«Las mujeres son el alma de las organizaciones. Cuando hay mujeres todo funciona muy bien», nos decía el Papa Francisco hace justo dos semanas, durante la audiencia privada a la que tuve el placer de asistir junto con un grupo de compañeros y compañeras de la Fundación Pablo VI. Las primeras palabras del Pontífice, tras escuchar de cada uno de nosotros una breve explicación de nuestro cometido, fueron para las cuatro mujeres del equipo de dirección. «Sois las responsables de unir, de hacer que las cosas funcionen, de poner orden en las organizaciones. Las felicito, además, por el entusiasmo que transmiten por la tarea que desempeñan».
Estas palabras fueron un chute de energía. No solo para las que fuimos honradas con ese encuentro privado, sino para muchas que hoy, en pleno siglo XXI, siguen teniendo que demostrar que su puesto de responsabilidad no es un premio por el mero hecho de ser mujer. Para todas las que, aún hoy, en algunos ámbitos, son miradas con recelo porque «los tiempos exigen la cuota» o tratadas con condescendencia como si no fueran capaces de tomar por sí mismas decisiones clave para el futuro de las organizaciones.
No, ser mujeres no nos hace merecedoras de mayores privilegios en una suerte de discriminación positiva. Serlo no nos da más derecho a liderar, pero tampoco nos lo puede quitar. No queremos estar por ser mujeres, pero tenemos que estar. Porque, como ponen de manifiesto las propias cifras, la presencia de la mujer sigue siendo algo extraordinario en determinados contextos.
Estos días se destaca en todos los medios el protagonismo, por primera vez en la historia, de las mujeres en el Sínodo. Entre los 464 participantes, hay 54 mujeres que tienen derecho al voto. Más allá de los titulares y las fotos fijas que, muchas veces, simplifican la presencia femenina y la reducen al mero porcentaje o el colorido, este hecho tiene una importancia decisiva para el futuro. Porque otorga a la mujer poder de decisión en corresponsabilidad, en un espacio donde nunca antes había sido escuchada, lo que marcará, sin duda, el rumbo de la Iglesia. Como dice la teóloga Cristina Inogés, una de las mujeres españolas que votarán en esta asamblea, se trata de recuperar aquello que ya san Cipriano explicó en el siglo III: «Lo que afecta a todos en la Iglesia, por todos debe ser decidido y aprobado».
Ojalá caminos como este sirvan para normalizar de forma definitiva: que deje de ser noticia que haya presencia femenina en determinados espacios, que la mujer deje de ser vista como sujeto de integración y que se derriben por fin los prejuicios que siguen pensando en aquellas que mandan como una imposición solo por ser mujeres.
SANDRA VÁREZ
Dircom de la Fundación Pablo VI.
Publicado por Alfa y Omega.
12 de octubre 2023.