780 síes, 72 noes y 50 abstenciones. Estas cifras se refieren al apoyo cosechado por la constitucionalización del aborto en Francia. Atrás queda la excepcionalidad del recurso al aborto, de la que en 1975 hizo gala la ministra de Sanidad Simone Veil a través de una ley de despenalización.
En su lugar, y tras una campaña promovida por la Francia insumisa, convenientemente aceptada por el presidente de la República, el aborto es en Francia un derecho blindado constitucionalmente. La clave de la libertad como razón última del aborto hunde sus raíces en la idea de que el embarazo no vincula por razón de la vida que se desarrolla en el vientre materno, sino en la medida en que la mujer decide vincularse. La mera noción de dilema moral carece de sentido para quienes sienten el deber de liberarse de vínculos que son vividos como grilletes que esclavizan. Frente a esta tesis siempre me ha fascinado el modo cómo Oriana Fallaci narra la incertidumbre de una mujer enfrentada al dilema de dar la vida o negarla. La protagonista de Carta a un niño que nunca llegó a nacer descubre su maternidad y el sentido de la misma por relación con la vida que late en su vientre. Su embarazo no es un accidente ni un castigo.
Ni la emancipación de la mujer pasa por liberarse de la vida arraigada en su útero ni el embarazo puede entenderse como un castigo que la naturaleza inflige a la mujer. La libertad sin sentido moral, sostenía Oriana Fallaci a propósito de esta cuestión, no es libertad, sino libertinaje. Dicho con palabras de Ratzinger, la libertad desvinculada no es libertad, sino anarquía. Y en la medida en que nos acercamos a la anarquía, más rozamos la esclavitud. En Francia, dice el director del Instituto de Opinión Pública, ya solo la Iglesia católica mantiene una tesis contraria a la que se ha hecho dominante. «La matriz católica se ha dislocado de tal modo que sus trazos se van borrando poco a poco hasta el punto de convertir a la Iglesia católica en la única “hereje” frente al aborto». Y si esto es así, no lo es menos que a esta Iglesia, en Francia y fuera de Francia, le corresponde seguir apuntando a la verdadera naturaleza del aborto que, cuando se enuncia bajo la forma de un derecho humano no puede entenderse de otro modo que como la reivindicación del «derecho a suprimir una vida humana».
MARÍA TERESA COMPTE GRAU
Publicado en Alfa y Omega el 14.3.2024