Messi, sin duda, tiene un lugar de privilegio en la historia del fútbol. Sus éxitos, fundamentalmente con el Barcelona, son inobjetables. Verle jugar era asistir a un espectáculo de enorme calidad en el que lo difícil parecía fácil, donde lo imposible era posible y lo inesperado emocionaba a los aficionados que poblaban las gradas y salían satisfechos de los estadios, fueran o no «culés».
Pero el tiempo pasa para futbolistas, directivos, periodistas, fans… para todos. Es inevitable; pasó para una larga lista de grandes jugadores que sería largo enumerar, pero, como ejemplo, podríamos traer a la memoria a D´Stéfano, Pelé, Kubala, Labruna, Garrincha, Zico, Sívori, Ronaldo, Cruyff, Ronaldinho, Zidane…
Hoy Messi ya no tiene la frescura de la juventud y su presencia en el campo se basa en chispazos que pueden ser importantes, como el gol marcado ante México y que inició la victoria de su equipo. Está lento, errático en el pase, su visión del juego tampoco es la mejor y rara vez pisa el área contraria.
La nostalgia no trasmite energía, pero premia lo que fue. El Mundial de Qatar para Messi es un reconocimiento merecido a su calidad como futbolista, pero no se le puede pedir algo más de lo que puede dar, que es bastante: admiración y respeto de sus compañeros de selección, experiencia y algún minuto de inspiración. Lo que Argentina consiga en este Mundial será obra del grupo y no exclusivamente de Messi a quien, seguramente los nostálgicos, le atribuirán los éxitos pero no los fracasos.
CHOLO HURTADO