En un alarde de irresponsabilidad y sectarismo, el revalidado presidente del Gobierno peroraba incansable en un aburrido hemiciclo cuando, sin ningún remilgo, comienza a describir un «muro» con el objetivo, según Pedro Sánchez, de dividir a la sociedad española entre los «suyos» y el resto de ciudadanos que a su entender le combaten.
Es, desde mi modesto punto de vista, lo más transcendente desde el punto de vista de la limpieza democrática que se pudo oír de labios del que ahora amenaza con seguir cuatro años más al timón de la cuitada y desvencijada nación española. En su falta de escrúpulos es cierto que antes y después de anunciar el «muro» que partirá una vez más al país en dos mitades cuasi irreconciliables, también se refirió a la «convivencia»; es más, es una de las palabras más repetidas durante sus interminables y cansinas horas que consumió durante el debate de su segunda investidura.
Le da exactamente igual que «convivencia» y «muro» sean palabras y conceptos contrapuestos; en realidad, a Sánchez le importan una higa la coherencia y el respeto a sí mismo. Lo único que tras un lustro encaramado vorazmente al poder ha demostrado importarle es continuar siendo el amo del cortijo en el que ha convertido a España.
Los antecedentes previos en el ejercicio de ese poder y el lenguaje utilizado en el Congreso de los Diputados permite colegir con justeza que está por llegar el peor Sánchez en lo referente a su deriva autoritaria. A los buenos, esto es, aquellos que apuntalan su mamandurria (independientemente de ideologías y derivas) les espera el Olimpo sanchista. A los que le combaten democráticamente y en uso de sus facultades constitucionales el plomo.
Junto a ello, los tics auto descritos durante sus enfrentamientos con Nuñez Feijóo (esas carcajadas tabernariase impropias de una persona siquiera educada, por ejemplo) tampoco anuncian nada bueno. No sabe cómo deglutir su derrotas en las urnas, y mucho menos asumir democráticamente que millones y millones de españoles le rechazan en la calle. Se trata de un personaje que con poder resulta extraordinariamente peligroso. Nada tiene de extraño que en algunas redacciones madrileñas empiece a cundir el pánico.
Afortunadamente, España está de hoz y coz inmersa en la Unión Europea (UE) y es desde aquí, según lo visto y demostrado, desde donde se le puede poner sordina a sus desvaríos. Tiene tanto miedo a la institución supranacional que no ha tenido reparo en echar una mano al húngaro Orban para evitar que, de paso, Bruselas ponga sobre él la linterna.
En una parte del «muro» estarían el sanchismo, los neocomunistas, todo el independentismo, los bilduetarras y el resto de la patulea marginal que ha encontrado en Pedro Sánchez el seguro de vida para comer caliente. De este lado estarían el «progresismo» (ja, ja, ja), la bondad, la limpieza y la generosidad extrema. En la otra cara del «muro» sanchista se pondrían, en su patético lenguaje y sus formas enfermizas, la maldad, el egoísmo, la reacción y la caverna.
En los próximos cuatro años podremos comprobar, al cumplirse 34 años de la caída del Muro de Berlín, de qué materiales se levanta ese muro de la vergüenza. Lo increíble está sucediendo. Sánchez acepta ser el presidente del Gobierno de la parte minoritaría de la sociedad española.
PD: La primera paletada de cemento en ese muro la puso un tal Patxi López (al que el PP hizo en su día lehendakari) con un inexportable discurso preñado de odio, falsedades históricas y argumentos pueriles. Es la primera, no la última.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario.
18 de noviembre 2023.