Ha sido preciso que los agricultores europeos salgan a las carreteras y se hagan presentes en las grandes ciudades para que los medios de comunicación, los gobiernos, los partidos y la propia Comisión Europea se movilicen.
Sus reivindicaciones son viejas, pero su voz se ha mantenido más o menos silenciada. Durante la revuelta francesa de los chalecos amarillos ya se hizo sentir la voz del mundo rural. Sus reivindicaciones ponían de manifiesto la ruptura entre el centro y la periferia, la fractura sociodemográfica y el empobrecimiento de las familias dedicadas al sector primario. Sus reivindicaciones se centraban en el derecho a vivir dignamente del trabajo y a no ser excluidos de la vida económica y cultural. Hoy, las reivindicaciones del mundo rural español no difieren, en mucho, de aquellas. Con seguridad son similares, si no idénticas, a las que movilizan a los agricultores alemanes o polacos.
El mundo rural no puede convertirse en un desierto como consecuencia del abandono de los cultivos, los núcleos rurales deben poder gozar de servicios públicos dignos y no es justo que sus habitantes paguen impuestos para mantener servicios de los que se ven privados por ajustes presupuestarios. La mundialización económica asfixia a los agricultores europeos al mismo tiempo que las instituciones europeas y los gobiernos nacionales han convertido el criterio medioambiental en dogma. La ecología de salón está convirtiendo la Europa rural en un parque temático solo apto para el turismo. Y mientras esto sucede, y arrecia la inestabilidad económica, el campo languidece, los núcleos rurales se vacían y aumenta el precio de la cesta de la compra. Sorprende que ante este panorama el supuesto catolicismo social, si es que existe hoy, esté más preocupado por el impacto medioambiental que por la justicia del salario.
De esto, entre otras cosas, hablaba hace ya cuatro años una iniciativa nacida en Francia que se proponía repensar, precisamente, el compromiso social del catolicismo. No puede haber dilema entre el cultivo y el cuidado de la tierra. Laudato si y Laudate Deum deben ser leídas también desde la realidad europea. Porque sigue siendo cierto que «frente a situaciones tan diversas […] es difícil pronunciar una palabra única como también proponer una solución con valor universal» (Octogesima adveniens).
MARÍA TERESA COMPTE GRAU
Publicado en Alfa y Omega el 15.2.2024.