Organizaciones de inspiración católica despliegan una serie de programas sociales en Ceuta y Algeciras, acompañando a quienes llegan desde África para entrar en Europa. Una de las mayores luchas es contra la trata de personas, que somete a las mujeres a la prostitución forzada.
30 de abril 2024.- Ceuta es una ciudad española, pero está enclavada en África, al norte de Marruecos, junto al Estrecho de Gibraltar. No solo es un territorio estratégico para España, sino también para miles de migrantes africanos que tratan de entrar en él cada año y, así, poner un primer pie en Europa. No obstante, esto resulta mucho más difícil desde 2020, cuando la circulación a través de la frontera se restringió al máximo, imponiendo altísimas trabas para el flujo humano.
Una valla de ocho kilómetros de largo y diez metros de alto hace de barrera entre ambos países, impulsando a que cientos de personas traten de franquearla cada día. Muchos logran escalarla, pero luego son arrestados y devueltos de inmediato a Marruecos o, en el mejor de los casos, son conducidos a centros de internamiento de extranjeros. Otros, más peligrosamente, evaden este muro nadando un promedio de cuatro horas desde la costa marroquí hasta la orilla de Ceuta. Quienes no mueren en el intento, llegan agotados, empapados y desprovistos de todo, tiritando no solo de frío, sino del temor a ser descubiertos por la policía.
Pero los riesgos no acaban allí, especialmente para las mujeres que, muchas veces engañadas con falsas promesas de trabajo, caen en manos de redes de trata de personas que las someten al ejercicio de la prostitución. Así, terminan viviendo en departamentos que son, al mismo tiempo, su hogar y el prostíbulo del cual pueden salir solo un par de horas al día, bajo un estricto control de la mafia que las ha capturado.
Doble vulnerabilidad
Pero en Ceuta también funcionan organizaciones de la Iglesia Católica que combaten el tráfico humano, como la Fundación Cruz Blanca. Entre sus múltiples programas de asistencia a los desfavorecidos y a los migrantes, destacan sus acciones para rescatar a quienes han sido forzadas al comercio sexual. Las visitan en los prostíbulos para llevarles material sanitario y, así, entran en contacto con ellas.
Irene Pascual, mediadora social de esta institución, conoce muy de cerca a estas víctimas de la trata, a muchas de las cuales acompaña personalmente para darles orientación y ofrecerles apoyo para que salgan de su situación. Sin embargo, afirma que esto no resulta nada fácil, porque los proxenetas se aprovechan al ver que ellas no manejan el idioma local ni tienen redes de apoyo. “La mujer tiene una doble vulnerabilidad: el hecho de ser migrante y el hecho de ser mujer. Ellas no ven otra salida cuando llegan a un país que no conocen. El único modo que ven para salir adelante es el ejercicio de la prostitución”, explica Irene.
Segregación en “El Príncipe”
Esta fundación, con 20 centros de atención en España, es liderada por la comunidad religiosa de los Franciscanos de Cruz Blanca y gestionada por equipos altamente capacitados para enfrentar los desafíos del riesgo social y de la actual crisis migratoria. “Los migrantes llegan con necesidades muy diferentes, y los diversos profesionales ayudan a detectar esas necesidades específicas. Nosotros, los frailes, hacemos equipo con ellos y estamos disponibles para trabajar 24 horas todos los días. Y todo esto por amor a Dios”, asegura el hermano Cosmas Nduli Ndambuki.
La sede de esta organización en Ceuta está en el barrio “El Príncipe”, considerado uno de los sectores más peligrosos no solo de la ciudad, sino de toda España. Se ubica muy cercano a la frontera y es habitado casi en su totalidad por musulmanes provenientes de Marruecos, que han llenado el sector de mezquitas. Entre esta población se da la mayor cantidad de indocumentados, que no pueden trabajar de modo legal ni acceder a beneficios sociales. Así le ocurre a Omar Layadi, peluquero que lleva 16 años allí. Como ni él ni su esposa tienen permiso de residencia, tampoco lo puede obtener su hijo de tres años nacido en la ciudad, quien ni siquiera posee una nacionalidad, porque no hay consulado marroquí en Ceuta. Pese a todo, Omar dice que prefiere permanecer en estas condiciones en España que volver a Marruecos. “Aquí es mejor el trabajo y la vida. Tengo muchos amigos, muchos clientes y mi familia. Tengo todo aquí”, declara.
Mejor suerte ha tenido Nayat Abdelsalam, española de origen marroquí y líder social musulmana que colabora con las obras de la Iglesia Católica para responder a la crisis migrante. Como residente en “El Príncipe” conoce de primera mano las necesidades de sus vecinos y aboga por políticas que reviertan la segregación territorial a la que se ha sometido a los musulmanes, así como a la carencia de derecho sociales. “Quienes no tienen legalizada su situación no tienen ningún tipo de ayuda. Pueden acceder a un banco de alimentos ofrecido por la Iglesia, o a un plato de comida, pero no hay ayudas, ni proyectos ni programas para ese tipo de persona”, denuncia Nayat.
Migrantes cada vez más jóvenes
Cruzando el Estrecho de Gibraltar, a 44 kilómetros, está el puerto de Algeciras, donde otro equipo de la Fundación Cruz Blanca da apoyo a quienes ya han entrado al continente europeo, pero siguen desprotegidos. Hace poco más de un año acogieron a Abdeslam Ibn Yauch, marroquí de 31 años que solía trabajar como pintor y maestro de la construcción, oficio que espera ejercer en España cuando obtenga su permiso de residencia. Por mientras está tomando cursos técnicos y da una mano a los migrantes que van llegando, en su mayoría, de corta edad. “Nuestro perfil ahora es muy joven, y su preocupación es que quieren trabajar para ayudar a sus madres. Yo pienso que la herida más profunda que traen ellos es dejar a sus familias”, advierte la educadora social Mayte Sos, al describir el tipo de migrantes que llaman a la puerta de Cruz Blanca.
Allí también fue socorrida Awa Seck, senegalesa de 42 años que residió largamente en Mauritania por trabajo. Hace tres años resolvió emigrar aún más lejos de su familia y llegó a Algeciras, esperando encontrar un empleo que le permitiera sostener de modo más holgado la alimentación, la ropa y la educación de sus hijos, que permanecen en Senegal junto a su madre. “Yo vine acá para cambiar mi vida, para encontrar un buen trabajo”, detalla Awa, orgullosa de estar cumpliendo sus objetivos. Hoy ya tiene su residencia, además de un empleo en el rubro culinario y está juntando dinero para traer a su familia a vivir con ella.
Tanto en Ceuta como en Algeciras, quienes integran los equipos interdisciplinarios de Cruz Blanca saben que su misión va mucho más allá de una mera asistencia legal, sanitaria o social a los migrantes. Profesionales y voluntarios buscan sobre todo dignificar a quienes piden ayuda, muchas veces con desesperación. Sus historias de vida cargan con traumas en sus países de origen y con el dolor de la separación de sus seres queridos, pero también con la esperanza de un futuro mejor. Fray Giovanni Alseco, franciscano de Cruz Blanca, destaca que el gran objetivo de esta fundación es ser una familia que acoge, acompaña y transforma. “Aplicamos el Evangelio del Buen Samaritano, siempre al servicio total del más necesitado, y siempre buscamos llenar de alegría la vida de los demás”, concluye el religioso.
FELIPE HERRERA-ESPALIAT, enviado especial a Ceuta y Algeciras
Este reportaje fue hecho en colaboración con el Global Solidarity Forum.