Están tan crecidos, van tan sobrados, se conducen con tanta superioridad, que son incapaces de distinguir las voces de los ecos. Las primeras provienen directamente del pueblo llano; los ecos son aquellos pareceres que llegan hasta Moncloa de su legión de deudos, a saber, Tezanos, Javier Fortes, Elena Sánchez, Gabriela Cañas y un largo etcétera que se ganan el pan adorando a un jefe que nunca tuvo categoría ética salvo para mentir, manipular y asaltar vidas y haciendas.
En este ejercicio de tomar al contribuyente por estúpido y al ciudadano demócrata por tonto se encuadra la rebaja de penas por malversación, esto es, por corrupción. Y lo hacen un Gobierno y un partido que tienen de líder a un tipo que vive y se conduce como un sátrapa, alejado de los parámetros occidentales que mantienen los primeros ministros del mundo libre. Que utiliza permanentemente los medios públicos, pagados, entre otros, por aquellos españoles que a duras penas sobreviven, para asuntos que nada tienen que ver con la responsabilidad oficial, y que en determinados casos responden a sus caprichos personales y sus gustos de niño pijo. Todo ello con exageración y bokassianismo.
Obnubilado como está chapoteando en su poderío, Sánchez ha olvidado –como en casi todos los asuntos serios- aquellas promesas que le llevaron al poder (moción de censura contra Rajoy en 2018), promesas que recomiendo al lector que lea en Internet; también las que hizo su entonces mozo de espadas, el gran Ábalos (el de la Delcy), calificando la sentencia del caso Gürtel y al entonces jefe del Gobierno.
Si la ley de libertad sexual de la inefable Irene Montero viene a facilitar la vida a los condenados por violencia de género, la reforma del sanchismo es poner un mercadillo de baratija a los corruptos. Ya empezamos a comprobarlo. Afectará a los gürtelianos, seguro, y también a los de la Púnica; sin duda, a los que resultaren condenados por el caso Azud. Es decir, a gentes como Pedro Antonio Martín Marín (PP) cuando los jueces se dignen y tengan algún tiempo para sentarle definitivamente en el banquillo, pero también a esa legión de trinkones que utilizaron un dinero sagrado para su propio beneficio o el de sus partidos. El tal Ximo Puig, el valenciano del bisoñé, debe estar que da botes de alegría, al igual que su hermano.
¿Entenderá el pagano pueblo español lo perpetrado? Unos sí y otros no. Allá cada cual a la hora de exigir responsabilidades políticas en un tema capital. Porque, no se equivoquen, en España existe corrupción a mansalva, mucha corrupción desde Finisterre a Machichaco. Una corrupción que empobrece a todos y a partir de ahora saldrá más barata al delincuente. Deje, por una vez, Bolaños de conducirse como un ministro con escasa vergüenza.
GRACIANO PALOMO
Publicado en okDiario
Sábado 14 de enero 2023