«El Papa habla contra el rearme, pero… El Papa es el Papa, pero… El Papa no puede más que decir lo que dice, pero…». Siempre hay un «pero» que en muchos embarazosos comentarios acompaña al inequívoco no a la guerra pronunciado por Francisco, para contextualizarlo y debilitarlo. Al no poder interpretar las palabras del Obispo de Roma en el sentido deseado, al no poder de ninguna manera «doblegarlas» en apoyo a la acelerada carrera armamentística tras la guerra de agresión desatada por Vladimir Putin contra Ucrania, entonces se toma distancia elegantemente diciendo que sí, que el Papa sólo puede decir lo que dice, pero que luego la política debe decidir. Y la política de los gobiernos occidentales está decidiendo aumentar los ya muchos miles de millones a gastar en nuevas y cada vez más sofisticadas armas. Miles de millones que no se pudieron encontrar para las familias, para la salud, para el trabajo, para la acogida, para luchar contra la pobreza y el hambre.
La guerra es una aventura sin retorno, repite Francisco siguiendo los pasos de sus predecesores inmediatos, en particular de San Juan Pablo II. Las palabras del Papa Wojtyla con motivo de las dos guerras de Iraq y la guerra de los Balcanes también fueron «contextualizadas» y «desvirtuadas», incluso dentro de la Iglesia. El Papa, que al principio de su pontificado pidió «no tener miedo» de abrir «las puertas a Cristo», en 2003 suplicó en vano a tres gobernantes occidentales que pretendían derrocar el régimen de Saddam Hussein, pidiéndoles que se detuvieran. Casi veinte años después, ¿quién puede negar que el grito contra la guerra de aquel Pontífice no sólo era profético, sino que estaba impregnado de un profundo realismo político? Basta con mirar la ruina del atormentado Iraq, transformado durante mucho tiempo en el depósito de todo el terrorismo, para comprender la clarividencia de la mirada del santo Pontífice polaco.
Lo mismo ocurre hoy en día. Con el Papa que no se rinde a la ineludibilidad de la guerra, al túnel sin salida que representa la violencia, a la lógica perversa del rearme, a la teoría de la disuasión que ha llenado el mundo de tantas armas nucleares capaces de aniquilar varias veces a la humanidad.
«Me avergoncé – dijo Francisco en días pasados – cuando leí que un grupo de Estados se había comprometido a gastar el 2% de su PIB en la compra de armas, como respuesta a lo que está ocurriendo ahora. ¡La locura! La verdadera respuesta no es más armas, más sanciones, más alianzas político-militares, sino un enfoque diferente, una forma diferente de gobernar el mundo ahora globalizado -no enseñando los dientes, como ahora-, una forma diferente de establecer relaciones internacionales. El modelo del cuidado ya está en marcha, gracias a Dios, pero desgraciadamente sigue sometido al del poder económico-tecnocrático-militar».
El no a la guerra de Francisco, un no radical y convencido, no tiene nada que ver con la así llamada neutralidad ni puede presentarse como una posición partidista o motivada por cálculos político-diplomáticos. En esta guerra están los agresores y están los agredidos. Están los que atacaron e invadieron, matando a civiles indefensos, disfrazando hipócritamente el conflicto bajo la apariencia de una «operación militar especial»; y están los que se defienden enérgicamente combatiendo por su propia tierra. El Sucesor de Pedro lo ha dicho varias veces con palabras muy claras, condenando sin peros la invasión y el martirio de Ucrania que lleva más de un mes. Esto no significa, sin embargo, que «bendiga» la aceleración de la carrera armamentística, ya iniciada hace tiempo, dado que los países europeos han aumentado su gasto militar en un 24,5% desde 2016: porque el Papa no es el «capellán de Occidente» y porque repite que hoy estar en el lado correcto de la historia significa estar en contra de la guerra y buscar la paz, sin dejar nada sin intentar. Ciertamente, el Catecismo de la Iglesia Católica contempla el derecho a la legítima defensa. Sin embargo, establece condiciones, especificando que el recurso a las armas no debe causar un mal y un desorden mayores que el mal que se quiere eliminar, y señala que en la evaluación de esta condición tiene un peso muy grande la potencia de los medios modernos de destrucción. ¿Quién puede negar que la humanidad está hoy al borde del abismo precisamente por la escalada de conflictos y el poder de los medios modernos de destrucción?.
«La guerra -dijo ayer el Papa Francisco en el Ángelus- no puede ser algo inevitable: ¡no debemos acostumbrarnos a la guerra! Más bien debemos convertir la indignación de hoy en el compromiso de mañana. Porque, si de esta situación salimos como antes, de alguna manera todos seremos culpables. Frente al periodo de autodestruirse, la humanidad comprenda que ha llegado el momento de abolir la guerra, de cancelarla de la historia del hombre antes de que sea ella quien cancele al hombre de la historia.».
Por lo tanto, es necesario tomar en serio el grito, el reiterado llamamiento del Papa: es una invitación dirigida precisamente a los políticos para que reflexionen sobre esto, para que se comprometan con esto. Se necesita una política fuerte y una diplomacia creativa, para perseguir la paz, para no dejar nada sin intentar, para detener la vorágine perversa que en pocas semanas está apagando la esperanza de una transición ecológica, está dando nuevas energías al gran negocio del comercio y el tráfico de armas. Un viento de guerra que hace retroceder las agujas del reloj de la historia y nos sumerge de nuevo en una época que esperábamos archivada definitivamente tras la caída del Muro de Berlín.
ANDREA TORNIELLI
Imagen: Celebración Penitencial el 25.3.2022
(Foto: Vatican Media)