Seis millones de catalanes han comenzado a sentir en sus grifos que el agua se ha convertido no sólo en un artículo de lujo sino en un bien tan escaso que les va a limitar su vida. El asunto tiene tanta transcendencia, obviamente, que supongo que se revolverán contra aquellos que, teniendo la obligación a garantizar algo tan elemental y básico, han dedicado los recursos públicos a jugar a políticos y alimentar sueños equinociales destinados esencialmente al fracaso.
Hace ya más de veinte años que un Gobierno de la nación planteó el trasvase del Ebro y el megaproyecto viable se mandó a la papelera por la oposición de ERC y la izquierda comunista. Ahí tienen el resultado de sus inmensos vuelos de corral. Luego, desde el 2013 el dinero público se dedicó a montar embajadas, corruptelas a gogó y a poner el acento en el proceso de desconexión con el resto de España. Ahí tienen el resultado. ¿Esos seis millones de sedientos catalanes van a levantarse indignados contra los responsables de tal desaguisado? Intuyo que no.
Los Mas, Torra, Pugidemont, Aragonés, Junqueras y demás compañeros delincuentes tendrían que responder sobre el destino de la inmensidad de dinero que han malversado persiguiendo un objetivo imposible, acumulando una deuda tan enorme y, al mismo tiempo, degradando hasta el paroxismo los servicios sanitarios y educativos de aquella comunidad autónoma.
Hay sequía extrema porque no llueve. Claro. No soy tan estulto de culpar de ello a los susodichos farsantes. Sin embargo, el poder público está para intuir y poner remedio a un efecto de la naturaleza prioridad objetivos y recursos.
Pudiera ser que en sus mentes calenturientas la sequía catalana se deba a que Cantabria y Aragón les «roba» (palabra mágica para los levantiscos conspiradores) el agua del Ebro. Su estupidez, en parte, es culpable de que los grifos se hayan quedados exánimes.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 4.2.2024.