El otro día dije en Madrid, durante la presentación de Te llamarán «mi favorita», que «si bien hemos dado muchos pasos, no estamos para autocomplacernos». Para justificar mi afirmación, menciono algunos desafíos pendientes. El primero es que nuestras comunicaciones y declaraciones públicas siguen revictimizando: lo preocupante es que no parecen ser momentos de torpeza o imprudencia que todos podemos cometer sino que, más bien, evidencian que aún no nos hemos dejado conmover hasta las entrañas por el sufrimiento de las víctimas. Escojo un ejemplo de los últimos días: «Aunque ahora duela esta revelación no anula mucho lo que en la vida de […] ha sido entrega, servicio…». Vamos, que el bien realizado compensa. Pueden imaginarse el justificado cabreo de varias víctimas que sienten que se está así justificando o minimizando la gravedad de dichos abusos, que, para más inri, el comunicado solo menciona como «conductas inapropiadas».
Existen además resistencias y falta de transparencia a la hora de comunicar: se sigue protegiendo por encima de todo el buen nombre del agresor y de sus posibles encubridores, dejando así desprotegido al pueblo de Dios.
Por otro lado, hay que tomar mucho más en serio la prevención. Un ejemplo: cuando se estaba elaborando el informe Cremades propuse que en cada parroquia de España se facilitara (a modo de carteles, folletos, etc.) el contacto con dicha auditoría y se invitara a denunciar los posibles abusos sufridos. La respuesta que recibí fue que «no había que ser tampoco tan fanáticos». El problema es que, a día de hoy, a diferencia de otros países, en la inmensa mayoría de nuestras parroquias y centros eclesiales sigue sin brindarse información clara, oportuna, asequible y actualizada de cómo comunicarse con esas 300 oficinas de atención a víctimas que alardeamos que se han abierto en España.
Se echan de menos también itinerarios serios de formación. Otro ejemplo: en varias diócesis del mundo, los sacerdotes solo pueden ejercer el ministerio después de haber pasado un curso anual en estas temáticas que los certifica como «aptos». Lo mismo para consagradas, catequistas, sacristanes, etc.
Por último, los procesos canónicos suelen generar nuevas y sangrantes heridas. Muchas víctimas siguen sin reconocimiento, justicia ni reparación. Insisto, el beso de la justicia es esencial para la paz del corazón y la sanación de las heridas. Podría seguir y seguir… ¡Sí, definitivamente, no estamos para autocomplacernos!
El autor presentó el 25 de septiembre en Madrid su obra Te llamarán “mi favorita” (PPC), en compañía del cardenal José Cobo.
LUIS ALFONSO ZAMORANO
Profesor del Instituto de Antropología de la Universidad Gregoriana de Roma
Publicado en Alfa y Omega el 3.10.2024