En realidad, siempre estamos en tiempos de oleaje, con sus pros y sus contras, pero es en los momentos de crisis cuando surgen las mejores oportunidades. El uso generalizado de la tecnología a edades tempranas y el acceso fácil y gratuito a contenidos sexuales muy explícitos forman parte ya del paisaje. Es lo que hay, guste o no guste. La pregunta del millón es cómo ofrecer hoy día una buena educación sexual en la familia —incluyo lo afectivo en lo sexual, por pura economía del lenguaje—.
El terreno que pisan nuestros hijos no es el mismo que el de hace 20 o 30 años. Todo ha cambiado muy rápido y la pornografía en internet solo coincide con la de Playboy en la letra inicial. Hablamos de contenidos más extremos, más explícitos, más impactantes y violentos, de una variedad infinita, con una alta calidad de imagen y con la posibilidad de interactuar.
Su consumo, como muestran estudios y estadísticas, ha ido en aumento en las últimas décadas, y los menores son un público muy atractivo para la industria del sexo. Su mayor impulsividad, su afán de novedad y su curiosidad insaciable los convierten en un público muy vulnerable. Su cerebro aún está en desarrollo, sienten más reales los actos que ven y se encuentran en un momento vital en el que se desarrolla su personalidad, sus valores, su identidad y también su sexualidad.
Por estas razones, entre otras, es preciso llegar antes y llegar mejor. Hablar más y mejor de sexualidad. En primer lugar, dentro de cada hogar. Hace poco tiempo, el Papa Francisco mencionó que la educación sexual en la Iglesia estaba en pañales. Quizá durante décadas hemos confundido la privacidad y la intimidad con la vergüenza, cuando el sexo no tiene nada de vergonzoso. Simplemente es íntimo, lo más íntimo.
Es necesario huir de dos extremos: del tabú, el «miremos para otro lado» que nos impide cualquier aproximación, y de la banalización, que hace que el sexo pierda su riqueza y su sentido y terminemos tratando los temas sexuales como quien comenta el último programa de MasterChef o el nivel de agua de los pantanos. Los temas íntimos se hablan con intimidad en la intimidad, aprovechando las situaciones cotidianas que nos ofrece la vida.
Un sacerdote amigo mío me contaba hace unos días un suceso que le ocurrió años atrás. Al día siguiente de un importante partido de fútbol en el Bernabéu, aún seguían trabajando algunas televisiones en las inmediaciones del estadio. Una periodista le abordó por la acera y le hizo dos preguntas, la primera sobre el partido. Debido a su talante conciliador, y para no meterse en líos, repartió elogios para ambos equipos. La segunda pregunta le pilló, con razón, por sorpresa: «¿Cómo vive una persona como tú la sexualidad?». Con un regate en corto, mi amigo salió como pudo: «Yo vivo mi sexualidad a todas horas». Como ser humano, uno está viviendo y ejerciendo su sexualidad en cualquier ámbito y relación. No le faltaba razón.
Es bueno recordar que la relación sexual es una parte de la sexualidad, que ocupa un porcentaje más bien pequeño respecto a todo lo que supone ejercer la sexualidad. Un matrimonio de ancianos que se manifiesta su amor a través de tantos detalles vive una sexualidad quizá de un modo más perfecto, aunque el contacto sexual ya no esté en un primer plano como en una pareja joven y muy activa sexualmente.
Un padre y una madre que habla con sus hijos de sexualidad se vuelven, a los ojos de estos, en maestros en este tema, que hacen propios sus problemas y les ofrecen soluciones. Algunos niños, por su modo de ser, no preguntarán nunca, pero necesitan esa ayuda más que ningún otro. Es un equilibrio difícil, por supuesto, entre hablar y esperar, escuchar y proponer. A veces nuestro interés en conversar sobre estas materias es grande y el suyo nulo. Pues claro que es difícil. Nunca ha sido fácil educar.
La educación sexual, al final, está en mil detalles, y no se trata tanto de tener grandes conversaciones, sino de aprovechar pequeños momentos de la convivencia diaria: cuando se sienten queridos; cuando ven el cariño que se tienen sus padres, también con muestras físicas; cuando se comenta una noticia de abusos o la letra de una canción reguetonera, o se debate sobre una conocida influencer, un anuncio o el último videoclip súper sexy de un artista. Cada pequeño paso en pensamiento crítico es un peldaño hacia el éxito educativo.
Desde la más tierna infancia (3-4 años), cuando adquieren conciencia de su propia identidad, se puede empezar a educar su afectividad. Será gradual y con las palabras precisas, sin eufemismos. No hay nadie mejor que un padre o una madre para marcar el tempo adecuado.
Según van creciendo, y es una simple sugerencia, los trayectos en coche, a solas con tu hijo o hija, pueden ser una buena oportunidad para conversar de todo: no pueden «escapar» y no hay contacto visual, lo cual ellos agradecerán.
Un momento crítico es cuando les damos su primer teléfono móvil. Teorías sobre este punto hay miles y me las salto. Lo importante, a mi juicio, es que cuando llegue ese momento tienen que haber aprobado el carné en sexualidad y pornografía. No se trata de que sean unos expertos, pero sí que distingan ficción y realidad, placer y felicidad, consentimiento y respeto, arte y pornografía, belleza y vulgaridad, validación social y pudor.
Por otra parte, en la vida de casi todos hay o habrá algún tipo de accidente sexual. Me refiero a algún exceso, extemporaneidad o error. Los cristianos lo llamamos pecado. Estos actos, que uno no desearía realizar, pero que pueden ocurrir, no son un fracaso rotundo e irremediable: tan malo como la pornografía es el puritanismo. Hay que enseñar a pedir perdón, a perdonar y a perdonarse esos actos que la debilidad humana nos muestra. Se puede salir de esos momentos con más ganas de vivir una vida hecha de felicidad y no solo de placer.
«Todo ser humano quiere ser feliz», decía Aristóteles, y un hogar feliz es el mejor entorno para que la sexualidad se entienda como conexión, amor, intimidad, respeto e igualdad: excelentes ingredientes para una vida razonablemente buena.
JORGE GUTIÉRREZ
Autor de ‘La trampa del sexo digital’
Publicado por Alfa y Omega.
15 de octubre 2023