Cuando me dijeron que me quedaría unos años en la comunidad en la que estoy, una de las primeras cosas que hice fue bajar una de las cafeteras que tenía en casa al despacho de la parroquia.
Al principio nos venía bien para hacer un alto en el trabajo y tomarnos un café, un respiro a media mañana. Poco a poco la gente que ha ido pasando por el despacho para ayudar en los archivos, para colaborar en las tareas de administración y gestión, para hacer las tareas de mantenimiento, para la limpieza de los locales, para organizar la liturgia, la catequesis o la atención de Cáritas, se han ido uniendo a ese ratito de café y de tertulia. Algunos lo han adornado con unos dulces o unas pastas. Otros se han preocupado de que nunca falte ese calor y ese aroma de hogar y de casa común. Todos han traído una sonrisa, un cuento o un canto, incluso algún licor para que el espíritu no se duerma.
Las puertas del despacho desde entonces suelen estar abiertas, como las de la parroquia, y el que llega se siente invitado a participar, a hacer sitio para que quepa uno o dos, o tres, o más, en este viaje para percibirnos como familia, como fraternidad. Mi compañero, José Antonio, que tiene un gran sentido del humor, nos dijo un día: «Esto se parece al camarote de los hermanos Marx». Qué imagen tan divertida y tan expresiva. Al fondo hay sitio, siempre hay sitio. El que no viene a traer una cosa, viene a traer otra. El que no se ríe, se queja, y el que no calla, otorga. Mojando rosquillas o agitando el envase de la leche para hacer crema. Con olor a abrazo y sembrando complicidades. Sin mirar carné de identidad ni apariencias, ni lugar de origen. Tan distintos y tan iguales. Tan del Evangelio. Los camareros, los plomeros, las limpiadoras, la que busca a su familiar, la esteticista; un camarote plagado de vida y de vidas. Que nunca falte de nada y que todos seamos pasajeros o polizones. Hasta que la puerta se abra y caigamos como en un manantial que salta hasta la vida eterna.
Y para los que recuerden ese fantástico sketch —que en todo caso recomiendo ver en cualquier plataforma digital—, solo decir: «Y también dos huevos duros».
SANTOS URÍAS
Párroco de San Millán y San Cayetano y delegado de Pastoral para la Zona Centro, en Madrid.