Se lo dijo claramente Alberto Núñez Feijóo a Pedro Sánchez durante la moción de investidura de éste: «Cuando sus socios le traicionen no venga al Partido Popular a pedir ayuda… No me va a encontrar».
Apenas ha pasado un mes de aquello. Tampoco hay que ser un genio para vaticinar lo que ocurrió a las primeras de cambio el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados nada más echar andar la legislatura. Y lo que sucederá a partir de ya.
Sánchez consiguió su investidura en falso. Sus manos, agarrotadas por los grilletes que le han puesto los socios que le permiten seguir durmiendo en el Palacio de la Moncloa, no serán capaces de firmar nada bueno en beneficio del interés general de la nación, y mucho menos de aquellos a los que dice defender con su «mayoría social». Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible.
Lo que ha quedado claro para una inmensa mayoría de españoles informados –sobre todo para aquellos que no se conducen por la vida con orejeras– es que, tras el primer pleno parlamentario, Sánchez no es otra cosa que un mero rehén del prófugo de Waterloo. Podrá presumir de lo que quiera y de cuanto quiera, pero el hecho confirmado es que tendrá que bailar las sardanas que le toque Puigdemont. Ojo, incluso el cuarteo de la extrema izquierda también se lo pondrá más difícil, es decir, casi imposible en asuntos de Estado en los que esté en juego el nombre de España y su dignidad.
El resto de los socios (ERC, Bildu, PNV), con tal que les mantenga la andorga llena a costa del contribuyente español, votarán a su favor incluso con la nariz tapada. Pero, cuidado, también arrastrando al presidente del Gobierno por el detritus que él mismo se ha empeñado en deponer. Lo ocurrido en los largos pasillos del Senado el pasado día 10, con ministros y cuates desencajados, móvil en mano tratando de evitar el desastre, debería hacer pensar a todos aquellos que le conceden alguna virtualidad a los malabarismos de Sánchez. Son muy caros, fatuos y sin posibilidad de futuro. De esa sesión sólo queda un titular posible: «El día que Puigdemont demostró que es el único que decide y manda». Punto.
No están las circunstancias del país y la situación de millones de ciudadanos para poner sus intereses en manos de un Gobierno sin capacidad alguna de acción y con una soberanía gubernamental tan extraordinariamente limitada. ¿Cómo va a generar confianza un poder ejecutivo cuya titularidad fáctica pasa por un chalet de Bruselas pagado vaya usted a saber por quién? ¿Cómo va a generar confianza entre los inversores un Gobierno que cambia a cada minuto y que somete los intereses de propios y privados al albur de lo que decidan cuatro golpistas irredentos?.
Finalmente, la catadura moral, política y personal de esos perpetradores de caminos queda demostrada por el hecho de haber tenido la jeta inmensa, inmensa jeta, de llamar Bolaños a Cuca Gamarra y Díaz a Sémper (¿éste decide algo en el PP?) para que el PP sacara al Gobierno del atolladero.
PD. La «ausencia» de Junts salva a Sánchez (10.000 millones europeos), pero le mete el canguelo en el cuerpo y Pablo Iglesias un estilete en la intercostal de Díaz.
Y esto no ha hecho más que empezar…¡Se admiten apuestas!
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 13 .1.2024