosamente, nació en Valladolid. Pero no me podrá convencer de algo que estoy en firme creencia: gran parte de los males que sufre este país, todavía conocido en el mundo como España, tuvieron su génesis durante su mandato. Y negar, como niega, que su acceso al poder tuvo lugar con el estallido de unos trenes en la madrileña estación de Atocha, es algo que se diluye en la historia como un mal souflé.
Él podrá decir lo que le venga en gana, está en todo su derecho; podrá en lógica aplastante reivindicarse todo lo que le dejen, sin duda. Pero abrir las tumbas fue un error histórico con mayúsculas. Le recuerdo que en Estados Unidos tuvieron una guerra civil hace casi 200 años y nadie osa vivir hoy con aquella inmensa lacra. Tengo para mí que Rodríguez Zapatero llegó al poder de la nación demasiado pronto y sin haber gestionado antes ni siquiera una mercería. Se había dedicado a jugar al mus con un personaje siniestro, conocido entre los colegas, como Julián Lacalle (nieto e hijo de franquistas redomados), conspirar en su predio para mantener el control del PSOE en aquella provincia y darle al botón en el Congreso a todo lo que le ordenaran Guerra y Felipe. Punto.
Sus tejemanejes con la dictadura venezolana (y otras) es la guinda a un pastel que no puede enderezar ni siquiera Évole, su amiguito del alma. Sin todo lo anterior, Zapatero, José Luis, resulta un personaje entrañable…
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 16.3.2024.