Al reunir al presidente israelí Simón Peres y al presidente palestino Mahmud Abás el 8 de junio de 2014, hace ahora diez años, el Santo Padre declaró: «La historia nos enseña que nuestras fuerzas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios.
No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: “Hermano”».
El Santo Padre, a su regreso de Tierra Santa, inició un encuentro que estableció la gramática para su postura en el conflicto palestino-israelí. Es una gramática de las posibilidades de la fraternidad y la amistad a pesar de la oscuridad de la guerra. Al generar imágenes de los dos presidentes uno junto al otro y palabras sobre libertad e igualdad, justicia y paz, este acontecimiento sigue siendo un icono que contrasta totalmente con lo que hemos visto desde entonces; en particular después del 7 de octubre de 2023. Las atroces masacres, la destrucción y la toma de rehenes perpetradas por militantes palestinos desde la Franja de Gaza ese día llevó la violencia en Tierra Santa a nuevos niveles de horror. La respuesta israelí, los bombardeos masivos matando, mutilando y demoliendo barrios enteros, seguidos de una invasión por tierra que aumentó la destrucción, han implantado una gramática de la venganza y hostilidad.
Desde el 7 de octubre, el Papa Francisco ha señalado repetidamente que la guerra es una derrota para todos. Pidiendo un alto el fuego inmediato y la liberación de todos los rehenes, de forma regular subraya el contexto del derramamiento de sangre, la injusticia que la región ha conocido desde hace décadas. Se sitúa al lado de las víctimas, israelíes y palestinas, y se ha reunido con representantes de familias de ambos lados. Sin embargo, lo más característico es que el Santo Padre ha desarrollado su gramática de la fraternidad y la amistad, subrayando el compromiso con un futuro diferente. Abrazando a israelíes y palestinos, unidos en un duelo devastador, se ha centrado en su visión compartida mirando a un horizonte que sus líderes políticos parecen incapaces de respaldar. En Roma, el 27 de marzo, a Rami Elhanan y Bassam Aramin, padres que perdieron a hijas jóvenes en la violencia que lo envuelve todo. Y en Verona, el 18 de mayo, a Aziz Abu Sarah, que perdió a un hermano, y a Maox Inon, que perdió a sus padres el 7 de octubre. Todos compartieron públicamente la visión de un horizonte de paz nacido en el crisol de la devastación.
En febrero de este año, el Papa Francisco se dirigió a «los hermanos y hermanas judíos en Israel», señalando la amistad que católicos y judíos han experimentado en las décadas posteriores al Concilio Vaticano II. «En tiempos de desolación, tenemos gran dificultad en ver un horizonte futuro en el que la luz reemplace a la oscuridad, en el que la amistad reemplace al odio, en el que la cooperación reemplace a la guerra. Sin embargo nosotros, como judíos y católicos, somos testigos precisamente de tal horizonte». La amistad que ha evolucionado entre católicos y judíos en las últimas décadas es un signo importante para los israelíes y palestinos atrapados en lo que parece un conflicto interminable. ¿Quién habría pensado, a la luz de siglos de hostilidades, que los judíos y los católicos no solo se sobrepondrían a la oscuridad de la sospecha mutua, sino que también comenzarían a trabajar juntos para arrancar de raíz les enseñanzas de desprecio? Judíos y católicos ahora se embarcan en un viaje juntos y, según el Papa, ese viaje debe poner a Israel y a Palestina en el centro.
La amistad es una llave porque es una relación que abre horizontes, basada en la convicción de que las cosas pueden cambiar a mejor. En su carta de febrero a los judíos, el Papa continuaba: «Debemos actuar, empezando en primer lugar y sobre todo por Tierra Santa, donde juntos queremos trabajar por la paz y la justicia, haciendo todo lo posible para crear relaciones capaces de abrir nuevos horizontes de luz para todos, israelíes y palestinos». Desde 2014 el Papa, en el espíritu de esta amistad, ha tratado de recordar a israelíes y palestinos que la guerra solo sirve para cerrar el horizonte. A fin de cuentas, el único camino hacia adelante es el camino del encuentro, el reconocimiento de que el otro está aquí para quedarse en vez de ceder a la ilusión de que puedo derrotarlo y hacerlo desaparecer. La vía hacia la justicia y la paz comienza con la convicción de que una parte no puede avanzar sin la otra. Una gramática de la amistad abre el camino a un futuro de fraternidad. Como insistió el Papa en junio de 2014, «para decir esta palabra, “hermano”, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un solo Padre».
DAVID NEUHAUS, SJ
Comunidad jesuita de Tierra Santa
Publicado en Alfa y Omega el 6.6.2024