El Gobierno venezolano acusa a los obispos de su país de cometer delitos de odio. Según el presidente Nicolás Maduro, los prelados incitan a la violencia si recuerdan que el pueblo pasa hambre o si denuncian «la peste de la corrupción política». El mismo mensaje del Papa Francisco en Perú la semana pasada.
Maduro también considera un delito decir que en Venezuela hay «ejecuciones extrajudiciales» –como la reciente del policía opositor Óscar Pérez y otros cinco civiles, a los que no les permitieron rendirse– o que las elecciones de este año deben ayudar a resolver los conflictos existentes. Con retórica cubana, Maduro ha respondido: «Ahora viene un diablo con sotana a llamar a enfrentamientos violentos, a llamar a la guerra civil».
No sois del mundo y el mundo os odiará. En Venezuela, la profecía toma cuerpo y el Estado se revuelve, apunta y dispara. Pedir democracia es desear la guerra civil. La respuesta episcopal ha sido poner la otra mejilla pero también exigir justicia porque la paz y la justicia son inseparables, como escribió san Juan Pablo II.
El episcopado ruega a los cristianos que recen por las víctimas y por Venezuela y que no respondan a las provocaciones. El régimen bolivariano usa la violencia indiscriminada para intimidar al pueblo, exhausto ya por años de ignominia y asesinatos. Nada nuevo. Hace casi un siglo, Felix Dzerzhinski, el creador de la Policía secreta de la URSS, marcó el camino a todos los dictadores comunistas: «El terror revolucionario debe alcanzar por igual a culpables e inocentes. Ejecutar a estos impresiona a las masas mucho más que ajusticiar a los otros».
Al dirigirse contra los obispos –que promueven la paz y brindan esperanza–, el chavismo confirma (¿acaso hace falta?) que solo le preocupa seguir en el poder. Si para lograrlo tiene encarcelar, torturar o asesinar no dudará en hacerlo. Cueste lo que cueste. Sin embargo, la Iglesia venezolana no va a rendirse: seguirá denunciando la injusticia, sin pactar con la realidad. Un ejemplo magnífico para todas las Iglesias de América Latina.
Ignacio Uría (Foto: EFE/Miguel Gutiérrez)