Decenas de migrantes fallecieron y centenares están desaparecidos tras un naufragio frente a las costas griegas. Alarm Phone denuncia que las autoridades no intervinieron a pesar de lanzar alertas.
Entre lágrimas, Fardi besa a su hermano pequeño Mohamed de forma compulsiva como si no se terminase de creer que ha logrado sobrevivir a otra pavorosa hecatombe en el mar. Su abrazo infinito a través de las rejas en la vieja nave portuaria de Kalamata (Grecia) se ha convertido en la imagen de la esperanza frente al vacío que deja la tragedia. La de las decenas de familiares que con angustia se siguen agolpando a las puertas de la Autoridad Portuaria de la localidad griega para buscar respuestas sobre el paradero de sus seres queridos. Lo único que saben es que estaban a bordo del destartalado pesquero que naufragó en la madrugada del miércoles 14 de junio frente a las costas de Grecia. Un ataúd flotante que se lanzó al mar en una peligrosa travesía desde Tobruk (Libia) hasta Italia. Cinco días hacinados, sin comida ni agua, hasta que quedaron a la deriva, sin saber nadar y sin chalecos salvavidas. «Han rescatado con vida a 104 hombres que han contado que eran más de 700 y que las mujeres y los niños estaban encerrados en las bodegas. Quedaron atrapados como ratas en una trampa mortal», asegura todavía conmocionada Maria Alverti, directora general de Cáritas Grecia.
«104 personas lograron ser rescatadas con vida de las más de 700 que transportaba el barco»
El relato oficial de las autoridades griegas es que la embarcación rechazó su ayuda y negó que estuviera en peligro. Sin embargo, según expone Alarm Phone, una línea telefónica de emergencia para migrantes en el mar, el pesquero azul estaba en los radares de las autoridades italianas y de las europeas varias horas antes del naufragio. A las 12:17 horas del martes 13 de junio fueron contactados por primera vez solicitando un rescate. Cuatro horas más tarde, lograron obtener su posición y alertaron tanto a la guardia costera griega como a Frontex, la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas, de la grave situación. «Nos informaron de que el barco no se movía y de que el capitán se había ido en un bote pequeño», aseguran en un comunicado. «Nadie intervino y el barco volcó», resumen.
El Gobierno griego decretó la semana pasada tres días de luto por el naufragio. Para muchos, un pésame fraguado con cinismo. La UE llegó recientemente a un acuerdo que obliga a repartir una cuota de refugiados por todo el bloque comunitario y que penaliza con 20.000 euros por cada persona no admitida a los países que rechacen la acogida. Pero no es suficiente. «Debemos seguir denunciando lo que pasa en esta inmensa fosa común de las personas invisibles, donde yace también la vergüenza de Europa», remacha el sacerdote Camillo Ripamonti, presidente del Centro Astalli, una base de ayuda para los refugiados gestionado por los jesuitas en Roma. «Deberíamos haber aprendido a lo largo de los años, demasiados ya, que no se frenan las llegadas poniendo trabas a las salidas y dificultando los viajes. El único resultado de estas políticas son muertes en las fronteras. La conclusión más terrible que se extrae de estas medidas es que realmente consideramos prescindibles algunas vidas», incide.
Los cadáveres que se han recuperado permanecen en la morgue de la localidad de Sjistó, en la periferia de Atenas, apilados en bolsas mortuorias cerradas con una cremallera a la espera de ser identificados con exámenes de ADN. Pero nunca podrá saberse con exactitud el número de personas que se tragó el Mediterráneo a 4.000 metros de profundidad.
Melilla, un año después
El próximo 24 de junio se cumple el primer aniversario de una de las mayores tragedias ocurridas en una frontera europea. Ese día de 2022 perdieron la vida decenas de migrantes que intentaban llegar a suelo español para pedir asilo ante el acoso de las fuerzas de seguridad marroquíes. Después de aquella trágica jornada se fueron conociendo las numerosas ilegalidades que se habían cometido o la falta de transparencia de las autoridades de España y Marruecos. Sí hubo muertos en suelo español, se produjeron devoluciones en caliente de forma irregular y la atención sanitaria a ambos lados no fue la adecuada.
¿Y los 133 que consiguieron entrar? Pues según cuenta Javier Moreno, abogado del Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), que acompañó y ofreció asistencia letrada a algunos, muchos se han ido a otros países al no sentirse cómodos en el sistema de acogida. Hay quien optó por permanecer en España —como los tres que acompañan desde el SJM en Madrid y Huelva— , pero no en los recursos oficiales. A esto hay que sumar otras dificultades: que no les paguen en el trabajo o las secuelas de la tragedia. «Están bastante destrozados. Recuerdan aquellos días con mucho dolor. Han sufrido muchísimo», añade Moreno.
VICTORIA ISABEL CARDIEL C.
Alfa y Omega
Imagen: Fardi llora al reencontrarse con su hermano Mohamed.
(Foto: Reuters / Stelios Misinas).