Derrota por tres veces consecutivas en las urnas, acorralado por una corrupción intolerable, burlado parlamentariamente por sus socios, con el tema catalán empezando a ponerse incandescente (insumisión del Parlament a las órdenes emanadas del Tribunal Constitucional), con sus mesnadas cada vez más nerviosas, enfrentado a jueces y medios, Pedro Sánchez ofrece la viva imagen de un jefe de Gobierno en descomposición manifiesta.
Nadie podrá negarle, desde luego, capacidad para sacar de mentira verdad, pero al final los hechos siempre se imponen a cualquier manual de resistencia. Sánchez tiene el poder y ese es su único refugio. Un poder que dista en su ejercicio de ser democrático y en nada ajustado a los cánones liberales al uso en el mundo libre.
Está en escape y fuga permanente. Su único asidero es repartir proclamas absurdas (ultraderecha, fango, ultraderecha) como si no haya demostrado a lo largo de seis años de poder cómo se las gasta el marido de Begoña Gómez. Sánchez podrá ser guapo, pero democrático no es. Presume de todo lo que carece y acusa al resto de practicar aquello de lo que él es un auténtico maestro. Tampoco nadie podrá restarle méritos en el arte del engaño, la mentira y las medias verdades. El pasado miércoles se presentó en el Parlamento como si hubiera ganado las recientes elecciones y se corona como campeón imbatible de la triquiñuela. Desde luego, conoce bien la sociedad española donde una parte está feliz (según parece) tragando carretas y carretones.
El problema es que el sanchismo decida poner la máquina para descomponer todas las instituciones y el Estado. En ello está, desde luego. Siempre he escrito que la verdad sobre las perpetraciones sanchistas sólo podremos conocerlas hasta que abandone el poder. Fácil no será desde luego. En muchos aspectos democráticos España aparece hoy ante los ojos del mundo con un estado fallido. Aquí las instituciones son de chicle en manos del presidente del Gobierno. Con su piel de paquidermo, le importa todo una solemne higa y cuando quiere confundir acude a sus medios de cabecera que, naturalmente, pagan los contribuyentes. Exaltar a una mujer como Magdalena Álvarez, condenada por el mayor caso de corrupción de Europa (EREs) no parece la mejor carta de presentación para alardear de «regeneración».
Ahora, todo el mundo debería saberlo, sus objetivos son los jueces y los medios. Más que los medios, los profesionales con nombre y apellido.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 15.6.2024