Con vértigo y sobrecogido acojo el encargo que se me hace de asumir como arzobispo esta Iglesia que camina en Madrid. Ante todo, invoco la ayuda de Dios, con el ministerio del obispo Juan Antonio y del obispo Jesús, de todo el presbiterio de la archidiócesis, de su vida consagrada y el empuje de un laicado corresponsable, rico y plural.
Ahora necesitaré un tiempo para asimilar esta nueva situación y dejarme ayudar por vosotros para situarme donde siempre, pero de forma diferente. En estos momentos recibo muchos gestos de cariño y un precioso abanico de atenciones que agradezco de corazón, y que me llegan de esta comunidad diocesana que tanto amo y en la que he crecido, he sido iniciado en la fe, he servido como sacerdote, como vicario episcopal y, últimamente, como obispo auxiliar.
Ahora se me llama a ser pastor, guía y acompañante de esta porción del pueblo de Dios con esa autoridad tan evangélica que nace de Jesucristo, que mana del sacramento recibido y que se transforma en misión. Mirar al futuro me llena de asombro. Sé que esta diócesis es fecunda, poliédrica y con una intensa vida. Está llena de gente buena. Lo sé porque así lo vivo y saboreo. Tenemos muchas peculiaridades tanto en la ciudad como en las zonas rurales. Y siempre Dios sigue caminando, como con los discípulos de Emaús, entre nosotros. Por eso no olvidamos que seguimos teniendo delante el reto de descubrir a Dios en nuestro mundo, en nuestros barrios y entre nuestros vecinos de Madrid. Y aprender a señalarlo y contar sus maravillas.
Por eso os pido que nos apoyemos en la grandeza de la fe que hemos recibido. Y, con ella, en la confianza que da el Espíritu Santo, de que el ministerio episcopal es habitado por Dios como un regalo al servicio de la unidad de la fe y del ejercicio de la caridad.
Agradecidos por los pastores que han sembrado su servicio en esta archidiócesis anteriormente, ahora se nos convoca a mirar al futuro. La Iglesia vive en una situación social y cultural compleja que se presenta como una oportunidad para desplegar hoy su misión.
Los problemas planteados por la globalización, la dificultad para presentar nuestra visión cristiana del mundo en una cultura diversa y opaca a lo sagrado, el incremento de las brechas sociales, las migraciones, la intensificación de la violencia social o la precariedad de la vivienda y el trabajo siguen constituyendo a día de hoy el banco de pruebas en el que la Iglesia de Madrid está llamada a confrontarse con el mensaje evangélico. Los más pobres y vulnerables nos apremian desde el mismo Jesucristo.
Nuestra Iglesia se ha puesto al servicio de la misión y se abre al reto de seguir profundizando en iniciativas conjuntas de servicio pastoral y de impulsar los procesos que necesitamos para ofrecer la verdad de Jesucristo.
Miro al futuro con confianza, apoyado en vosotros y en el colegio apostólico. Dios abre caminos inéditos y sorprendentes. Como en mi consagración episcopal, me sosiega pensar que Él mismo capacita a quienes llama. Y es que en esta Iglesia sabemos que nunca vamos solos. Tenemos una gran pluralidad de sensibilidades, de opiniones y de formas de hacer las cosas. Contamos con una riqueza espectacular de carismas que siempre servirán a la comunión y al crecimiento de todos. Estaremos unidos en lo esencial, seremos uno para que el mundo crea. No perderemos el pilar de la unidad, ni la compañía estimulante de Jesucristo en cada paso. Por eso, con renovada alegría e ilusión viviremos y celebraremos los sacramentos, anunciaremos su Palabra y seremos un humilde instrumento de su misericordia.
Aún estoy aprendiendo a dar gracias por este paso. En primer lugar, doy gracias a Dios por este ministerio inmerecido y agradezco al Santo Padre su confianza. Doy las gracias también a mis hermanos obispos por su abrazo en la comunión de la Iglesia. No puedo olvidar a quienes me han traído aquí a este nuevo servicio: a este generoso presbiterio diocesano en el que he vivido, que siempre me arropa y espabila. Aquí he encontrado grandes modelos sacerdotales y valiosos compañeros de camino. Gracias a los diáconos de esta diócesis, y a la grandeza de la vida consagrada que, como levadura, se disuelve y fermenta por todos sus rincones. También a los seminaristas que se preparan para ejercer el ministerio en la Iglesia del siglo XXI.
Y gracias al laicado que siempre con valentía y generosidad me habéis educado en la fe. A todos los que desde tantas parroquias, movimientos y comunidades estáis dando la vida como discípulos del Evangelio en el día a día. Estos días recuerdo con cariño a todas las personas de las parroquias por las que he pasado y en las que tanto hemos compartido. También a cuantos me acompañan y a los más pobres que siempre me regaláis la cercanía del Señor y la frescura de la alegría del Evangelio.
Me pongo en vuestras manos, como en las de Dios. Contad con mi servicio que quiere acompañar el paso del Espíritu Santo entre esta Iglesia particular. Quiero que juntos caminemos para quien se acerque a esta Iglesia en Madrid, reconozca a Nuestro Señor y se encuentre con Él. Ojalá que aprendamos todos a emprender nuevos caminos misioneros al ritmo de la cercanía y la misericordia de nuestro Dios.
Estos días estoy teniendo el mejor regalo: poder apoyarme en la oración de tantos. Ahora vengo, con humildad, ante todos vosotros, reconociéndome necesitado de vuestra ayuda y de vuestra oración. Sin ella, el ministerio languidece. Necesito de vuestra bendición y de vuestra fe para que se injerte en este servicio ministerial desde su inicio.
Dios nos sigue llamando a laicos, consagrados y consagradas, ministros y pastores para que, acogiendo con responsabilidad el pasado que tenemos, aprendamos a dar pasos nuevos en comunión, participación y misión.
Me pongo, ahora de forma nueva, bajo la mirada siempre alegre y maternal de Nuestra Señora de la Almudena para que siga sosteniendo en su regazo a esta diócesis y, en ella, a cada uno de nosotros.
JOSÉ COBO CANO
Arzobispo electo de Madrid. Departamento de Migraciones de la Comisión de Pastoral Social de la CEE.
Alfa y Omega
15 de junio 2023