El pasado martes no fue, sin más, el paso a la mayoría de edad de una adolescente, como han dicho desde algunos círculos ideológicos. Fue la muestra de que nuestras instituciones están en buenas manos.
El pasado martes, mientras seguía el acto de jura de la Constitución de la princesa Leonor, me venían a la cabeza algunos discursos escuchados en tres contextos diferentes en las últimas semanas. Uno hablaba del valor de la espera en tiempos de loca impaciencia; de la renuncia y la determinación para conseguir esos pequeños o grandes logros, como pueden ser aprobar el examen de tu vida o captar la mejor luz para alumbrar una obra maestra. Otro, en un contexto bien distinto, hablaba de la empatía y de la capacidad de sintonizar con las preocupaciones de los demás. Y el tercero, de la responsabilidad y el sentido del deber.
Con 18 años, la princesa Leonor encarna muchos de estos valores. Con el acto de la jura de la Constitución en el Congreso de los Diputados en el día en el que ha alcanzado la mayoría de edad esta joven, perteneciente a la llamada Generación Z, se convierte en un referente, mal que les pese a algunos ausentes, para millones de jóvenes en este país. Porque, a pesar de su corta edad, ha asumido, con firmeza y ese sentido del deber, la responsabilidad de perpetuar el futuro de nuestra forma de Estado, la monarquía parlamentaria. Y porque lo hace desde el trabajo, el esfuerzo y la renuncia a una vida de libertad y elecciones propias.
A pesar del hermetismo con el que se ha preservado su intimidad durante este tiempo, toda su formación hasta ahora ha estado dirigida a prepararse para este momento, con rigor y disciplina; su trabajo y misión a partir de hoy será anteponer los intereses ajenos a los suyos propios y sus principios han de ser la lealtad, el servicio, la ejemplaridad y la transparencia. Así lo explicaba ella misma tras recibir el Collar de la Orden de Carlos III en el Palacio Real: «Conduciré mis actos en todos los ámbitos de mi vida atendiendo siempre a los intereses generales de nuestra nación. Observaré un comportamiento que merezca el reconocimiento y el aprecio de los ciudadanos. Y cumpliré con mis obligaciones con total dedicación y una entrega sin condiciones».
Se lo ha puesto difícil la heredera a quienes cuestionan nuestra forma de Estado. Y también a aquellos que creen que hay símbolos que no tienen cabida en este siglo. Aunque el CIS no pregunta por la Corona desde el año 2015, la simpatía que despierta Leonor, según las últimas encuestas publicadas, ha llevado a volver a ilusionarse con la institución tras los episodios de estos años, y es una muestra de que la monarquía está siendo capaz de reinventarse para proyectarse a lo largo del siglo XXI.
Poco sabemos de su carácter, pero en el gesto de una todavía niña está también la imagen y la voz de una mujer fuerte, con un sentido claro, como dijo en su discurso durante los Premios Princesa de Asturias, de lo que son sus responsabilidades. Con la mirada cómplice del padre, que hace 37 años realizaba el mismo gesto; la emoción contenida de su madre; el rostro de orgullo de su hermana menor y un hemiciclo lleno, también de testigos de la jura del entonces príncipe Felipe, Leonor recibía con una ilusión casi comedida el aplauso y la ovación que representa a todo un país. «Me debo desde hoy a todos los españoles, a quienes serviré en todo momento con respeto y lealtad», prometía en su discurso, en el que nos pedía, también, una oportunidad: «Confíen en mí, como yo tengo puesta toda mi confianza en nuestro futuro».
No. El pasado martes no fue, sin más, el paso a la mayoría de edad de una adolescente, como han dicho desde algunos círculos ideológicos. Fue la muestra de que nuestras instituciones están en buenas manos. Es la consolidación de un referente que, en tiempos de desconfianza y descrédito, representa la lealtad y el compromiso con la tradición, la estabilidad y los valores.
SANDRA VÁREZ
Publicado en Alfa y Omega
2 de noviembre 2023