Volver a ver en peregrinación a los principales edecanes del sanchismo en pos del favor de un prófugo de la Justicia, postrados de hinojos ante la faz inmortal de Puigdemont, es una de las escenas más desafiantes para la dignidad de la democracia española.
Cuando Óscar Puente quiso hacer la pelotilla a su señor se dirigió a él como el «puto amo», que es una expresión entre juvenil y macarra quizá aprendida en los bares lejanos de la inmortal Valladolid.
El «puto amo» de la coyuntura española no es precisamente Sánchez al que la Justicia pisa los talones. No. El «puto amo» es Carlos Puigdemont el jefe secesionista y ultraderechista Junts. Sobre él descansa la gobernabilidad del Estado, pese a las promesas solemnes realizadas en su día por el jefe del Gobierno. Tal es así que, incluso, Sánchez está dispuesto a meter mano en los papeles del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y desclasificar documentos bien recientes. Es decir, a poner en riesgo la propia seguridad de la nación. Tal es así que le dará hasta la Catedral de Burgos si tienen a bien pedirla.
Es Puigdemont quien marca la agencia política y determina las exigencias más peregrinas que el Gobierno está dispuesto a conceder. El ultraderechista catalán les tiene en un sinvivir. Juega con ellos como si se tratase de ratones serviles y les hace prueba fehaciente de sus cambios de humor. Se divierte a su costa y de paso zahiere la dignidad nacional. Y no hay reunión con el inmortal Cerdán en la que no saque algo para su buchaca.
No se engañe nadie, si el golpista no está ya en España disfrutando del dinero malversado es porque ha tenido enfrente a un puñado de jueces con un par, que saben de leyes, que conocen lo que es un Estado de derecho y que están decididos a aplicar la Constitución y el sentido común. Si por Sánchez fuera, hace tiempo que un prófugo estaría presidiendo el palco del Girona FC.
Puigdemont, el gran «puto amo».
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 29.9.2024