La semana que agoniza ha dejado para divertimento del respetable varios shows infumables en una nación que se respete a sí misma protagonizados por dos ministros caracterizados genuflexos del sanchismo.
El primero ha sido el inevitable Marlaska, más quemado que la falla valenciana principal edición 2022, que pulula por la vida como un cadáver político ambulante, sin potestas (los Cuerpos de Seguridad se lo toman a pitorreo) y mucho menos auctoritas porque es un mandado sin dignidad, siempre dispuesto a tragar con las órdenes que emanan desde la Moncloa.
¿Alguien en su sano juicio puede tomarse en serio el informe remitido al juez Llarena, Tribunal Supremo, acerca del show montado por el doblemente prófugo Puigdemont? Se trata de un colosal monumento a la mentira gubernamental, una ofensa a la inteligencia de cualquier ciudadano medianamente informado de las cosas que suceden en este Gobierno. Cobardica donde los haya, Marlaska ha culpado a los Mossos de que el huido se haya reído, una vez más, de todos ellos y haya puesto al Estado en un punto de no retorno.
Hay elementos más que suficientes para poder concluir que hubo «connivencia política» para que el inquilino de Waterloo pudiera regresar a España y hacer un nuevo corte de mangas a propios y extraños. ¿Por qué cree el lector que Sánchez mantiene al otrora pelota de Rajoy en una cartera para la que nunca estuvo preparado? Porque le utiliza como un kleenex e interpreta a las mil maravillas las necesidades de supervivencia de su jefe de filas. Marlaska…
Otro caso es el del ministro de Exteriores, Albares. Mandado por Sánchez, llegó al Congreso a soltar mentira tras mentira a propósito del juego antidemocrático del Gobierno y de los partidos que le sustenta en relación con el aquelarre cotidiano de represión en Venezuela, robos electorales y genocidios diversos. Este Gobierno nunca ha mantenido contactos y diálogo con la oposición que lidera María Corina Machado y Edmundo González. Y ahora, tras su rutilante triunfo en las elecciones presidenciales, menos que nunca. Albares, ordenado por Sánchez, no puede expresar públicamente ideas propias ni en éste ni en ningún otro asunto trascedental… Está a lo que le ordenen desde el palacio de Sánchez. El presidente ha decidido subirse al carro del sátrapa caribeño por intereses políticos propios. Lo del amparo a Zapatero afirmando que está haciendo labor «humanitaria» en el país hispanoamericano y ayudando a la oposición no tiene un pase. Caerá como fruta madura (nunca mejor dicho) cuando Sánchez se haya convertido en una anécdota dormitando en un rincón de la historia.
España podría jugar un papel clave en la actual encrucijada venezolana. Su Gobierno ha decidido, sin embargo, optar por el sectarismo y negar la realidad en favor de la intermediación de Brasil y Colombia.
GRACIANO PALOMO
Publicado en OKdiario el 17.8.2024