Jamás a lo largo del casi medio siglo de democracia se había producido tanta simbiosis entre los dos grandes medios públicos que los contribuyentes españoles sustentan con sus impuestos, concomitancia en defensa del poder sanchista gubernamental instalado en Moncloa. Jamás tanto «ordena, jefe», que «yo obedezco». Jamás en esos 50 años se había producido tal orgía de sectarismo, incompetencia e ignorancia en dos casas que deberían ser puntales de capacidad profesional, honradez en la gestión y limpieza democrática en capítulos tan sensibles y decisivos como la información y la opinión que se ofrece a beber al pueblo.
RTVE se ha consumado, por voluntad expresa y directa del lagarto de piel reseca, en la trágala indecente de casi 30 millones de euros (y los adyacentes) con destino al pago a un marginal apellidado Broncano, el mismo que se distingue en sus inexportables piezas televisivas por preguntar a sus invitadas cuántas veces follan a la semana o las cantidades que atesoran en sus cuentas. Habrá que felicitar con Dom Perignon, principalmente a Andreu Buenafuente y José Miguel Contreras (Josemi, como es conocido entre sus socios monclovitas y otros empleados mediáticos). RTVE, en definitiva, sigue en manos de los avaros que terminarán por dinamitar la caja y los genuflexos fortianos que saben les queda menos que un chupete en boca de un compulsivo por el azúcar.
Lo que agrava el asunto de la casa mediática gubernamental es la más que evidente contaminación de la que hasta ahora había permanecido incólume la histórica y transcendentalmente fáctica Agencia EFE (F de Falange o F de Franco, que tanto monta, monta tanto), desde la llegada del inabarcable hombre de la pandemia, Miguel Ángel Oliver. El ejemplo prende por esos lares. Conozco bien la casa de la madrileña Avenida de Burgos y sé de qué escribo.
Oliver se ha traído de Barcelona a un tal Leandro Lamor Torres en calidad de director de Información. Curiosamente, llevaba tres lustros al frente de la Delegación de Cataluña de la Agencia EFE (incluidos los siete años de Rajoy como presidente). Subrayan fuentes internas de EFE –el columnista no tiene el honor de conocerle– que trata de aparecer como informativamente neutro, razón principal que ha impulsado al comisionado de Sánchez a desplazarlo de Barcelona a Madrid. Sin embargo, no hay tal caso; está a las órdenes de quién manda, insisten en el edifico de EFE. Punto.
Conozco, asimismo, a muchos profesionales capaces y honrados en esa agencia, sí, pero también a otros que anteponen sus filias políticas e, incluso, sus fobias personales, que las sustancian en informaciones que reciben sus abonados. ¿Podemos hablar de ello en informaciones muy recientes producidas bajo el paraguas de la dirección de Economía, a cuyo mando dicen que está una tal Emilia Pérez González? Sí. Pérez fue cooptada en su día para tal puesto y a toda prisa por Garea, conocido en esa casa como El Breve. Me ha tocado directamente el corazón y en modo alguno puede quedar como mero requiebro.
A una directora de agencia pública se le tiene que exigir, por mero ADN reporteril, no sólo imparcialidad ideológica, dejar de un lado los demonios familiares o de enemistad personal, sino también y muy especialmente criterio profesional para discernir acerca de lo sustancial y lo accesorio. Por añadidura, en EFE, además, que es una agencia sostenida por los contribuyentes que conforman un Estado y aún una nación, se le tiene que exigir no olvidar los intereses generales y la defensa de la camiseta del país que les abona sus sueldos, gastos, viajes y dietas. No lo hacen; soy testigo y damnificado. La tal Pérez González debería conocer cómo se conducen sus redactoras(es) subordinados, y no servir jamás, ni en una sola ocasión, a sus abonados informaciones (sic) preñadas de venganza o de ajustes de cuentas personales. Y, si encima, están mal escritas…
Finalmente, los profesionales de EFE, gente mayormente preparada y solvente, con excepciones como en cualquier medio, tienen todo el derecho del mundo a dar su opinión en tertulias y saraos mediáticos, culturales o deportivos. Pero no a esconderse bajo el título genérico de periodista cuando lo hacen. El resto de los que somos habituales en esos predios ponemos nombre, apellidos y titularidad del medio para el que se trabaja. Entre otras razones, porque la sociedad tiene derecho a saber quién es esa persona y en qué medio abreva y por cuenta de quién o quiénes. Y esto no sucede. ¿Doy nombres?
En su última intervención parlamentaria Núñez Feijóo ya mete en el mismo saco a RTVE y a EFE. Lo que le recordaremos cuando llegue al poder es que en ambos casos tendrá que hacer una auditoría no sólo económica, sino profesional, ética, de capacidad y de contenidos. Con nombres y apellidos.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 13.4.2024.