Monseñor Silvio José Báez es obispo auxiliar de Managua y una de las voces más firmes contra la dictadura y la violenta represión de Daniel Ortega hacia al pueblo nicaragüense. Recibe constantes amenazas de muerte y ya es conocido como el Romero de Nicaragua. El pasado jueves caminaba entre trincheras junto al cardenal Brenes y al nuncio Sommertag por las calles de su ciudad natal, Masaya, Santísimo en mano, para evitar más matanzas que, en estos días, se han cobrado incluso la vida de bebés. «La situación de represión es tan desproporcionada» que, además de los ataques a manifestaciones pacíficas, «grupos parapoliciales» entran en las ciudades «lista en mano que consiguen por medio de espías para apresar a la personas que apoyan a la población, torturarlas y hacerlas desaparecer». También hay francotiradores «colocados para disparar a la cabeza o al corazón de los más activos en las protestas»
¿Se están reactivando viejas divisiones en Nicaragua que se creían ya cerradas?
Siempre las crisis políticas, sobre todo cuando van acompañadas de represión violenta contra el pueblo, provocan grandes divisiones y profundas heridas sociales. Ciertamente, después de que se supere esta crisis quedarán muchos resentimientos en los corazones, mucho odio entre las personas y desequilibrios emocionales a nivel personal y familiar. Quedará una sociedad herida y dividida, por lo que en el futuro la Iglesia tendrá delante una inmensa tarea de sanación interior de las personas y de promoción de procesos de reconciliación profunda.
Ustedes, los obispos, han declarado hace poco que no seguirán dialogando mientras haya asesinatos. Y cada día nos llegan noticias de más muertes. ¿El diálogo nacional está roto?
No está roto, pero se ha suspendido varias veces debido a la represión violenta y criminal del Gobierno contra la población civil, que ha ocasionado tantas muertes y también a causa de la falta de voluntad política del mismo Gobierno, que no acepta ninguna responsabilidad. Pero el diálogo continúa aunque, ciertamente este no es el mejor ambiente para dialogar. Son muchos los nicaragüenses que creen que no tiene sentido hablar con quien tiene las manos manchadas de sangre.
La Iglesia intenta una y otra vez salvar este diálogo. ¿Cree de verdad que merece la pena?
Los obispos estamos convencidos de que, aun con toda su fragilidad, es la única salida pacífica y constitucional a la crisis que estamos viviendo. Sin el diálogo la violencia sería peor. Pero, realmente, ha sido un riesgo desde el inicio. Yo lo dije desde que se planteó la posibilidad: podía ser una estrategia del Gobierno para ganar tiempo, para manipular o desprestigiar a la Iglesia, para desviar la atención de los grandes problemas… Ahora, el Gobierno continuamente con su intransigencia bloquea el diálogo. Pero nosotros, aunque lo hemos suspendido algunas veces, lo mantenemos vivo, porque sigue siendo una esperanza y un gran interrogante. Cada vez que se realizan las sesiones toda Nicaragua tiene la oportunidad de verlas en vivo por la televisión; es un medio para hablar con el Gobierno o para escucharle y, al mismo tiempo, una especie de válvula de escape para todos. Hasta ahora los frutos han sido pocos, pero creemos que tenemos que mantenerlo a pesar de toda su debilidad.
Hay informaciones de que, además de la represión contra los manifestantes, hay francotiradores en las ciudades y asesinos a sueldo con una lista de personas a las que matar. ¿Puede confirmarlo?
Estamos viviendo una situación de represión desproporcionada y excesivamente violenta de parte del Estado hacia la población civil. Una de esas expresiones es el ataque a manifestaciones pacíficas, pero además, se están produciendo también represiones contra ciudadanos que están atrincherados en los tranques –barricadas en las calles–, que sirven como expresión de protesta pero también como defensa para evitar que las fuerzas militares entren en las ciudades. En los lugares donde la Policía Nacional y los grupos parapoliciales –que son grupos armados, entrenados, financiados y dirigidos por la Policía–, han destruido los tranques y han logrado entrar a las ciudades, van con lista en mano que han conseguido por medio de espías e infiltrados en los barrios, que aquí la gente llama orejas, buscando de casa en casa a las personas que más visiblemente han apoyado a la población, para apresarlas y luego torturarlas o hacerlas desaparecer. Además, es escandalosa la presencia de francotiradores en algunos puntos altos de las ciudades, colocados expresamente para disparar a la cabeza o al corazón contra las personas que parecen más activas en las protestas ciudadanas. Todo esto ha creado un ambiente de terror. La gente vive con miedo, no logra dormir, y estamos continuamente esperando dónde surgirá el próximo ataque y cuántos muertos más tendremos que contar.
Esta semana los obispos pedían elecciones anticipadas para marzo de 2019.
La opción de las elecciones anticipadas es una salida constitucional y por eso los obispos hemos apostado por esta opción. Daniel Ortega tendría que permanecer en el poder hasta 2021, pero él, como presidente; su mujer, como vicepresidenta; su Gobierno y todo su entorno han mostrado tal rostro de crueldad y han sembrado una situación de terror tan grande que en este momento es un Gobierno no solamente sin autoridad moral, que la gran mayoría de los nicaragüenses rechaza, sino que se ha mostrado como un Gobierno sin capacidad para gobernar. Por lo tanto, la salida son elecciones anticipadas. En realidad, la mayor parte de la población va más allá: la gente lo que quiere es que Ortega se vaya ya. Las elecciones anticipadas contemplan la posibilidad de que él se quede en el poder, pero estamos intentando un mecanismo constitucional que permita de alguna manera que él se retire del poder y celebrar elecciones el año próximo, en 2019. En este momento, este asunto es objeto de discusión política. El Gobierno se ha mostrado absolutamente contrario a esta posibilidad. Nosotros seguimos insistiendo. Será posible solamente si hay voluntad política, pero lo cierto es que Nicaragua no soportará unos meses más con este Gobierno en el poder.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) no deja de publicar informes que explicitan las tropelías constantes contra los derechos humanos en Nicaragua. Pero no parece haber grandes reacciones por parte de la comunidad internacional.
La burocracia diplomática es muy lenta. La CIDH ha hecho un trabajo excelente, porque a través de la investigación realizada y el informe final que presentó en la asamblea plenaria de la Organización de los Estados Americanos (OEA) ha puesto de manifiesto el rostro más tenebroso y la actitud más criminal de este Gobierno. Esto ha hecho que la OEA vuelva a poner a Nicaragua en su agenda, lo cual ha sido un logro muy grande. Ha sido gracias a la presión nacional de la ciudadanía del grupo que está en el diálogo, Alianza Cívica por la Democracia y la Justicia y, sobre todo, por la presión de la Iglesia. Pero la respuesta internacional sigue siendo muy tímida. Hay gobiernos que se han pronunciado pero, muy a pesar nuestro, los gobiernos centroamericanos, vecinos y hermanos nuestros, a excepción de Costa Rica y un poco de Panamá, no han manifestado ningún apoyo hacia el pueblo de Nicaragua.
Una mujer con la imagen de la Virgen en una barricada de Masaya, el pasado 21 de junio.
(Foto: REUTERS/Andrés Martínez Casares)
¿Alguna hipótesis de por qué?
Probablemente a nivel internacional no se comprende que aquí no hay una guerra entre dos ejércitos armados, que aquí no hay una lucha de partidos políticos que están buscando el poder. En Nicaragua la población está luchando no por el poder, sino por cambiar el modo de ejercer el poder. Pero en el exterior no se entiende que es un Estado armado el que está reprimiendo a una población desarmada, pacífica, ética.., donde las únicas armas son las ansias de justicia, libertad y democracia, y los grandes valores y convicciones que animan a nuestro pueblo. A parte de eso, creo que hay intereses políticos muy grandes, intereses financieros a nivel continental, que están obstaculizando un apoyo más decidido de la comunidad internacional. Pero esto a los obispos se nos escapa, no logramos comprenderlo. Espero que de parte de gobiernos amigos de América y de Europa haya mucha mayor presión hacia el Gobierno nicaragüense para cesar la represión y encaminar al país a la democracia, y que haya mucho mayor apoyo a este pueblo, que está siendo atacado y masacrado.
Muchos nicaragüenses tienen puestas sus esperanzas en la Iglesia. ¿A qué atribuye usted esta confianza?
La Iglesia católica en Nicaragua siempre ha sido cercana a la vida de la gente, por eso no es vista como una institución poderosa o lejana. Los obispos somos callejeros, nos acercamos continuamente a las parroquias, a las comunidades rurales y más pobres, atravesamos ríos, caminamos a pie largos trayectos para llegar a las personas… Yo personalmente he estado en comunidades donde nunca antes había estado un obispo. Todo esto ha hecho que la Iglesia católica se haya vuelto la institución más creíble para la población. La gente ve en nosotros la presencia de Cristo Salvador. Probablemente por esto, cuando el Gobierno se encontró en una situación de debilidad nos pidió ser mediadores y testigos del diálogo y nosotros aceptamos, sabiendo que no era lo nuestro, pero quisimos prestar este servicio a la nación. Lo que el Gobierno no entiende es que ser mediadores en el diálogo no nos hace neutrales frente a la violencia, la injusticia, el sufrimiento de la gente y la muerte. Por eso, en este momento se ha creado una situación de tensión entre el Gobierno y la Iglesia, porque la dictadura de Ortega nos está viendo como adversarios y ha desatado toda una guerra mediática a través de las redes sociales y de los medios de comunicación del país–la mayor parte propiedad de la familia de Ortega– para atacar a los obispos, para calumniarnos, para ridiculizarnos, para ofendernos… además están las amenazas de muerte contra sacerdotes y obispos, y de modo particular contra mi persona. Tenemos una relación de amor y odio. Por una parte nos necesitan en el diálogo y por otra parte nos rechazan.
¿Y usted, monseñor Báez? Le vemos siempre incansable, gritando para que no sigan asesinando a su pueblo. Déjeme preguntarle si tiene miedo, si siente que Dios no le abandona, que no abandona a su pueblo.
No siento miedo, y creo que es una gracia del Señor. Pienso poco en mí mismo, me dedico a proteger a la gente, a consolar a quien sufre y a iluminar y a denunciar desde el Evangelio las amenazas y los peligros que puede sufrir el pueblo. Sí que me preocupa un poco mi familia, pero no me falta el consuelo y la fuerza del Señor. A veces llega el desánimo, ciertamente, por no ver los frutos, por experimentar la propia fragilidad y la propia impotencia… Pero debo confesar que viendo el dolor y la angustia de la gente recupero la fuerza y, sobre todo, alimento mi confianza en la oración. Como carmelita descalzo estoy convencido de que las mejores batallas son las que se libran en el silencio de la oración, en las largas horas de adoración ante el Señor. Dios está siempre presente en mi vida, a veces fuerte y luminoso con su Palabra, a veces silencioso y aparentemente lejano, pero siempre presente. El Señor tampoco abandona al pueblo, un pueblo crucificado. Así se lo dije al pueblo de Masaya, mi ciudad natal, el jueves. Masaya ha sido un pueblo crucificado, pero el Crucificado resucitó y Masaya resucitará. Es un pueblo creyente donde los obispos vemos cómo la fuerza de la resurrección de Jesucristo se hace presente. Es una experiencia pascual: solamente desde la fe podemos enfrentar una realidad tan dramática.
Cristina Sánchez Aguilar
Imagen: El cardenal Brenes y el obispo Báez (en segundo plano)
frenan la matanza en la ciudad de Masaya.
(Foto: EFE/Rodrigo Sura)