Desde principios del mes de septiembre se está juzgando en Aviñón la violación repetida sufrida por Gisèle Pelicot por más de 80 hombres, entre los que se encuentra su propio marido. Los hechos tuvieron lugar entre 2011 y 2020, años en los que Dominique Pelicot, a través de una página web, contactaba con otros hombres a los que les proponía que mantuvieran relaciones sexuales con su mujer. Para ello, la drogaba, no estando ella nunca consciente mientras sufría estas prácticas sexuales, y filmaba las violaciones, según él indica, como medida de seguridad en caso de que alguno de los violadores sintiera arrepentimiento post facto.
Los hechos relatados nos enfrentan a una cara oscura pero no oculta del ser humano, la del abuso y maltrato al otro, especialmente si se trata de una mujer. La cultura occidental en la que vivimos sigue transmitiendo un mensaje a los varones de aceptación del desenfreno de su sexualidad, de imposición de su deseo sobre las mujeres, incluso si para ello es necesario el uso de la violencia. En estas prácticas el consentimiento no es necesario y quizá ni deseable para obtener una satisfacción sexual completa. El cuerpo de las mujeres debe existir para uso y disfrute del varón heterosexual y, en la extensión de su dominio y su poder, se permiten todo tipo de transgresiones. En este sentido, la sumisión química ha tomado un importante protagonismo en las agresiones sexuales realizadas en los últimos años, especialmente contra las mujeres más jóvenes que, queriendo disfrutar de espacios de ocio nocturno, corren el riesgo de sufrir una violación ante la que ni siquiera pueden manifestar oposición.
La violencia sexual se nos presenta como algo que algunos varones admiten, aceptan y silencian. Aunque nos gustaría profundizar en el perfilado de estos delincuentes, el caso que nos ocupa nos muestra que no hay un perfil concreto y definido. Los varones que aceptaron acudir al domicilio de la familia Pelicot para mantener relaciones sexuales con una desconocida inconsciente eran bomberos, enfermeros, militares, concejales o periodistas, entre 26 y 74 años. Aparentemente gente corriente que podríamos encontrarnos en nuestro día a día, incluso, dadas sus profesiones, en situaciones de vulnerabilidad en las que necesitáramos ayuda. Por otro lado, no todos los hombres con los que contactó Pelicot accedieron a cometer la violación, pero es reseñable que tampoco decidieron denunciar esta situación y dejaron que el maltrato y abuso sobre esta mujer se prolongara durante una década. ¿Por qué impera la ley del silencio en estos casos? ¿Es acaso una suerte de solidaridad masculina mal entendida? ¿O quizá tiene más que ver con la banalización del mal?
Esta situación es aún más desgarradora cuando viene de personas con las que establecemos relaciones de gran intimidad, en las que hemos depositado nuestra confianza e incluso con las que llevamos un tiempo compartiendo la vida. Gisèle Pelicot declaraba: «Viví con un hombre del que no imaginaba que pudiera cometer estos actos». Estos abusos de la persona cercana no son aislados ni únicos, como así lo testimonian las denuncias que, a día de hoy, son expuestas por plataformas como change.org para tratar de visibilizar estas situaciones, aunar el apoyo colectivo y exigir mayor atención por parte de la justicia.
Dominique Pelicot ha tratado de aducir abusos sexuales en la infancia como causa de este comportamiento que él mismo ha calificado de perversión y adicción. Ha reconocido sentirse avergonzado y ha pedido perdón a su mujer y al resto de su familia. Sin embargo, tal y como ha destacado la prensa en estos días, el perfil psicológico de Pelicot le califica de perverso, narcisista, sádico, manipulador, con doble personalidad y sin empatía. Lo que nos permite poner en duda la sinceridad de sus palabras.
En nuestro país, a lo largo del primer semestre del 2024, según datos del Ministerio del Interior, habrían sido denunciados más de 10.000 delitos contra la libertad sexual. Hemos de tener en cuenta que este es uno de los delitos en los que existe mayor cifra negra, esto es, en los que las denuncias están muy por debajo de la prevalencia del delito, siendo silenciado por el miedo que tienen las víctimas a ser cuestionadas, humilladas o a revivir de nuevo la agresión al pasar por el sistema judicial, lo que sin duda agrava el daño ya sufrido.
Gisèle Pelicot ha decidido enfrentar la situación públicamente y a cara descubierta, mostrando una valentía profunda y sincera. Ella no tiene nada que ocultar, es una víctima del pensamiento retorcido y las acciones cruentas de diversos hombres y, en especial ,de su exmarido. No por ello ha dejado de ser cuestionada durante el juicio. ¿Por qué el testimonio de las mujeres es siempre puesto en duda? ¿Por qué queremos ver en ellas no víctimas sino verdugos de sus propios victimarios? Esto es un indicador más de la violencia estructural dirigida hacia las mujeres. Sin embargo, el apoyo popular ha sido unánime hacia Gisèle Pelicot y su actitud un ejemplo que llama a otras víctimas a decir basta y a dejar de esconderse.
Todos los tratados y convenios internacionales de derechos humanos hacen especial hincapié en la necesidad de actuar ante la violencia que sufren las mujeres; sin embargo, esta no es solo una tarea de los gobiernos, sino de toda la ciudadanía, que debe luchar para que las generaciones presentes y futuras crezcan en el respeto a dichos derechos humanos y en el rechazo a todas las formas de violencia, especialmente a aquellas más naturalizadas y normalizadas por tradición, que son las que sufren las mujeres. Gisèle Pelicot ha tenido la fortaleza de mostrarnos el camino.
EVA M. RUBIO
Profesora de Sociología y Trabajo Social. Universidad Pontificia Comillas Comillas